13 de Agosto de 2023
[Por: Armando Raffo, SJ]
“Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: Ahí tienen un comilón y un borracho.” (Mt. 11, 18) La frase del Evangelio de Mateo tiene todo lo necesario para pensar que se trata de una “ipssísima verba Iesu”, es decir, de una expresión que el propio Jesús habría pronunciado en su tiempo y que revela su indignación ante la cerrazón de sus interlocutores. Cabe decir que esa cerrazón no alude a un grupito pequeño o a algunos de los que le habían escuchado. Se trata de una expresión emergente de la cultura dominante de aquella época. No eran algunos que se resistían a percibir la novedad que se estaba ofreciendo en la persona de Jesús, sino de un “status quaestionis”, de un preconcepto cultural que les impedía reconocer la novedad que Jesús se estaba ofreciendo.
Bien podemos afirmar que todos somos cultura, que crecemos y nos formamos en base a preconceptos, pautas y valores que se consideran evidentes al punto de llegar a naturalizarlos. Para nuestro propósito, vale la pena recordar aquella frase que reza: “esto siempre se hizo así” o, “esto es así”, cuando se trata, en realidad, de procesos culturales que bien podrían haber sido de otra manera. Las diferentes culturas son un testimonio palmario de ello. Ahora bien, también es cierto que al interior de las distintas culturas nos topamos con posturas o valoraciones culturales que no se pueden cuestionar porque son percibidas como amenazas a la propia identidad de los pueblos. En ese contexto, no es fácil introducir alguna novedad porque no se la percibe como un aporte sino como una amenaza que podría desdibujar la identidad de los involucrados.
Entiendo que J.B. Libanio tuvo una mirada muy aguda cuando dijo que: “Una sociedad completamente secularizada, racionalmente transparente para sí misma, sin ninguna alteridad como referencia, sería conducida por la lógica de la pura racionalidad al totalitarismo y las personas podrían ser presa fácil de la manipulación. [1]
Aunque las diferencias con la sociedad de la época de Jesús son muchas, ya que nada tenía de secularización, muy poco de racionalización ya que la fe sostenía la vida y la esperanza de los judíos, también es cierto que después de vencidos los macabeos y todo el sufrimiento que eso supuso para el pueblo en general, muy probablemente la consigna cultural fue callar y no hacer olas. Eso quiere decir que estaban cerrados y a la defensiva con respecto a todo lo que pudiera llevar a cambios importantes.
La frase de Jesús refleja indignación ante el temor del pueblo que, sin saberlo, estaba atenazado por el miedo a causa de los sufrimientos padecidos. Cabe recordar, además, que en aquella época los judíos estaban dominados por los romanos y que esa opresión los llevó a refugiarse en sus costumbres más domésticas y en su religión para preservar su identidad. La consigna inconfesa era “no hacer olas” para que pudieran salvar algunas dimensiones de sus vidas y costumbres.
Cabe notar, por otra parte, que los romanos, ya acostumbrados a conquistar pueblos varios, sabían cómo lidiar con ellos para tenerlos sumisos al mismo tiempo que permitían algunas libertades en determinadas áreas de la vida y no otras. En ese contexto, no es extraño que los judíos fuesen muy precavidos ante los profetas que llamaban, de una manera o de otra, a salir de aquella opresora situación. Desde los sufrimientos padecidos, no es extraño que no se atrevieran a cuestionar el régimen impuesto por los romanos con el propósito de mantener ciertas libertades permitidas. Para mantener cierta cohesión entre ellos necesitaban preservar las pocas libertades que tenían y no hacer olas. De esa manera podían mantener algunos ritos, espacios acotados de gobierno y defender algunos dinamismos culturales que sostuvieran, de alguna manera, la identidad del pueblo.
En ese contexto, los profetas eran mal vistos por considerarlos peligrosos. Esa circunstancia explica que los judíos de aquella época fueran refractarios a los profetas tales como Juan el bautista y el propio Jesús. Si nos detenemos un poco en el texto citado de Libanio, podemos ver que el punto central de su argumento es la falta de una alteridad referente, que sea un ancla que despierte la libertad y genere la autoridad capaz de cuestionar los sistemas y despertar la creatividad necesaria para acoger la vida que Jesús nos propone.
Bien podemos afirmar que cuando no estamos abiertos y dispuestos, por los motivos que sean, a escuchar las insinuaciones del Espíritu y los gemidos de los pueblos, siempre encontraremos las excusas para no salir de dónde estamos. El diálogo y la escucha son fundamentales para avanzar como seres humanos a nivel individual y colectivo. En el fondo esa fue la queja de Jesús. No querían oír a nadie, aunque fuesen, según las categorías de aquella época, dos profetas que habían sacudido el avispero.
Tanto Juan el bautista como el propio Jesús fueron rechazados y ajusticiados porque sus propuestas implicaban un compromiso cuyos riesgos no estaban dispuestos a asumir. La ideología (y comodidad) que imperaba en el pueblo les impedía abrirse a la novedad que Dios les ofrecía en las personas de Juan y Jesús.
[1] J.B. Libanio, “Teología de la revelación a partir de la modernidad”. Ed. Dabar, México, 1992 p.98
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