La falta de fe suele traducirse en desesperanza

24 de Diciembre de 2023

[Por: Armando Raffo, SJ




Hace pocos días en el portal de “Infobae” apareció un artículo en el que se decía que Uruguay es el país más estable, feliz y seguro de Sudamérica, aunque, paradójicamente, cuenta con la tasa más alta de suicidios del continente[1]

 

¿Cómo explicar, pues, que haya tantos suicidios si los parámetros de calidad de vida son tan altos?  Si bien podríamos esgrimir varias razones para explicar esa lamentable distinción, hay una que podría ser calificada como la más significativa: el porcentaje de ateos y agnósticos está muy por encima de la media de América Latina. 

 

Uruguay ha sido y es un país que se distingue por su laicidad, es decir, por una prohibición explícita en los ámbitos públicos dependientes del Estado de aludir a cualquier creencia religiosa y que el nivel poblacional los porcentajes de ateos y agnósticos están muy por encima de la media de los países latinoamericanos. 

 

Todo parece indicar que la laicidad que caracteriza al Estado uruguayo desde tiempos bastante tempranos (fines del siglo XIX) tendría mucho que ver con el alto nivel de increencia que nos caracteriza. Es muy probable, pues, que tenga algo que ver con la mayor tasa de suicidios del continente. 

 

Por otra parte, la mayor tasa de suicidios se da en hombres de campo que interactúan poco con otras personas o que sufren soledades muy notables.  Ese dato, siendo significativo, podría llevar a pensar que la soledad contribuiría a promover los suicidios, sin embargo, es sabido que esas circunstancias ocurren en otros países latinoamericanos en los que los porcentajes de suicidios son notablemente menores. 

 

No parece descabellado, pues, aventurar una hipótesis que pueda colaborar, en alguna medida, a comprender las alarmantes estadísticas de suicidio en Uruguay, siendo como se ha dicho un país “estable y con buenas condiciones de vida”: podemos sospechar algún tipo de relación entre los suicidios y ese rasgo tan típico de nuestro país de menor filiación religiosa. 

 

Cuando el ser humano no tiene un punto de apoyo “absoluto”, es decir, que no sea una mediación para otra cosa, sino algo que valga en sí mismo, las referencias comienzan a diluirse.   

 

En la tradición cristiana existe un cuento en que dos ancianos discuten sobre cómo sería la vida eterna. Uno de ellos dice que se trataría de algo similar a la vida que conocían, pero sin término; el otro, sostenía que tenía que ser algo muy diferente, como subrayando que más de lo mismo no tendría, últimamente sentido. Combinaron que el que muriera primero se comunicaría desde el “otro lado” para contar la verdad descubierta. Se dice que, tras la muerte del primer anciano, el sobreviviente escuchó como entre sueños: ¡aliter!, ¡aliter! (¡otra cosa! otra cosa!) subrayando la novedad que nos esperaría después de la muerte. 

 

Para los cristianos la vida es un don de Dios que merece respeto y cuidado absolutos. Desde esa perspectiva cabe relacionar los altos porcentajes de suicido en Uruguay con la falta de fe que cunde en Uruguay.   

 

Como bien decía el artículo de Infobae aludido, “el país de Sudamérica más feliz, estable y seguro” que es Uruguay, tiene la tasa de suicidios más alta del continente. Si, la soledad y la poca interacción con otros puede alimentar depresiones de distinto tipo, también parece claro que la falta de fe pueda incidir en dichas tasas. 

 

Por supuesto que no faltarán quiénes arguyan que “de ilusiones también se vive” como en su tiempo sentenció Calderón de la Baraca: “¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.”  

 

Pero, parece claro que, si la vida es un sueño, la liberad no tendría sentido ya que las decisiones asumidas por las personas acabarían hundidas en la nada; no se podría hablar de historia en su sentido más concreto. De la mano de Heidegger que se preguntaba: “¿Por qué hay algo y no más bien nada?”, podemos afirmar que el ser no es una ilusión o un mero sueño, sino algo consistente que está allí, frente a nosotros y en nosotros.    

 

Volviendo a la realidad de los uruguayos y teniendo en cuenta lo antes dicho, bien podemos afirmar que nuestra cultura tiende a ocuparse de las cosas antepenúltimas, pero no de las últimas. Todo se acaba en el cuidado de unos por otros mientras se pueda. Todo se reduce a buscar la justicia y el bienestar para todos, mientras dure la existencia.

 

Además, si la vida es sueño y todo acaba, si no hay un Absoluto, un Amor último fundamento de todo lo que existe, el sufrimiento de los inocentes no tendría sentido ni redención alguna porque todo sería pasajero, efímero, caduco. Todo sería volátil y sin punto de apoyo firme.   

 

Bien podemos pensar que los magros porcentajes entre los uruguayos de personas de fe, sintiéndose congregadas y compartiendo esa fe con otros creyentes, ayudaría a comprender la tasa de suicidios tan alta que nos caracteriza. 

 

Imagen: https://www.gaceta.unam.mx/wp-content/uploads/2023/09/230911-aca7-des-f1-suicidio-aumento.jpg 

 

 

[1] La tasa es de 23 suicidios cada 100.000 habitantes, cifra que duplica las muertes por accidentes de tránsito u homicidios. En el 2022 concretaron el suicidio 823 uruguayos, un promedio mayor a dos por día. A su vez, ocho de cada diez fueron varones, la tasa más alta se da entre mayores de 75 años y en el siguiente escalón se da en jóvenes entre 25 y 29 años.

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