Cuaresma, camino hacia la Pascua

18 de Febrero de 2024

[Por: Rosa Ramos]




“… ¡Cantar del pueblo andaluz,
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz! ...”

La Saeta, Antonio Machado


Un poco de historia. Los mayores recordamos las Cuaresmas de nuestra infancia (en muchos sitios aún sigue siendo así) como un tiempo más que ascético, de mucho dolor y culpa, de autocastigo alentado por algunas prácticas religiosas. Tiempos de penitencia, “vía crucis” y mortificación: “por mi culpa, por mi culpa…”, o “piedad, Señor, pecamos contra ti”. Algunos quizá recuerden haber visto las imágenes cubiertas de tela morada durante el largo tiempo de la Cuaresma, sobre todo en grandes templos con proliferación de altares y figuras de santos. Sobrecogía a los niños entrar a uno de esos templos y ver aquellas prácticas, hacer preguntas y que los mayores, poniendo un dedo sobre la boca, callaran e hicieran callar.  

 

Ni qué decir la tradicional Semana Santa en España (recordar La Saeta de Antonio Machado) y en todas aquellas ciudades en que la colonización fue fuerte y llevó sus rituales. Recuerdo hace muchos años visitando un templo en Cuba, ante algunas imágenes enlutadas, un brasileño me dijo al oído: “aquí la fe entró con el dolorismo español”. También en Centro América, en Guatemala, una teóloga me explicaba el sentido y el lugar que ocupaban para los guatemaltecos las famosas procesiones del “santo entierro”. Mueven miles de personas, acompañadas con música fúnebre a cargo de bandas sinfónicas, que recorren la ciudad durante toda la noche del viernes santo. Son precedidas de procesiones menores pero similares desde el Miércoles de Cenizas y durante toda la Cuaresma.

 

Estas y otras prácticas pueden mover a la fe, al asombro, o al rechazo visceral, según las épocas y las sensibilidades. Simone Weil viendo una procesión de Semana Santa -creo que fue en Portugal- cayó de rodillas llorando y diciendo que sin duda la católica era una religión de esclavos y que se identificaba con ellos, asumió esa fe, aunque no se bautizó. Para muchos carecen de sentido hoy estas prácticas religiosas, y a los más racionales interpelan y repelen. Sociológica y eclesiológicamente, responden a un tiempo, a una cosmovisión, y a una teología de Cristiandad.

 

¿En qué medida los cristianos somos conscientes de ello? ¿Y qué conocen, qué entienden, o qué les transmitimos nosotros a los no cristianos? He constatado desde burlas y prejuicios hasta respetuoso silencio, quizá en algunos pueda darse una identificación en el dolor, como en Simone Weil.

 

La Cuaresma hoy y aquí. ¿Cuál es su sentido y valor para los cristianos? Muchas veces me he preguntado esto y es acerca de lo que va este artículo.

 

La cuaresma es camino hacia la Pascua, un tiempo que procuramos seguir más de cerca a Jesús para zambullirnos en el misterio pascual. Nos ponemos en marcha, sacudimos la modorra, sobre todo en el sur en donde nos cuesta mucho dejar atrás el verano, las vacaciones y entrar comprometidamente en el año lectivo. En Uruguay decimos que “el año comienza luego que llega el último corredor” y eso ocurre el domingo de Pascua, al finalizar la tradicional vuelta ciclista; vale decir, prolongamos lo más posible el Carnaval y las fiestas estivales. Los cristianos -sin dejar de vibrar con el Carnaval más largo del mundo, su mirada crítica a la realidad y sus sueños de vida y fraternidad plena- procuramos entrar en el año con el tiempo de Cuaresma, con el llamado a la conversión del corazón, volviendo a centrar la mirada en Jesús, revelador y rostro del Padre.

 

En la celebración del Miércoles de Cenizas, al imponerlas en la frente, el sacerdote dice “conviértete y cree en el Evangelio”. De eso se trata, de creer, pero no teóricamente sino vitalmente, en la Buena Noticia que comunica la persona y la vida de Jesús, capaz de amar hasta el extremo, de seguir amando, aunque duela, aunque no lo comprendan, aunque lo abandonen. Creerle a Jesús y creer como él, que no se desdice de su experiencia de Dios-Abba: “tú eres mi hijo muy querido”.

 

A todos nos es fácil creer en tiempos de bonanza, cuando las cosas ruedan bien, aunque a veces ese creer no sea tan al estilo de Jesús de amar sin medida, sin cálculo, gratuita y misericordiosamente. En la Cruz se hace añicos la imagen soñada de la felicidad: placer continuo, poder, éxito.  Por eso viene bien animarnos a contemplarla. Algo de esto decíamos en la entrega anterior planteando la vulnerabilidad humana, es preciso aceptar que no estamos en el paraíso imaginario, que somos ciudadanos de este planeta, de esta civilización, de este tiempo concreto tan complejo. En nuestras propias vidas y a nuestro alrededor existe la vejez desamparada, la infancia robada, la ausencia de esperanza en tantos jóvenes, la falta de escucha y misericordia, la soledad, el desencuentro, el miedo, la injusticia. Cuaresma es la oportunidad de mirar de frente, hacer contacto con la realidad dolorosa: “el dolor duele, y la fe no es morfina”.

 

Pero la fe nos ilumina para mirar más lejos, para mirar el rostro del Resucitado como horizonte final, y también nos ayuda a descubrirlo ya aquí en las victorias parciales, sobre nosotros mismos y nuestro ensimismamiento, sobre el egoísmo campante, sobre el menosprecio de la vida. En cada victoria del amor percibimos la brisa suave, vislumbramos el paso de Dios, salvando ya la historia universal en las historias mínimas. Este tiempo nos permite estar más atentos y percibir que, junto al dolor, también en nuestro mundo existe el amor en todas sus formas y nos anima a entrar en el dinamismo pascual, de apostar al amor sin claudicar hasta sacar vida de la muerte.

 

Cuaresma no es un tiempo para rasgarnos las vestiduras y hacer penitencia o sacrificios absurdos, anacrónicos e incomprensibles para nuestra cultura y sensibilidad. Cuaresma es tiempo para volver a beber las aguas cristalinas de la Fuente última que sacia la más honda sed, para silenciar el ruido que aturde y escuchar la voz amorosa que nos llama a ser más humanos, a semejanza del Hijo, de nuestro hermano y maestro Jesús. Por eso San Pablo dirá a los Corintios: “déjense reconciliar con Dios”. Vivir la cuaresma hoy es volver a Dios de la mano de quien es “el camino, la verdad y la vida”, para ser mensajeros y mensaje de ese amor incondicional que nos unifica y pacifica con nosotros mismos y con los demás. No se trata de una unidad rígida y de una paz propia de los cementerios, sino dinámica y vital, que no desconoce las contradicciones y dificultades.

 

El tiempo de Cuaresma nos lleva a contemplar el fracaso y el dolor (de Jesús y de la humanidad hoy) no para regodearnos y quedarnos allí fijos, sino para asumirlos como parte del camino y procurar ver “en las cenizas”, en lo gris, en lo destruido, el abono y la fecundidad del amor entregado: allí no sólo hubo vida (fuego), sino que la hay, de otra forma: inaparente, pero nutricia. Podemos abrazar el dolor y el amor, y caminar juntos (o correr, como diría Pablo) hacia la meta, hacia la Pascua definitiva en que Dios será todo en todos. ¡Buena Cuaresma, buen camino!

 

 

Imagen: https://www.diocesispalencia.org/images/Cartas/Carta_01MAR.jpg

 

 

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