Podemos ver las espaldas de Dios

15 de Octubre de 2023

[Por: Rosa Ramos]




Dijo Dios a Moisés cuando le pide verlo:

“…Y al pasar mi gloria, te pondré en una hendidura de la peña

y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado.

Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas;

pero mi rostro no se puede ver” (Ex. 33, 22,23)

 

¡Nosotros hemos visto a Dios en las opciones y acciones de Jesús de Nazaret!, como se lo hace notar a Felipe (Jn. 14, 9) también sabemos que mora en nuestros corazones, que Dios es más íntimo que lo más íntimo en nosotros. Pero, sin embargo, en su ser trascendente no permite que nos apropiemos y lo manipulemos a nuestro antojo. El profeta Isaías alega contra el pueblo de Israel, su permanente tendencia a creerse dueño y ponerlo a su servicio, o creerse sirviéndolo y negándolo con sus actitudes. “Este pueblo me alaba con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Is. 29, 13, que retoma Jesús según San Mateo)

 

Podemos reflexionar sobre estos temas trayéndolos al presente y a nuestra cotidianidad un tanto distraída o (mal) acostumbrados a ser “católicos” demasiado instalados. ¿Deseamos ver a Dios como Moisés, o con esa sed de la que hablan los salmos? ¿Nos dejamos sorprender por Dios? ¿Reconocemos su presencia y “sus espaldas”?

 

Un dicho frecuente es “éramos tan felices, que no nos dábamos cuenta que lo éramos”, suele decirlo una familia al perder a un ser querido, o un adulto al recordar etapas anteriores. Nos acostumbramos a todo lo que tenemos o se nos da a diario ya sea materialmente o afectivamente, a todo el bien que nos rodea, el sol, la salud, el alimento cotidiano, los libros, a ver a los seres queridos, a contar con los amigos y/o con la comunidad. ¡Hasta nos acostumbramos a la fe y podemos olvidar agradecerla y cultivarla!

 

Cuando de un modo u otro nos faltan esas bendiciones, es que las añoramos y lamentamos su ausencia o hasta nos sentimos profundamente heridos y ofendidos. Muchas veces vivimos con el síndrome del hijo único que todo lo cree “debido”, “merecido” y se enoja o encapricha cuando lo que cree que le corresponde por derecho propio se le escapa de las manos. También los cristianos podemos estar desatentos a la Presencia discreta de Dios que es continua pero que se hace presente de modos especiales y ¡no nos damos cuenta! al menos hasta que pasó y reconocemos "sus espaldas”.

 

Hay situaciones muy especiales, por ejemplo, una amiga que hace casi un año vivió un accidente terrible, en el que “por milagro” no perdió la vida y poco a poco fue recuperando todas las funciones. Un accidente que, dadas las características, lo normal hubiera sido la muerte o, acaso, una sobrevida muy limitada. Si bien no puede recordar nada del accidente y poco a poco va recuperando nuevos fragmentos de su historia, en este caso, lo maravilloso es que ella es consciente, vive en continua acción de gracias por el regalo de la vida, el amor de la familia y por cada “bendición".

 

Este tipo de experiencias tan trágicas u otras, como tener un hijo con serios problemas de salud, contribuyen a vivir atentos a los regalos de la vida y a ese paso de Dios bendiciendo, cuidando, sosteniendo, día a día. La fragilidad puede volverse bendición o atraer bendiciones especiales, como la unidad de la familia, la incondicionalidad de amigos que se hacen cargo acompañando cuerpo a cuerpo, haciendo suya la causa de “sacar adelante” esa vida para que puede alcanzar la máxima calidad. Acá estoy pensando en varios niños que conozco con severas lesiones cerebrales y todo el amor y “complicidad” en el mejor sentido, que provocan a su alrededor.

 

Allí vemos las espaldas de Dios, podemos darnos cuenta de su Presencia y preciosos dones. No pongo nombres, aunque estoy tentada de hacerlo, para dejar que los lectores pongan aquellos que les son cercanos. En esa cercanía solidaria, en ese apiñarse y ser uno por la vida, vemos “la gloria de Dios” que quería ver Moisés, o sentimos la brisa que conmovió a Elías, tras esperar ver a Dios en manifestaciones portentosas. Claro que este “ver” o “sentir” no es automático, ni inevitable, es posible si cultivamos la atención, la escucha, la sensibilidad espiritual.

 

Hay otras situaciones especiales, como los gestos generosos en los barrios carenciados donde los vecinos se acompañan y organizan en medio de enormes dificultades, agravadas por la creciente violencia fruto del narcotráfico y la fractura del entramado social. También gestos profundamente humanos que son inmortalizados en registros gráficos (o en la memoria de los presentes) en situaciones de guerra, que tristemente abundan, allí también podemos percibir a Dios. Mientras muchos se preguntan: ¿dónde está Dios?, desde nuestra fe decimos que está en lo que de humanidad resta fielmente, en medio del caos y la violencia.

 

Así lo aprendimos de Jesús, de sus gestos, palabras y cercanía tan tierna como humilde, que prodigaba cada día para mermar el dolor de tantos en una sociedad y situaciones difíciles, ya fuera por el dominio romano, ya fuera por la dureza de corazón de los fariseos, dureza en nombre de la religión. Precisamente en ese estilo de vida, en ese “pasar haciendo el bien”, en ese tocar enfermos, mujeres, niños y todo tipo de vulnerables, se veía el rostro de Dios. Algunos lo vieron con sus ojos, pero lo reconocieron realmente después de la Pascua. Porque no es fácil ver el rostro de Dios o reconocerlo, en general es “después que pasa” que somos capaces de darnos cuenta.

 

En la cotidianidad es preciso estar atentos, si lo estamos, nos sorprendemos y maravillamos, pues Dios, que no se deja vencer en generosidad, pasa continuamente dejando su estela, su perfume. Hay “gracias” dichos no por formalidad, sino con tanta autenticidad, con un abrazo o mirando profundamente a los ojos aún a distancia, que pueden hasta emocionarnos al darle “pica” a Dios. ¡Y qué decir de la bendición de los pobres! Merecería un artículo entero. Cuando quien no tiene otra cosa para darnos, para devolver un regalo o gesto de amor, cuando ni siquiera sabe quienes somos o por qué nos acercamos y nos dice desde el alma “Que Dios te bendiga”, nos regala su fe, su única riqueza, su único sostén. Las espaldas de Dios, entonces, fulguran ante nosotros. Realmente nos llega a lo más profundo esa bendición desde donde o desde quien no lo esperábamos.

 

Volviendo a la cita del libro del Éxodo, capítulo 33, en que Moisés desea ver la gloria de Dios, y ya leímos su respuesta, quizá sea iluminador en este tiempo en que los cristianos esperamos también, quizá con demasiadas expectativas, ver la gloria de Dios en el Sínodo que está teniendo lugar en Roma. Esperemos con humildad y paciencia, pues probablemente, ojalá, veremos sus espaldas una vez que termine el mismo y decanten las emociones encontradas. Es prematuro aventurarnos ahora sobre este tan importante acontecimiento eclesial.

 

Imagen: https://cvclavoz.com/wp-content/uploads/2023/07/Acaso-piensas-que-no-podemos-ver-a-DiosW2.jpg

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.