El encuentro de Jesús y la Samaritana

05 de Noviembre de 2023

[Por: Armando Raffo, SJ]




Fruto del encuentro: la mujer samaritana sale a anunciar…

 

“Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber…” (Jn. 4, 10) 

 

Así comienza la respuesta de Jesús a la samaritana después que él le pidiera agua para saciar su sed y a sabiendas de que los samaritanos y los judíos estaban enemistados.

 

 “¿Cómo tú, siendo judío, me pides agua a mí, que soy una mujer samaritana?” (v.9) La pregunta revela una actitud más común de lo que solemos pensar cuando se encuentran personas de distintas culturas, tribus, posturas políticas y otros muchos etc. Cabe notar que como aquellos pueblos estaban dominados por los romanos tendían a subrayar lo propio, es decir, los acentos que les diferenciaban a unos de otros. Todos procuraban reafirmar sus identidades más tribales en medio de la dominación romana. Así miraban más lo que les diferenciaba y no lo que les unía. La situación los puso a la defensiva ante lo distinto que, normalmente, se percibe como amenaza. No es un comportamiento extraño este en medio de situaciones conflictivas entre grupos.

 

Las distancias que generaban esos prejuicios, conformaron el ambiente propicio para que la samaritana no viera a Jesús como un ser humano cansado y sediento, sino a uno que pertenecía a otro bando, a uno que no era de los “nuestros” para, de esa manera, afirmar su identidad en forma un tanto compulsiva y no desde el diálogo y la comprensión. 

 

Cabe recordar, además, que el encuentro de Jesús con la Samaritana ocurre en circunstancias especiales: Jesús estaba volviendo a su Galilea natal desde la Judea porque se había corrido entre los fariseos la versión de que los discípulos de Jesús bautizaban más que el propio Juan. Cuando los fariseos se enteraron de la presencia y actividad de Jesús en Judea, aprovecharon la ocasión para azuzar las diferencias que tenían entre los seguidores del bautista y de Jesús. Se estaría verificando, una vez más, aquel dicho: “a río revuelto, ganancia de pescadores”. Todo parece indicar que Jesús no quiso quedar enredado en esos conflictos y, por ese motivo, habría decidido volver a su Galilea para evitar ofrecer un plato bien servido a los fariseos que ya señalaban la diferencia entre el bautismo de Juan y el de los seguidores de Jesús.  

 

Las diferencias entre unos grupos y otros de la ya dividida Palestina provenían, entre otras cosas, de las diferentes miradas y posturas que habían asumido los judíos en general ante la ocupación de los romanos. Sin darse cuenta y desde la opresión en que vivían, fueron subrayando las distintas identidades -fariseos, macabeos, zelotas, escenios, samaritanos- para, de esa manera, fomentar el cuidado de sus propias posturas en el contexto mencionado. Una vez más se verificaría aquello de “divide y reinarás”. Jesús no cayó en esa trampa y decidió tomar distancia de esos conflictos volviendo a su provincia natal. Fue yendo de Judea a Galilea que Jesús se sienta al borde de un pozo de agua mientras sus discípulos procuraban comida en algún pueblo cercano. 

 

Desde ese contexto histórico y social hemos de acercarnos al encuentro de Jesús con la samaritana. Cuando ella llega a sacar agua del pozo se encuentra con un galileo cansado y sediento que le pide un poco de agua, mostrando su necesidad, dado que él no tenía como sacarla. Teniendo en cuenta lo antes dicho, era de esperar que ella se escandalizara y señalara las diferencias que los separaban: “Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.” (v.9) y “Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana? (ibid) Jesús no se intimida ante su respuesta, sino que comienza a hablar de algo que no alude a las diferencias que mantenían entre aquellos pueblos, sino que plantea una perspectiva más universal y entrañablemente humana. 

 

Bien se puede decir que recién en ese momento comenzó el diálogo que, bien llevado, rompe barreras y descubre novedades insospechadas.  Pese a la actitud de la samaritana, Jesús no se intimida y avanza en procura de entablar un diálogo más profundo y lo hace ofreciendo un agua que calma la sed para siempre y promete vida abundante. Como era de esperar, la mujer le solicita “esa agua” como si se tratase de algo mágico. 

 

Jesús no le recitó doctrinas ni credos, sino que le ofreció su propia experiencia y le habló de su relación con el Abba que le sostenía y orientaba en su afán de llevar vida abundante para todos. Jesús compartió su propia experiencia personal y el sentido que calma la sed de vida en abundancia que aquieta y serena el alma. Jesús la invita a beber del agua viva que le ofrece sabiendo que calmaría su sed profunda.  Por eso, ya no era necesario seguir buscando maridos para calmar la sed que la llevaba a abrevaderos contaminados, que no podían saciar su sed profunda.  

 

El diálogo que mantuvieron fue muy liberador para ella ya que pudieron hablar de la vida que ella llevaba y sobre los fracasos que había sufrido: “Bien has dicho que no tienes marido, porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo…” (v.18) La Samaritana se dió cuenta que estaba ante un profeta, es decir, ante alguien que tenía la autoridad para hablar en nombre de Dios. 

 

A partir de ese momento Jesús le habló del agua que aquieta la sed profunda de todo ser humano. Más aún, bien podemos decir que la palabra y la verdad en la que iba fluyendo el encuentro, fue aliviando su sed y, también, le ayudo a asumir su propia verdad, no ya para incriminarse, sino para abrirse a una vida nueva. Sin dudas, ella fue notando que su sed profunda se iba aquietando al mismo tiempo que se iba abriendo a una nueva forma de orientar su vida. 

 

Ya podía comentar a los suyos que Jesús: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. (v.39) Ello quiere decir que la samaritana pudo hablar sobre su vida sin sentirse juzgada ni despreciada. Ella pudo hablar de los abrevaderos que le habían llevado por caminos equivocados. Ya podía diferenciar el agua física del agua espiritual. El diálogo fue tan sanador para ella que, además de encontrar la paz, se convirtió en una mensajera, en misionera.

 

La inquietud radical que experimentaba la samaritana, la había llevado hacia abrevaderos inadecuados. Dialogando con Jesús fue encontrando la paz y la serenidad que antes había buscado en lugares equivocados. El encuentro con Jesús la convirtió en mensajera del mensaje de Jesús para los samaritanos. No en vano llega a decir: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho” y luego deja caer la pregunta: “¿No será el Cristo?”  Su prédica los atrajo: Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo lo que he hecho” (v.39)  

 

El testimonio de la samaritana fue tan contundente y comprometido que indujo a que los pobladores de aquel lugar pidieran ser bautizados por Él y también le pidieron que se quedara con ellos para compartir su vida y su mensaje. De hecho, el texto dice que: “Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos y se quedó allí dos días...” Fueron muchos más los que creyeron por sus palabras y a tal punto que le decían a la samaritana que no creían por lo que ella les había contado, sino por lo que ellos mismos habían experimentado en el encuentro con Jesús. 

 

La bendición que experimentaron en el encuentro con Jesús llevó a que muchos samaritanos llegaran a confesar a Jesús como salvador del mundo. (v.42).

 

Imagen: https://ar.pinterest.com/pin/541487555200524079/ 

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