¿El mejor amigo del hombre?

10 de Diciembre de 2023

[Por: Rosa Ramos]




“…Era nuestro perro, y era la ternura
que nos hace falta cada día más…

Era de los niños y del viejo Pablo,
a quien rescataba de su soledad…”

Alberto Cortés

 

Todos vamos ganando en conciencia de la unidad de la vida, de la interdependencia de todos y de todo en la Casa Común. Muchos adhieren hoy al “transhumanismo”, sin embargo, por mi generación y formación me cuesta y no quiero superar el mejor humanismo, aquel por el que nos sentimos responsables unos de otros en el proceso de humanización.

 

Una escena que presencié hoy -primer domingo de Adviento- en mi barrio me conmovió muchísimo, me embargó una mezcla de ternura y admiración, pero también de dolor. Me movió las entrañas y me ha dejado muy cuestionada.

 

La escena: un muchacho de tantos en situación de calle, dormía esta mañana profundamente, aunque empezaban ya a caer unas gotas de lluvia. Dormía a la intemperie abrazando a un perro, su única propiedad, seguramente, pero mucho más que eso, su único amigo en este tiempo, porque alguna vez habrá tenido hogar, familia, escuela y amigos. Me llamó la atención algo más en esta escena: el perro no dormía, estaba con sus grandes ojos abiertos, las orejas paradas, en situación de vigilancia. 

 

Era media mañana, seguramente el perro sentiría hambre, sed y como es natural, deseos de moverse, de corretear, quizá de ladrar, sin embargo, estaba allí en silencio, dejándose sujetar por el abrazo del hombre. Abrazo protector y cariñoso que devolvía generosamente con su permanencia y vigilancia, seguramente también protectora de su amo-amigo.

 

Es un dicho popular que “el perro es el mejor amigo del hombre”. Se ha hablado de la fidelidad, incondicionalidad de los animales domésticos, especialmente de los perros para con sus amos. En la literatura desde antiguo, los perros aparecen unidos a la vida humana, ligados fielmente a una persona, así Homero en la Odisea relata que el viejo perro Argos es el primero que reconoce a Odiseo o Ulises a su regreso vestido de harapos como un mendigo. Lo reconocerá luego, por una cicatriz, la esclava Euriclea al lavarle los pies, pues había sido su nodriza. Ambos guardan silencio sobre su identidad tras el pedido, con una mirada, del amo. 

 

También en la literatura uruguaya tenemos a “Tilo”, en el famoso relato de Juana de Ibarbourou que comienza así: “En el umbral de mis recuerdos de infancia, guardián y fiel hasta más allá de la vida, está Tilo, mi perro…” Dice que le “enseñó a ser dadivosa a fuerza de quererlo”, y esa fidelidad más allá de la vida aparece en el cuento cuando su ama ya vieja, sin sonrisa, le habla y espera que Tilo la escuche y consuele.

 

Los perros y otros animales han sido incluidos en el ámbito doméstico. O como le propuso el Zorro al Principito, se han domesticado mutuamente, de modo que podríamos decir que comparten sentimientos, actitudes y se “entienden” perfectamente, como vemos en la literatura y muchos saben por experiencia propia.

 

Sin duda los perros rescatan de la soledad, como dice la canción de Alberto Cortés llorando la muerte del viejo perro “Callejero”, tan familiar como independiente, amigo de los niños y del viejo Pablo. Hoy además los perros son adiestrados para acompañar a personas no videntes, y la equinoterapia ayuda muchísimo a niños autistas, con parálisis cerebral y otras dificultades.

 

Pese a todo lo dicho anteriormente y reconociendo esa relación “humanizadora” que puede establecerse entre una persona y un ser vivo de otra especie, yo sigo creyendo que sólo un ser humano puedo ser el mejor amigo de otro ser humano. Al menos a eso creo que podemos aspirar como especie, siendo el hilo consciente y, además, porfiadamente quiero creer, el más sintiente de la creación.

 

De ahí que la escena de esta mañana en parte me dejó admirada, pero asimismo dolida y cuestionada. Estuve a punto de sacar una foto de ese extraño cuadro de solidaridad, si no lo hice fue, en parte, por respeto al muchacho en situación de calle, y, en parte, por temor al perro tan alerta en su defensa. Cuándo no somos capaces de cuidarnos a nosotros mismos ni unos a otros, ¿ocupa ese lugar del cuidado otro ser vivo? ¡Al menos se crea un vínculo salvador!

 

Quien vive en situación de calle, ha perdido lazos firmes y contenedores de la familia y de todo el sistema ciudadano. Cada situación es diferente y compleja, pero hay evidencias de que la persona se ha cortado y también que ha sido soltada por la sociedad. El tejido social se ha roto, está sola y a merced, en aparente “libertad” pero en gran riesgo. Cuándo las personas no nos hacemos cargo de las personas, ¿son los perros quienes asumen el cuidado? 

 

Es claro que las personas necesitamos hablar, entablar relaciones, acariciar, ser alguien para alguien, se entiende entonces que prácticamente todas las personas que viven en situación de calle, “adopten” a un perro callejero. Se les ve acariciarlos y hablarles, jugar, compartir la comida que reciben, pero, sobre todo, podemos observar una relación cuerpo a cuerpo: se prodigan cuidado, cariño y calor. Ese vínculo quizá sea su sentido de vida, por extraño y doloroso a nuestro humanismo que parezca, por eso muchos se niegan a ir a refugios, pues no están dispuestos a dejar a sus perros, de los cuales conocen más fidelidad que de los humanos. 

 

¿Cómo esta escena callejera nos concierne? ¿Cómo nos sentirnos interpelados en este Adviento?

 

El Evangelio de hoy precisamente hablaba de la vigilancia, del estar atentos a la llegada del dueño de casa, que, si traducimos a los valores del Reino que Jesús anunciaba, podríamos decir que se trata de la vigilancia a esos valores y por tanto a las necesidades de los más pequeños y frágiles (Mateo 25, para citar sólo un texto paradigmático). No sólo no sabemos el día y la hora de llegada del dueño de casa -Señor de la historia-, sino que no sabemos bajo qué figura o persona llega, bajo qué necesidad se nos presenta hoy. No mañana, o en último día.

 

Que la nueva conciencia de ser parte de un todo mayor, de estar “interligados en casa común”, y ser sus administradores, no nos exima de ser los mejores y más entrañables amigos de los humanos, porque “nuestra única tarea moral”, como nos lo enseñara el gran profesor de Ética, Javier Galdona, “es hacernos mutuamente personas en la historia” y en el caso de los cristianos animados por “el seguimiento de Jesús”, agregaba Javier.

 

Para terminar, traigo otra escena montevideana, bien diferente, contemplada ayer. En la periferia de la ciudad conocí un “Hogar de Cristo”, bien puesto su nombre por San Alberto Hurtado. Allí estaban muchos jóvenes de un colegio, un sábado, acompañando y jugando con ancianos y enfermos que ya no están en situación de calle, como lo estuvieron; varios varones y mujeres ahora viven allí juntos, dignamente. Tienen también en el hogar un perro, pero otros humanos para conversar y sentirse mutuamente cuidados. Consuela un poco saberlos bajo techo esta noche, mientras seguramente el joven y su perro duermen ya abrazos al raso. 

 

Imagen: https://notibomba.com/wp-content/uploads/2020/09/INDIGENTE-Y-SHAGGY.jpg 

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