Cuando el dolor llama a la puerta

24 de Agosto de 2023

[Por: Juan Manuel Hurtado López]




Hace un par de días murió una amiga mía de muchos años, a causa de una falla renal. El padecimiento venía de 18 años atrás, y en los últimos días se agravó y no hubo ni tiempo ni posibilidad de un transplante de riñón que le hubiera salvado la vida.

 

Ante esta separación repentina de un ser querido, el dolor estalló de inmediato en su familia y en sus amigos que la queremos. El dolor llamó a nuestra puerta. El dolor se nos metió por todos los poros de nuestra piel. Muchas lágrimas, abrazos,  flores y oraciones cubrieron su despedida. Pero el dolor estaba ahí y no se iba.

 

El dolor tiene en sí muchos rostros: desasosiego, incertidumbre, inquietud, soledad, desesperación en algunos, constancia, terquedad. Pero al vivirlo en unión con su familia, descubrí en mí y en otras personas que el dolor tiene también un rostro liberador. Es decir, la separación física de la persona que amamos, refuerza y universaliza, libera para siempre el cariño hacia la persona y la presentiza de manera irrevocable, tan fuerte o más como su partida.

 

Es una liberación que se experimenta como libertad ante lo que ata, lo material: lo que se toca, lo que se ve, lo que se oye. Ahora sentimos fuertemente que nadie puede arrancarla de nuestro corazón. La dimensión del espíritu en el cariño es más segura y permanente, más liberadora en el ser humano.

 

Este sentimiento de liberación ante el dolor experimentado, al final produce paz y una discreta alegría, gozo de la certeza.

 

Jesús lo decía de alguna manera a sus discípulos: “Lázaro ha muerto. Y me alegro por ustedes de que no estuviéramos allí, para que crean” (Jn 11,15). Y más adelante: “…Jesús, al ver que lloraba (María) y que también lloraban los judíos que habían venido con ella, se conmovió profundamente y se turbó (Jn11, 34) Y más adelante, dice San Juan: Y cuando llegaron al sepulcro, “Jesús lloró” (Jn 11,35).

 

Llorar como experiencia humana, el dolor ante la muerte del amigo, estremece el espíritu como en Jesús, pero al mismo tiempo produce esa liberación del espíritu.

 

En el sermón de la última Cena, en su despedida, en su regreso al Padre, Jesús exhorta a sus discípulos a la alegría: “Pero ahora voy a tí y digo estas cosas en el mundo para que en sí mismos tengan mi alegría en plenitud” (Jn 17,13).

 

Despedida de este mundo y alegría pueden ir juntos, pero en medio está el dolor con su función liberadora, purificadora.

 

Creo que muchos de los ahí presentes, sobre todo en la Eucaristía de esta amiga, algo de esto pudimos experimentar. Y así como el dolor se metió a nuestra piel y a nuestro ser por la muerte de esta amiga -el dolor con sus muchos rostros- también se presentó su aspecto liberador: asegurar para siempre su presencia y su cariño en nosotros.

 

Imagen: https://www.freepik.es/fotos-premium/sola-lagrima-rodando-rostro-estoico-capturando-esencia-tristeza-o-dolor_52348334.htm 

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