El sermón de fray Antón Montesino  

24 de Diciembre de 2023

[Por: Juan José Tamayo]




“Voz del que clama en el desierto. Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”

 

El 21 de diciembre de 1511, Cuarto Domingo de Adviento, subía al púlpito de la iglesia de los dominicos en La Española (Santo Domingo) fray Antón Montesino para pronunciar un memorable sermón, que se convertiría en una de las primeras y más radicales denuncias de los abusos de la conquista española en Abya-Yala y en un antecedente del pensamiento latinoamericano liberador. Ha llegado hasta nosotros gracias a la profética e incisiva pluma de fray Bartolomé de Las Casas, que recoge lo sustancial de la prédica y las reacciones a la misma en el tercer libro de su Historia de las Indias (cito con forme a la edición de Aguilar: Tomo II, M. Aguilar Editor, Madrid, s/f, pp. 385-395). 

 

El sermón fue preparado por todos los miembros de la comunidad de Santo Domingo, quienes lo firmaron de su puño y letra para dejar constancia de la autoría colectiva y de la relevancia de tan decisiva pieza oratoria. Los dominicos lo habían preparado a conciencia a partir de sus propias averiguaciones sobre el “crudelísimo y aspérrimo cautiverio” al que los encomenderos españoles sometían a los indios en las minas de oro y otras granjerías, y tras escuchar numerosos testimonios sobre la “tiránica injusticia” y las “execrables crueldades” contra los nativos, tratados como animales “sin compasión ni blandura”, y “sin piedad ni misericordia”, según la descripción de Las Casas. Tras tan concienzudo análisis de la realidad acordaron denunciar desde el púlpito el régimen de la encomienda por considerarlo contrario “a la ley divina, natural y humana”.

 

El Vicario Pedro de Córdoba encargó pronunciar el sermón a fray Antón Montesino, uno de los primeros dominicos en llegar a la isla, afamado predicador, hombre de letras, muy animoso, “aspérrimo en reprender vicios” “muy colérico en sus palabras” y “eficacísimo en sus frutos”. El templo estaba a rebosar. Ocupaban los primeros puestos las principales autoridades coloniales, entre ellas el almirante Diego de Colón, hijo del conquistador. También estaba presente el clérigo Bartolomé de Las Casas, en su calidad de encomendero. Ante un público tan cualificado, el predicador no tuvo pelos en la lengua y habló de esta guisa: 

 

“Voz del que clama en el desierto. Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y creador, sean baptizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amallos como a vosotros mismos? Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis, no os podéis más salvar, que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe en Jesucristo”.

 

Terminada la misa, Diego de Colón y los oficiales reales se dirigieron al convento de los dominicos para reprender al predicador por el escándalo sembrado en la ciudad, acusarlo de “deservicio” al Rey y exigirle que se retractase en público el domingo siguiente. Siete días después fray Antón Montesino volvió a subir al púlpito y, lejos de desdecirse, se ratificó en las denuncias y afirmó que los encomenderos no podían salvarse si no dejaban libres a los indios y que irían todos al infierno si persistían en su actitud explotadora. El sermón provocó todavía mayor alboroto que el del domingo anterior, y los oficiales reales enviaron al rey cartas de protesta contra los frailes.

 

Fray Antón Montesino fue enviado a España para dar cuenta y razón de su sermón al rey. Tras muchos impedimentos, logró entrevistarse con el anciano monarca, a quien expuso un largo memorial de los agravios de los conquistadores contra los indios: hacer la guerra a gente pacífica y mansa, entrar en sus casas y tomar a sus mujeres, hijas, hijos y haciendas, cortarles por medio, hacer apuestas sobre quién les cortaba la cabeza de un tajo, quemarlos vivos, imponerles trabajos forzados en las minas, etc. 

 

Aquel sermón no cayó en saco roto. Marcó el comienzo del cristianismo liberador, del reconocimiento de la dignidad de los indios y del respeto a la diversidad cultural y religiosa en Amerindia. Fue, asimismo, el germen de la teología de la liberación. Tres años después, Bartolomé de Las Casas renunciaba a su función de encomendero, se convertía en el defensor de los derechos de los indios, en el iniciador de la variante latina de la filosofía europea de la alteridad y de la tolerancia, según Francisco Fernández Buey y, en mi opinión, en el precursor de la teología de la liberación y del diálogo interreligioso e intercultural.

 

En 1971, cuatrocientas sesenta y dos años después, el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribía Las venas abiertas de América Latina, un clásico de la literatura política latinoamericana, que comenzaba con una cita de la Proclama Insurreccional de la Junta Tuitiva de La Paz: “Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez”. El libro del escritor uruguayo era una nueva narrativa, un memorial actualizado del expolio y saqueo de los territorios, riquezas, recursos naturales de América Latina y de la conversión de los ciudadanos en mercancía en manos de los Imperios. 

 

Ese mismo año, el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, siguiendo las huellas de Antón Montesino y Bartolomé de Las Casas, inauguraba una nueva narrativa teológica, que rompía con la iglesia de la conquista y de la colonia y con el incipiente cristianismo desarrollista e inauguraba el cristianismo profético y liberador en América Latina con su libro Teología de la liberación. Perspectivas, que se abre con una cita de Todas las sangres, de su compatriota y amigo el escritor José Mª Arguedas: “Dios de los señores no es igual. Hace sufrir sin consuelo”. En El zorro de arriba y el zorro de abajo define a Gutiérrez como “el teólogo del Dios liberador”, que contrapone al “cura del Dios inquisidor” de Todas las sangres. 

 

Termino con una pregunta que me quema en los labios: ¿habrá predicadores y predicadoras que el cuatro domingo de Adviento de 2023 osen pronunciar un sermón profético de denuncia del genocidio llevado a cabo por Netanyahu contra Gaza con la complicidad de los Estados Unidos, que está vetando todas las resoluciones de la ONU para el alto el fuego? Espero que haya muchas voces que, a imagen de los profetas de Israel y siguiendo la estela de fray Antón Montesino, condenen tamaños crímenes contra poblaciones civiles en sus homilías. 

 

Para las personas que estén interesadas en profundizar en la teología de la liberación y en sus antecedentes remito a algunos de mis libros: Para comprender la Teología de la Liberación (Editorial Verbo Divino, 2020, 8ª ed.); id., La teología de la liberación en el nuevo escenario político y religioso (Tirant lo Blanch, 2011, 2ª ed.); id., Teologías del Sur. El giro descolonizador (Trotta, 2017); id., De la Iglesia colonial al cristianismo liberador en América Latina (Tirant lo Blanch, 2019). 

 

Para quienes deseen conocer mejor la figura de Bartolomé de Las Casas invito a leer dos libros que me parecen los estudios más completos sobre él: Francisco Fernández Buey en su libro La gran perturbación. Discurso del indio latinoamericano (El Viejo Topo) y Gustavo Gutiérrez en En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de Las Casas (Sígueme).  

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