16 de Diciembre de 2023
[Por: Juan Manuel Hurtado López]
En una ocasión mi padre me escribió una carta en la que me comunicaba que no iría a la Misa de Cristo Rey a la cumbre de una montaña; Misa que yo iba a presidir, recién ordenado sacerdote. Y me dio la razón: “Aquí los días son malos, llueve mucho, hay ventisca, hace mucho frío y yo ando engripado”. Quiero ahora, 40 años después, tomar esa frase suya para proponer mi reflexión: “Los días son malos”.
Y dejo como fondo la frase del Eclesiastés: “Hay tiempo para todo…tiempo para plantar y tiempo para arrancar lo plantado” (Ecl 3,1-2).
Es angustioso lo que nos toca vivir: los bombardeos continuos de Israel sobre el territorio de Gaza con sus 18,600 muertos hasta ahora, según reportan las Agencias; la guerra contra Ucrania, la desgarradora situación de Nicaragua con esa dictadura de Ortega-Murillo, la elección de Milei en Argentina, la abusiva reacción de la Fiscalía de Guatemala para anular una elecciones presidenciales limpias y democráticas, la terrible violencia que sufrimos en nuestro país a causa del crimen organizado y, finalmente, el despiadado daño a nuestra hermana madre Tierra, por sólo mencionar algunos datos.
Sí, “los días son malos”, como dijo mi padre. Son muchas las borrascas y tormentas que agitan a nuestro planeta, y ahora más con el cambio climático y el calentamiento global.
Al mismo tiempo vemos brotar la esperanza aquí y allá, pequeñas organizaciones solidarias que se preocupan de la tierra y del prójimo. Pero son como esas florecillas moradas muy pequeñas que se dan en el suelo y nadie repara en ello, pero que ciertamente hacen lucir más el verdor del campo.
Como cristianos sabemos que estamos llamados a ser levadura, fermento, sal, luz que vaya haciendo que las cosas, la historia, la mesa, las comunidades, los pueblos, sepan a Reino.
Dice Casaldáliga en uno de sus poemas:
“ Y mira que hay muchos que se cansan de esperar,
Porque la vida se ha puesto muy dura
Y los poderosos siempre aplastan al pueblo.
Y hay muchos que no saben buscar a Dios
día a día, en el trabajo, en casa, en la calle,
en la lucha por los derechos de todos,
en la oración, en la fiesta alegre de los hermanos unidos,
e incluso más allá de la muerte.
(DIOS ESTÁ VINIENDO)
¡Qué verdadero suena este poema de Casaldáliga en el aplastamiento que hace Ortega de su pueblo, expulsando a escritores, sacerdotes, encarcelando a obispos, disparando a manifestaciones de estudiantes!
Pero nos queda la terca esperanza cristiana del Resucitado. Aunque con sus limitaciones, ahí va caminando el Sínodo convocado por Francisco y en muchas diócesis estamos haciendo verdaderos territorios de escucha de los clamores de los pueblos y de nuestra hermana madre Tierra y tratando, desde lo pequeño, de dar respuesta a esos clamores.
Las palabras que nos quedan son: esperanza, solidaridad, unidad, resiliencia. “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin” (Ap 21,6).
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