Cuaresma: tiempo de volver a la Fuente

18 de Febrero de 2024

[Por: Armando Raffo]




En nombre de Cristo les rogamos: ¡déjense reconciliar con Dios! (2 Co 5,20)

 

La frase de San Pablo llama la atención porque da a entender que el ser humano tendría alguna resistencia importante para vivir en comunión con Dios. Habría que recordar, también, que cuando no estamos en comunión con Dios también rompemos los puentes que nos relacionan con los otros. Bien podemos pensar que Pablo alude al pecado original como el motivo o la dificultad que tenemos para vivir en comunión con los otros. El pecado original procura revelar que algo ocurrió en los orígenes que nos llevó a darle la espalda a Dios y a descubrirnos débiles, insatisfechos y estructuralmente alcanzados por el temor.

 

Paul Tillich subrayó la ansiedad como el síntoma de esa separación con Dios. Sin embargo y, al mismo tiempo, nos vemos impulsados por el aliento de ese Dios que se nos manifestó en Cristo y que siempre nos está ofreciendo la posibilidad de reconciliarnos con nosotros mismos, con los demás y con Él. Podemos afirmar, pues, por una parte, que tenemos una dificultad estructural que nos dificulta estar en comunión con Dios y con los seres humanos en general y, por otra, la solicitud e iniciativa divinas que alientan nuestro deseo de comunión con Él y con nuestros hermanos como el mejor camino para alcanzar la estatura a la que estamos intrínsecamente convocados por el mismo Dios.

 

Cabe notar, por otra parte, que San Pablo insta a la reconciliación con Dios en nombre de Cristo, es decir, en nombre de quién vivió íntima y resueltamente en comunión con el Padre. Si creemos que la reconciliación es el camino hacia la plenitud, hacia la realización del sueño de Dios para todos y cada uno de los seres humanos, es obvio que ello no ha de ocurrir si un esfuerzo especial por nuestra parte. La cuaresma es, pues, el tiempo en que los cristianos hacemos un esfuerzo especial por derribar todo lo que nos aparta de Dios con miras a fortalecer nuestra comunión con Él y con los hermanos.

 

No se trata de un esfuerzo meramente prometeico, sino de un abrirnos a los demás como señal de nuestro deseo de encontrarnos con el misterio de Dios que se revela en la persona de Cristo. San Pablo no hace otra cosa, pues, que animarnos a destrabar todo lo que nos aparta de Dios como una forma de abonar la tierra de nuestros corazones para que pueda acoger a los otros como la gracia que nos renueva para unirnos a Cristo. Ello supone un esfuerzo especial para descubrir nuestros bloqueos, resistencias y suficiencias que acaban blindando nuestros corazones y generando mayores distancias con los otros y con Dios.

 

Los esfuerzos o las ascesis que en la Cuaresma la Iglesia nos invita realizar, no tienen otro fin que abrirnos al amor de Dios que se nos ofrece en la persona de Cristo. Se trata, pues, de reconocer nuestras incoherencias, fragilidades y ansiedades en la relación con los otros y con Dios. La cuaresma, pues, no es un tiempo para mortificarnos por los pecados cometidos, sino del esfuerzo por abrirnos al amor de Dios que siempre está ofrecido en la persona de Cristo.  

Cuando Pablo ruega a su gente que se dejen “reconciliar” con Dios está advirtiendo que el propio Dios desea venir a nosotros ya que es el primer interesado en reconciliarnos con Él. No se trata de un esfuerzo prometeico, decíamos, sino de reconocernos tan pobres y limitados que anhelemos esa reconciliación que sólo Dios puede ofrecer. En efecto, cuando reconocemos nuestra radical pobreza es que podemos acoger la gracia que nos reconcilia con nosotros mismos, con los otros y con Dios.

 

Cabe resaltar, por último, esa apelación de Pablo a Cristo para que nos dejemos reconciliar por Dios. Esto quiere decir que no apela a ideas, ni a ritos, ni a ascesis particulares; apela a Cristo, a su persona como el camino para reconciliarnos con Dios. En Él encontramos el sendero que nos lleva a la vida plena. No en vano Juan sostuvo que Cristo es el camino la verdad y la vida. Ello quiere decir que en Él podremos encontrar el sentido de la vida y la gracia que nos lleva al Padre.

 

No se trata de esfuerzos especiales ni de abluciones extrañas, se trata de ir moldeando nuestras personas al modo de Jesús.

 

La Iglesia nos invita en el tiempo de cuaresma –cuarenta días- a estar especialmente atentos para no caer en las tentaciones que el mundo propone en forma desembozada tales como el individualismo, el materialismo y el hedonismo. Por ese motivo San Pablo insta a que nos dejemos reconciliar con Dios. Es al modo de Cristo, y no de otra manera, que podemos vivir reconciliados.

 

A nadie se le oculta que el camino de reconciliación con Dios supone reconocer nuestras fragilidades y realizar esfuerzos de distinto tipo para descubrirnos más ágiles para seguir a Jesús. Nada de ello es posible si no procuramos imitar sus actitudes y modos de pensar.

 

La cuaresma es, pues, un tiempo propicio para reconocer nuestra radical indigencia y el sinsentido de nuestras vidas si no nos dejamos reconciliar por Dios. No en vano comenzamos ese tiempo con la imposición de la ceniza que alude a nuestra inconsistencia cuando nos apartamos de Dios. Cabe recordar, además, que durante cuarenta días Jesús fue tentado por el demonio que procuraba apartarlo de la misión encomendada y que cuarenta años estuvo el pueblo de Israel trashumando por el desierto en busca de una vida que fuera más humana.   

 

Imagen: https://www.archisevillasiempreadelante.org/wp-content/uploads/2018/02/Material-para-vivir-la-Cuaresma-1024x758.png

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