Espejitos de colores 

10 de Diciembre de 2023

[Por: Armando Raffo, SJ]




En el imaginario latinoamericano subsiste hasta nuestros días, la idea, la fábula, de que los españoles se valieron de espejitos de colores para “encantar” a los nativos de estas tierras y, de esa forma, avanzar con más celeridad en la conquista que se habían propuesto. El cuento de los espejitos de colores bien puede ser entendido como una metáfora de un dinamismo social que permea toda la cultura occidental que, en última instancia, acaba llevándonos a la superficialidad. Se impone la imagen y el qué dirán por encima de los valores y las apuestas que van configurando la orientación existencial de las personas. 

 

Así como la conquista de “América” habría sido facilitada, por los “espejitos de colores” que “encantaban” a los nativos a través de sus destellos y efímeras reverberaciones, que acabaron con culturas centenarias; la tendencia a cuidar la propia imagen ostentando una felicidad anclada en placeres y experiencias tangibles, acaba esmerilando y diluyendo nuestra identidad. La cultura de la “imagen” que impera en nuestros días, vive de mostrarse feliz de la mano de experiencias placenteras tan sensibles como efímeras. Ese tipo de experiencias son el símil con los espejitos de colores que deslumbran y devuelven flashes de la propia imagen para sumirnos en el solipsismo y la depresión.   

 

Aunque todos sabemos que las personas crecemos y vamos fraguando nuestra identidad en la relación con los otros, también es cierto que ese dinamismo, tan profundamente humano, puede ser abortado o saboteado de muy diversas maneras. Los “espejitos de colores” bien pueden representar ese peligro. Las reverberaciones -experiencias agradables, tan excitantes como fugaces- que encantan momentáneamente dejan, a la larga, un vacío existencial que se traduce en diferentes tipos de depresión. Vivir “encantados” por los brillos que propone la cultura dominante, supone deslizarnos hacia un solipsismo peligroso.  

 

“Dime de qué presumes y te diré de qué padeces” es un dicho que refleja un dinamismo humano muy profundo que tiene un lado positivo y otro negativo. El refrán estaría denunciando una ostentación arraigada en una carencia inconfesada. En el fondo podemos entender la ostentación como los fuegos de artificio que llaman la atención y se desvanecen rápidamente en la oscuridad. Todos sabemos que lo llamativo y efímero no construye historia; ella se construye en el día a día y de la mano del respeto y de encuentros sostenidos con personas significativas, en proyectos mancomunados.    

 

Si bien es cierto que todos crecemos al amparo del reconocimiento de los otros y con los otros, sabemos, también, que es esencial para desarrollo personal y el diálogo profundo y sostenido. Cabe notar que el espejo que siempre son los otros, pueden ser entendidos como una metáfora de las relaciones virtuosas que nos ayudan a delinear la propia identidad. El tiempo, la permanencia, y los otros, son fundamentales a la hora de crecer como personas e ir tallando la propia identidad. Son espejos significativos y auténticos que constituyen un ámbito sano en el que crecer como personas. Bastaría recordar que para “decirnos” solemos apelar a la historia de nuestras propias decisiones. Decisiones que normalmente fueron tomadas con la ayuda y el concurso de otros que, través del diálogo explícito o implícito, fueron faros a la hora de asumir una orientación existencial.   

 

El peligro de sentirnos atraídos por las reverberaciones de los espejitos de colores es que puede arrasar la dignidad de “hijos de Dios”. Quedarnos absortos en la propia imagen acaba encandilándonos al punto de no saber hacia dónde orientar la vida. Bien podemos afirmar que ese mirarnos a nosotros mismos a través espejitos alude a la metáfora de Narciso que enamorado de su propia imagen acabó ahogándose.  

 

Cuando el espejo son los otros de carne y hueso con quienes dialogamos en forma sostenida y a lo largo del tiempo, estamos ante espejos virtuosos, relaciones significativas que nos ayudan a fraguar o construir la propia identidad. 

 

La condición radicalmente dialogal de nuestra existencia puede explicar, también, esa tendencia, casi mecánica, a mirarnos en los espejos con que nos topamos en distintos lugares. Se trata de un reflejo que puede simbolizar la tendencia a mirarnos desde fuera, como situándonos como un “otro” que, últimamente, evidencia la “otredad” como dinamismo esencial para ir tallando nuestra identidad.    

 

Si volvemos a los espejitos de colores y recordamos la trampa en la que, supuestamente, habrían caído los nativos de estas tierras, puede ayudarnos a entender el dinamismo que impera a nivel global. La cultura dominante promueve la tendencia a “mostrarse” y “exponerse” para llamar la atención y, normalmente, manifestar felicidad. De esa manera vivimos encandilados por lo efímero e ilusorio, que, hipnotizándonos, acaban alienándonos y aislándonos.  

 

Todo parece indicar que las redes sociales constituyen el espacio más recurrente para mostrarnos y apreciar los posteos de otros que procuran exhibir una felicidad impostada que bien pueden remitirnos a aquellos espejitos. Es curioso que sean pocas las personas que publican situaciones dolorosas o fracasos de diverso tipo. Muy por el contrario, sobreabunda la pulsión a mostrarse “bien y feliz”, aunque los vacíos avancen oculta y sostenidamente al modo en que lo hace la carcoma. Existe una fuerte tendencia a ostentar nuestros “logros” y “experiencias positivas” que, casi siempre, llevan el sello del hedonismo. Esto, en última instancia, obtura el reconocimiento de los otros como el camino para descubrir la propia dignidad.    

 

Cabe insistir que la cultura que respiramos promueve el hedonismo a como dé lugar y supone, además, que sea exhibido. Por eso, la mayoría de los posteos hablan de experiencias tales como viajes, comidas y espectáculos de distinto tipo. También es común que las personas procuren ostentar y publicar “experiencias sofisticadas y diferentes” tales como bucear en jaulas rodeadas de tiburones, adentrarse en selvas desconocidas y otros muchos etc. Son espejitos de colores que procuran llenar un vacío que se hace más profundo y oscuro cuanto más se procuran.   

 

La cultura globalizada promueve que todos “exhiban” los placeres que “enriquecen” sus vidas y que lo hagan de forma ostentosa. No es por acaso que una de las palabras que más se usa en nuestros días es “disfrutar”. Además, se trata de un disfrute que debe ser visto por otros como una presa que muchos otros no pueden alcanzar. ¡Espejitos de colores! que tienen que ser difundidos en las redes para mostrar una “felicidad” tan pasajera como vacía.  

 

Retomando el punto de partida de esta breve reflexión, cabría preguntarnos si tales espejitos de colores no acaban encegueciéndonos al punto de inhibirnos o impedirnos ver a “los otros” como hermanos. Vale la pena recordar que la palabra “hermano” en su raíz etimológica alude al “brote” de las plantas que son promesa de vida.  

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