Hay navidades y navidades

24 de Diciembre de 2023

[Por: Rosa Ramos]




“…me elevaré por encima de los símbolos hasta la pura majestad de lo real, y te ofreceré,

yo que soy tu sacerdote, sobre el altar de la tierra, el trabajo y la pena del mundo."
Pierre Teilhard de Chardin

 

Tiempo de Navidad, tiempo de Dios, como todos. Sin embargo, la humanidad, al menos bajo la influencia occidental, vive estos días como diferentes, para bien y para mal.

 

Hace unos días miraba un video de Navidad en que las canciones típicas eran cantadas por alguien que aprecio, Andrea Bocelli, acompañado por su familia. Pero el video mostraba una realidad tan distante a aquella de Belén o de Nazaret, que me impactó negativamente. No cabe duda que era hermoso todo aquello, luces y arreglos navideños en una casa de película, en un pueblo de montaña idílico, con la familia unida y vestida de blanco, a la que se sumaban hadas o ángeles con vestimentas blancas y plateadas. Tanta ficción que quizá, como los villancicos, en otro momento de mi vida habría apreciado con una sonrisa, me dejó boquiabierta, pero de extrañeza y rechazo: ¡esa no es la Navidad que celebramos los cristianos! No edulcoremos hasta el empalago una realidad dura, la de hace dos mil años y la actual.

 

Pero no es necesario mirar un video filmado lejos para sentir que hemos traicionado la realidad y el mensaje navideños. Nada tienen que ver con celebrar que Dios se ha hecho uno de nosotros los supermercados atestados de gente y mercadería, con los regalos y las compras compulsivas en las que caemos hasta los contrarios al consumismo, con la obligatoriedad de estar o de mostrarnos felices porque así lo manda el calendario. Tanta pompa, compra y exceso, aunque sepamos que luego viene enero, “el mes más largo del año para los pobres”, son escandalosos. Nos hemos distanciado de lo esencial, aunque en nuestras casas haya pesebres o belenes (mucho más pequeños que el gran árbol iluminado), ya casi nadie recuerda el motivo de la fiesta. Hemos vaciado la fiesta de contenido y nos quedamos con la cáscara, cada vez más opaca e impenetrable.

 

En las conversaciones los temas recurrentes son: “con quién pasas este año”, “cuál será el menú” o “cómo te vas a vestir”. Ya casi ni se va a Misa de Noche Buena, porque a esa hora tenemos que estar preparando los últimos detalles, esperando los invitados o trasladándonos a donde nos han invitado. Corridas, aprontes, cuando no peleas previas en la familia, por tonterías, porque estamos cansados o porque tendremos que reunirnos con quienes poco hemos compartido en el año, “porque así hay que hacerlo”, aunque no tengamos auténtico deseo de confraternizar.

 

Por otra parte, en diversos diálogos más hondos aparece el tema del dolor. Para muchísima gente las fiestas son “difíciles”, son momentos en que las ausencias pesan más. Las ausencias antiguas y las más recientes, sobre todo las definitivas. Hay familias que han sufrido pérdidas este año, por enfermedad, por vejez, por accidentes que arrebatan a niños y jóvenes. ¡Cuántos lugares vacíos en la mesa! Cuántos en esta Navidad saborearán el pan amargo de un duro diagnóstico que les augura un año de grandes incertidumbres. Cuántos ancianos estarán solos en residenciales, con hijos y nietos en el exterior o no, simplemente lejanos. Cuántos padres sin saber dónde están sus hijos, o sabiendo que están hundidos en adicciones. Cuántos jóvenes sin trabajo, sin futuro prometedor, o, por el contrario, prometedor de sombras. Cuántos niños y niñas golpeados por las carencias materiales y afectivas, por el abuso y la violencia.

 

Hay Navidades y Navidades, no todas felices ni todas dolorosas. Todos tenemos experiencia de Navidades junto a un enfermo terminal, o con el vacío aún tibio de una ausencia reciente, Navidades en soledad o fuera de la familia. Asimismo, recordamos algunas muy hermosas, con reuniones alegres y brindis sinceros, con abuelos, tíos, primos, amigos, la casa y el patio llenos de gente entrañable, con la alegría de los reencuentros y de nacimientos. Cuando hay un bebé en la familia, se hace mucho más cercano y palpable celebrar a Jesús como “un niño envuelto en pañales” que llora, que mama, que despierta y abre sus ojitos asombrados ante una sonrisa o un mimo.

 

Es en vano intentar acallar el dolor del mundo, de las guerras, de las violencias, de las hambres de pan y de abrazos con una música navideña, o encender la alegría con luces intermitentes. Sin embargo, acaso sí pueden despertar la ternura, la dulzura de otras navidades con su poder de evocarlas, o, aguijonear la esperanza de que llegarán tiempos más propicios, que el dolor pasará. Puede llegar a sentirse “Paz”, “esa paz extraña que brota en plena lucha como una flor de fuego”, a la que aludía Don Pedro Casaldáliga. Celebramos la presencia de Dios hecho niño. Los niños traen consigo esperanza, augurios, sueños de vida abundante: “vienen con un pan debajo del brazo.

 

Hay Navidades y Navidades, no por mandato social debemos maquillar el dolor propio, de los vecinos, de la humanidad sufriente. Más bien Navidad es tiempo de masticar el misterio del Amor. Del Amor divino: “por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visita el sol como cantara Zacarías y del amor humano que sin duda está presente en nuestras vidas de diversos modos y nos sostiene en el ser, no sólo en el hacer cotidiano.

 

Es hermoso decir y realmente desear “Feliz Navidad”, pero responsablemente, solidariamente, a sabiendas del dolor del mundo, sintiéndolo en las entrañas de misericordia, como lo sintió Jesús, a quien celebramos. “Les ha nacido el salvador del mundo” y es verdad. En tanto cristianos celebramos la venida de aquel que fue capaz de sentir y hacer propios todos los dolores, los de los más vulnerables de su tierra, hasta el dolor de la muerte injusta y del abandonado de casi todos.

 

Quizá ayude a celebrar auténticamente la Navidad, La Misa sobre el mundo de Teilhard de Chardin, que eleva a Dios como pan y vino, en gesto eucarístico, todo lo que se está gestando y todo lo que está muriendo, todo el amor en evolución cósmica y todo el dolor del mundo.

 

“Quiero que en este momento mi ser resuene acorde con el profundo murmullo de esa multitud agitada, confusa, o diferenciada, cuya intensidad nos sobrecoge; de ese océano humano cuyas lentas y monótonas oscilaciones introducen la turbación en los corazones más creyentes. Todo lo que va a aumentar en el mundo, en el transcurso de este día, todo lo que va disminuir -todo lo que va a morir, también - he aquí, Señor, lo que trato de concentrar en mí para ofrecértelo; he aquí la materia de mi sacrificio, el único sacrificio que a ti te gusta.”

 

Sea cual sea tu Navidad este año: “¡Feliz Navidad!”  Recibe el augurio como genuino deseo de bien, compartiendo los sentimientos de Cristo Jesús, como nos invita San Pablo, de aquel que asume toda nuestra humanidad, nuestros dones, límites y dolores para la redención del mundo, por medio de su Amor incondicional.

 

Imagen: "Cuando muera la paz, abrázala, volverá a vivir." Malak Mattar - Artista palestina.

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