Una aproximación a la parábola del trigo y la cizaña

02 de Octubre de 2023

[Por: Armando Raffo, SJ]




“El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo…” (Mt. 13,24)

 

La parábola de la buena semilla que fue plantada por un hombre en su campo habla de la realidad humana tal y como la conocemos. No somos angelitos ni nada que se le parezca. La parábola insinúa que ya desde el comienzo –origen- que un hombre plantó “buena semilla –de trigo” y que un enemigo sembró cizaña entre el trigo. No parece descabellado pensar que se está aludiendo el mismo comienzo de la creación cuando se afirma que: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien.” Cabe notar que en los mismísimos comienzos se narra “la caída” o lo que conocemos como el pecado original. Esto quiere decir que ya en el “principio” el amor de Dios estaba plasmado y desplegado en la creación, aunque, también, en ese mismo tiempo, emerge lo que llamamos el pecado original protagonizado por el ser humano. De esa manera, ya se esboza una explicación del mal que atraviesa toda la historia. 

 

El relato del Génesis, además de revelar la voluntad benéfica de Dios cuando afirma que: todo –lo que había hecho- estaba muy bien, procura explicar lo que es patente, la “mezcla” de bien y mal. Según el relato, el ser humano aparece renegando o despreciando su estatura óntica, por medio de un tercero, que, siendo de rango inferior –la serpiente-, es capaz de seducirlo. Bien podemos intuir una alusión a eso que llamamos nuestra “condición humana” que, ostentando semejanza con Dios, también recuerda la finitud que habríamos de reconocer como una invitación a ser y a crecer con otros.  Aquellos seres, hechos a imagen y semejanza de Dios, estaban radicalmente invitados a llevar bendición a la creación entera: “Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien.” (Gen. 1,31). En ese contexto aparece la serpiente hablando de limitaciones inexistentes. Únicamente se prohíbe desconocer la existencia del bien y el mal.  No se puede manipular ni jugar con el árbol “del bien y el mal”.  

 

Como sabemos, el relato bíblico comienza desvirtuando la prohibición: “¿Cómo es que Dios les ha dicho: no coman de ninguno de los árboles del jardín?” (3,1) Esto es lo mismo que decir que no se puede jugar ni manipular lo que es bueno y lo que es malo para el ser humano. Toda vez que se pierde o se desdibuja esa línea divisoria, el ser humano se deshumaniza. 

 

Más allá de cómo se entienda esa seducción y todo lo que ello supone a nivel antropológico, lo cierto es que el relato evangélico subraya la existencia de la cizaña desde el comienzo. Por ello, bien podemos relacionar la cizaña con el pecado de origen. Se rechaza la limitación propia del ser humano que, dicho sea de paso, supone la negación de los otros y se obtura la posibilidad de crecer en el amor. La tentación, pues, consiste en no asumir el regalo que entraña nuestra condición humana como desafío intrínseco a ser con otros y a crecer desde la propia limitación. El pecado original al negar la limitación propia del ser humano, le inhibe para asumir la vocación que se insinúa ya en la propia conformación del ser humano: ser y crecer con otros. 

 

El demonio –representado en la serpiente- exagera la limitación propia del ser humano, al mismo tiempo que alienta el deseo de ser “como dioses”, es decir, sin límites y, necesariamente, autorreferentes. Ello entraña desconocer el don de Dios y la misión que ello implica. (Cita anterior: 1,31) 

Cuando los servidores de la parábola se asombran de la emergencia de la cizaña, proponen arrancarla.  El sembrar no lo permite, antes bien, apela al tiempo para que vaya creciendo el trigo y se pueda percibir con mayor claridad tanto el don de Dios como aquello que destruye la vocación humana. Con otras palabras, bien podemos suponer que Jesús rechaza la violencia para resolver los problemas que tenemos los seres humanos. 

 

Esto nos conduce a pensar que la historia no evoluciona a golpe de violencias de distinto tipo, al menos en el plano individual, sino confiando en la buena semilla que ya está plantada en nuestro ser. Pero quizás lo más importante a subrayar sea que Jesús no quiere que nada se pierda. Confía en que el tiempo, ya sembrado con buena semilla, dará sus frutos. ¡Ningún grano de trigo se puede perder! El tiempo es necesario. Por ello viene a tono una frase de Heidegger recuerda la importancia del tiempo: “El “ser ahí” tiene que “llegar a ser” él mismo lo que aún no es. Para poder definir, entonces, por comparación el ser del “aún no” del ser ahí, es necesario tener en consideración “el entes”, la posibilidad inherente de “llegar a ser”.[1]

Esos entes cuya forma es “llegar a ser” somos los seres humanos a nivel individual y también a nivel de la humanidad. El camino es tortuoso porque la cizaña está imbricada en toda empresa humana. No parece apropiado apelar a la violencia para arrancar la cizaña porque ello, además de desconocer el tiempo necesario para llegar a cosechar el trigo, con las derivas conocidas de violencias que al modo de tsunamis sociales acaban con millones de seres humanos que padecen hambre, genocidios, hambrunas, desastres ecológicos e injusticias de distinto tipo y que también destruyen muchas culturas. 

 

La tentación de acudir a la violencia siempre está a la mano. No obstante, siempre hemos de tener en cuenta que hacer el mal en pos de un bien posiblemente venidero, no parece el camino que propone Jesús. Baste recordar que bien pudo zafar de la cruz o, incluso, levantar una revuelta sangrienta que acabaría en muerte y destrucción de todo tipo. 

 

No arrancar la cizaña implica no acudir a la violencia para resolver los problemas hondos que padece la humanidad. ¡Hay que sembrar trigo y cuidarlo con el mayor de los esmeros! Y también es cierto que hay que encontrar formas civilizadas de frenar a los que pueden caer en la tentación de resolver los problemas de la mano de la violencia. Más allá de las situaciones coyunturales, importa recordar que no se puede perder el trigo y que el tiempo se hace imprescindible esperar el tiempo de la cosecha, tanto a nivel personal como colectivo. 

 

Imagen: https://i0.wp.com/elevangeliodeandarporcasa.net/wp-content/uploads/2020/08/Evangelio-apc-El-trigo-y-la-ciza%C3%B1a-cabecera.jpg?fit=1600%2C1067&ssl=1 

 

 

[1] Heidegger, Ser y tiempo, ed. Fondo de Cultura Económica, 1980 Argentina, p. 266

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