El genocidio israelí: ¿suprema expresión del paradigma moderno?

19 de Noviembre de 2023

[Por: Leonardo Boff]




Vamos directamente al asunto. La represalia del estado de Israel al acto de terror del 7 de octubre perpetrado por Hamas de la Franja de Gaza está siendo totalmente desproporcionado. Tenían derecho de autodefensa garantizado legalmente, pero con el pretexto de capturar y matar terroristas pusieron en marcha su sofisticado arsenal bélico. Han destruido cientos de edificios, asesinado a miles de niños inocentes, mujeres y un sinnúmero de civiles. No se trata de una guerra sino de un verdadero genocidio y limpieza étnica, como fue denunciado por el secretario de la ONU António Guterres. El afirmó: “la Franja de Gaza se ha transformado en un cementerio de niños”. Hoy esto ya es consenso entre los mejores analistas y notables humanistas.

 

Ningún organismo internacional y ningún país ha salido en defensa de los desesperados palestinos, revelando una completa insensibilidad, particularmente de la Unión Europea, aliada y acólito de los Estados Unidos. Imbuida del espíritu de poder/dominación, no hace nada, como si fuese propio de la guerra todo tipo de crímenes, inclusive el genocidio, como lo hicieron durante siglos por todo el mundo. El presidente Joe Biden declaró su apoyo incondicional a Israel, lo que equivale a darle carta blanca para que haga una guerra sin restricciones, usando todos los medios. La humanidad está horrorizada ante el cuadro de exterminio y de muerte en la Franja de Gaza.

 

Estamos ante una total irracionalidad e inhumanidad que da miedo. Por más que nos cueste aceptarlo, debemos sospechar, especialmente nosotros que vivimos en el Gran Sur, otrora colonizado y hoy sometido a una recolonización, que el presente genocidio estaría inscrito en el paradigma occidental moderno y mundializado. Este paradigma perdura desde hace siglos y todavía está vigente. ¿Por qué este cuestionamiento tan duro?

 

Sigan el siguiente raciocinio: ¿cuál es el sueño mayor y la gran utopía que daba y todavía da sentido al mundo moderno desde hace más de tres siglos? Era y sigue siendo el desarrollo ilimitado, la voluntad de poder como dominación sobre los otros, las clases, las tierras a conquistar, sobre otras naciones, sobre la naturaleza, la materia hasta el último topquark, la propia vida hasta su último gen y sobre toda la naturaleza en sus biomas y en su biodiversidad. La centralidad la ocupa la razón. Sólo se acepta lo que pasa por sus criterios. Más que el “cogito, ergo sum” (pienso, luego existo) de Descartes es el “conquero, ergo sum”(conquisto, luego existo) de Hernán Cortés, conquistador y destructor de México, que expresa la dinámica de la modernidad.

 

Los Papas de la época, Nicolás V (1447-1455) y Alejandro VI (1492-1503) otorgaron legitimación divina al espíritu de dominación de los europeos. En nombre de Dios, concedieron a las potencias coloniales de la época, a los reyes de España y Portugal “la facultad plena y libre para invadir, conquistar, combatir, vender y someter a los paganos y apropiarse y aplicar para su uso y utilidad, reinos, dominios, posesiones y bienes de ellos descubiertos y por descubrir... pues es obra bien aceptada por la divina Majestad que se abatan las naciones bárbaras y sean reducidas a la fe  cristiana” (P. Sues, A conquista espiritual da América Espanhola, documentos, Petrópolis 1992, p.227).

 

Francis Bacon y Descartes, entre otros fundadores del paradigma de la modernidad, no pensaban otra cosa distinta a los Papas: el ser humano, debe ser “maestro y señor de la naturaleza” que no posee ningún propósito, pues es solamente una mera cosa extensa (“res extensa” de Descartes) puesta a nuestra disposición. Se debe “meter a la naturaleza en una camisa de fuerza, presionarla para que entregue sus secretos; debemos ponerla a nuestro servicio como una esclava” (Francis Bacon).

 

¿Para qué todo eso? Para desarrollarnos y que fuéramos felices, pretendían. La ciencia y la técnica, la tecnociencia, fueron y aún siguen siendo los grandes instrumentos del proyecto de dominación. Para someter hasta la dominación, tenían que descalificar a los sometidos y colonizados: están más cerca de los animales que de los humanos, son sub-humanos. Recordemos la famosa discusión del gran Las Casas con Sepúlveda, el educador de los reyes españoles. Este último sostenía que los pueblos originarios de América Latina no eran humanos y dudaba de que tuviesen razón. Algo parecido afirmó el ministro de Defensa israelí, Y. Gallant, sobre los terroristas de Gaza:  son “animales-humanos y deben ser tratados como tales”. Los nazis comparaban a los judíos con ratones a ser erradicados.

 

El hombre occidental europeo, hijo del paradigma del poder/dominación, tiene una inmensa dificultad para convivir con el diferente. La estrategia habitual es marginalizarlo o incorporarlo o eventualmente, eliminarlo. En esa visión de mundo se debe definir siempre quién es amigo y quién es enemigo. A este se le puede difamar, combatir y liquidar (el jurista de Hitler, Carl Schmitt). No nos admira que los europeos cristianizados provocasen las principales guerras en el continente o en las colonias, causando más de 200 millones de muertos. Su cristianismo fue solo un adorno cultural, nunca una inspiración del Nazareno para una relación fraterna y para una ética humanitaria.

 

Todos, con razón, nos horrorizamos con el Holocausto que llevó 6 millones de judíos a las cámaras de gas de los nazis. Pero veamos el pavoroso Holocausto ocurrido en América Latina (Abya-Yala como la llaman los pueblos  centroamericanos). En nombre de la objetividad de la visión de la razón, eliminó la emoción y el corazón. Esto deslegitimó nuestra dimensión de sensibilidad, nuestra capacidad de afecto.

 

Es el corazón el que siente, ama y establece lazos de cuidado con los otros y con la naturaleza. No se oye el latir del corazón que identifica valores y funda una ética cordial y humanitaria.

 

Bien decía el Papa Francisco en su primer viaje a Lampedusa donde llegaban los fugitivos de la guerra de Oriente Medio o de África: “el hombre moderno ha perdido la capacidad de llorar y de sentir al otro como su semejante”. Como Netanyahu y su gobierno no reconocen la humanidad de los terroristas de Hamás, han decidido prácticamente exterminarlos con los medios letales más modernos. ¿No hemos llegado al extremo del paradigma de la modernidad? Es susceptible de desencadenar una guerra global en la que la humanidad podría desaparecer, junto con gran parte de la naturaleza.

 

¿Cómo salir de este impasse? En primer lugar, tenemos que rescatar los derechos del corazón. No basta el logos, necesitamos también el pathos. Debemos llenarnos de veneración ante la grandeza del universo y de respeto ante el misterio de cada ser humano, hecho hermano o hermana y compañero/a de aventura terrenal. No negamos la razón necesaria para explicar la complejidad de las sociedades contemporáneas. Pero rechazamos el despotismo de la razón. Esta debe ser enriquecida por la razón sensible y cordial. Mente y corazón unidos, pueden equilibrarse mutuamente y evitar las tragedias de las guerras y los genocidios de nuestra sangrienta historia, particularmente este que, horrorizados, estamos vivenciando en Tierra Santa y, en especial, el que se está cometiendo en la Franja de Gaza. Que el cielo oiga el llanto de los niños que han perdido padre, madre, hermanos y hermanas bajo los escombros. Son supervivientes de la gran tribulación (cf.Apoc 7,14) y nos llenan de compasión.

 

*Leonardo Boff escribió Direitos do coração, Paulus, São Paulo 2015.

 

Traducción de MªJosé Gavito Milano.

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