La belleza oculta que podemos descubrir

02 de Octubre de 2023

[Por: Rosa Ramos]




“Puede ocurrir -y a veces con frecuencia- que

uno se sienta como despellejado

sin la barrera de la piel, en contacto directo

en carne viva, a nervio desnudo

con el extraño ser de la belleza…”

Circe Maia

 

De tesoros escondidos en un campo y de perlas finas tenemos parábolas en el Evangelio. No así de amatistas violetas muy brillantes, ocultas en una gran geoda de color oscuro, poco atrayente hasta que alguien las abre y descubre, pues no eran conocidas por Jesús en su tierra. De haberlas conocido, se habría impactado y hasta puesto de ejemplo a sus contemporáneos. Estas piedras abundan en el norte de Uruguay y en el sur de Brasil, si bien hay yacimientos en otros sitios.

 

Algunas son de gran tamaño, más de dos metros de altura. Esta de la imagen se parece a un enorme cofre, tiene un diámetro mayor a un metro y realmente es impactante la belleza de su corazón, más aún si la rodeamos y vemos su exterior muy tosco, nada atractivo. Pienso en los excavadores, al igual que el mercader de perlas finas de la parábola, es necesario ser experimentados conocedores para detectarlas y buscar en su interior (abriéndolas) ese tesoro de belleza oculta por milenios.

 

Contemplar de cerca estas enormes y bellísimas amatistas, provoca algo de lo que dice el poema de Circe Maia, la piel se eriza, el estómago tiembla, puede ser por la energía que irradian -según algunos- o simplemente por el asombro ante tanta belleza que estuvo allí escondida y ahora está aquí ante nuestros ojos y sensibilidad “en carne viva”. El asombro hace que el tiempo se suspenda, o nos detenga largo rato, para contemplarlas a distancia prudencial. Luego tímida y delicadamente las tocamos, para sentir su geometría, palpar las aristas de esas puntas brillantes.

 

¿Cómo no pensar en otras bellezas que podemos descubrir si nos detenemos, si damos tiempo al tiempo? Kant se maravillaba del cielo estrellado, le imponía enorme respeto y admiración, tanto como descubrirse un ser con capacidad racional y moral. No cabe duda que el firmamento estrellado, y particularmente en una noche de verano, es imponente en su belleza y majestuosidad, así también las “maravillas” paisajísticas o las creadas por manos humanas, que hasta se enumeran y otras llegan a ser declaradas “patrimonio universal de la humanidad”.

 

Personalmente me impactan muchísimo las bellezas más inaccesibles, como las que nos mostraba el biólogo marino Jacques Ives Cousteau Un mundo increíble y desconocido en los mares hasta que se adentraba en su intimidad con una cámara y nos lo compartía. Es lo que me sucede al ver estas geodas tan bellas portadoras de formas y colores tan diferentes que sólo se aprecian cuando se pone al descubierto su corazón. La ciencia y la tecnología nos permiten hoy asombrarnos “desocultando” (en el sentido griego de aletheia) cómo circula la sangre, con su carga preciosa, en un ser vivo, o cómo se encuentran un óvulo y un espermatozoide entre tantísimos que “nadan” presurosos.

 

Ciudades, obras artísticas tan diversas, paisajes, firmamento, mares con su vida, impresionantes orquídeas y prados con pequeñas florecillas silvestres… ¡tanta belleza por doquier! También hay rostros, hay cuerpos, hay gestos, que atraen y seducen a primera vista; de algún modo se imponen a todos o a mayorías. Sin olvidar que los modelos de belleza son culturales, que se cultivan ciertas estéticas y descartan otras, en nuestro tiempo movidos por la publicidad.

 

Insisto en que me subyugan las bellezas a descubrir que suponen búsqueda, atención, escucha, aguzar la mirada interior, tiempo… Esto lo encuentro especialmente en las personas, en sus historias, en sus itinerarios vitales a veces sinuosos. Hay bellezas a descubrir más allá de los rostros o de los cuerpos armónicos, hay belleza en las vidas de personas de todas las edades y hasta estados de salud, también en vidas inaparentes (como las oscuras piedras cerradas), incluso fracasadas o “no estándar”. Si con la paciencia y el amor de los descubridores de tesoros, nos atrevemos a entrar a las profundidades humanas, allí encontraremos esa belleza inmarcesible capaz de conmover hasta las lágrimas y sobre todo de “abuenarnos”, de reconciliarnos profundamente con la maravilla más honda de la vida.

 

Hay bellezas expuestas y bellezas escondidas pudorosamente en el silencio de la tierra y de la historia. Pareciera que estas enormes piedras esperan pacientes a ser descubiertas, quizá por eso me mueven a pensar en la eternidad de Dios. Dios no tiene “entrañas impacientes”, parafraseando a González Buelta, como nosotros. Dios es rico en tiempo y su comunicación es gradual, a medida humana y con lenguaje humano, como dice la Constitución Dei Verbum, hasta llegar al tiempo propicio. Asimismo, la belleza del Evangelio es discreta, para descubrirla y aceptarla hay que adentrarse en su hondura, o envolverse en su dinamismo de relaciones nuevas. Y aún así necesitamos del mismo Espíritu de Dios (Jn. 16, 13) que progresivamente nos ayude a ir más allá y aliente al compromiso de no quedarnos en la superficie y ahondar en las relaciones que humanizan.

 

Cabe preguntar, llegados a este punto, ¿qué es lo que más nos habla de Dios?, ¿dónde vemos más clara su huella? ¿en la belleza que estaba allí callada -sea en las entrañas de las piedras o en el corazón de las personas o colectivos humanos con sus historias-, en espera de ser descubierta con ojos de asombro?, ¿o en la capacidad de asombro, de maravilla, propia de los seres humanos, ante la belleza, ante el bien, ante la verdad?

 

Dejo planteadas las preguntas y animo a pensarlas para dar la propia respuesta, en cualquier caso, creo que Dios anda metido en estos asuntos y se nos comunica.

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