Aceptar y celebrar el gozo, ¡es justo y necesario!

13 de Agosto de 2023

[Por: Rosa Ramos]




“La vida es bella, bella, bella,

¿Quién puede herirla en su primavera? ¡Válgame Dios!

La quiero en cada cosa pequeña,

en cada herida que me desvela, o en esta flor…”

Teresa Parodi

 

En el artículo anterior planteaba la necesidad de aceptar el dolor cuando es inevitable y en este procuraré escribir sobre la otra cara de la moneda. Pues motivos sobrados tenemos a lo largo de nuestras vidas -y hasta en el mismo día- para condolernos y para celebrar: de gozos y angustias está tejida la historia humana -espacio-tiempo que construimos- desde sus albores hasta la parusía.

 

Existe el peligro de hundirnos en el dolor sin alzar la vista y el corazón para sonreír, para agradecer lo bueno y bello. También existe el peligro de acunarnos cómodamente en un pretendido derecho a la felicidad, indiferentes a los dolores de este difícil parto de la humanidad. El primer peligro raya en el victimismo o en un masoquismo; el segundo corre el riesgo de la superficialidad y la insolidaridad. ¿El sendero del medio?, según el planteo de las virtudes del gran Aristóteles, ¿o los principios del pensamiento complejo de Edgar Morin, que proponen asumir los contrarios sin eliminarlos ni negarlos? Sin duda hay una sabiduría acrisolada en las experiencias y una meditación profunda en estas y otras propuestas filosóficas. También en las religiosas.

 

El dolor existe y “la fe no es morfina”, se trata sí, como decía Etty Hillesum y citábamos en la entrega anterior, de “salvar un pedazo del alma intacta, a pesar de todo” o de “mantener la fragancia de nuestras vidas”, confiando en que más allá del sufrimiento que se impone, el mismo “no impide que la vida sea bella”. De ahí que aceptar, afrontar y superar el dolor inevitable, sea necesario en el proceso de humanización que compartimos.

 

El gozo existe asimismo ¡y merece ser acogido y celebrado! Son tantos los signos de vida, de bien, de luz, de belleza… que nos sorprenden una y otra vez, ¡innumerables veces!, en cualquier circunstancia, incluso en medio del dolor, si estamos despiertos y atentos. No son meras palabras decir que “la vida vence a la muerte”, “la vida puede más”, “la primavera no faltará a la cita”, “la vida es bella, bella…”, “siempre es posible recomenzar, la vida no se da por vencida”, “amanece, que no es poco”, “todo cambia, pero no cambia mi amor…”, “hoy es un día inolvidable”, “todo vale la pena, si el alma no es pequeña”, “las pequeñas historias, como el amor, permanecen”, “el amor nunca pasará” y tantas expresiones más, de gente común o de poetas que recogen la experiencia...

 

No son meras palabras, cada afirmación se podría sustentar con muchos ejemplos cotidianos de las alegrías sencillas -a ser con justicia agradecidas- por el sol en la piel, la posibilidad de caminar, de ver, de oír; la de ser testigos del germinar y florecer lo plantado, o de sorprendernos con una flor en un basural; las sonrisas gratuitas que iluminan nuestros días; los pequeños detalles de cuidado, de amor que damos o que recibimos. La satisfacción de entender un problema y darle solución, de realizar una investigación, la alegría enorme de un descubrimiento científico o de una creación artística… La inefable experiencia de los nacimientos, de ser madres, padres, abuelos, de ver crecer la familia, de acompañar procesos de realización o sanadores. El gozo de ayudar, de apostar a la construcción con otros de algo que permanecerá al menos un tiempo: una casa, una escuela, un proyecto solidario.

 

No son aquellas meras palabras, ni faltan gozos para celebrar y agradecer cada día en nuestras vidas. Podríamos escribir un hermoso inventario de exultantes y de serenas alegrías. Asimismo, hay otras muy hondas en medio de grandes dolores, inseparables casi siempre en la vida real. Muchas personas en su lecho de muerte experimentan paz y expresan gozo de haber vivido, agradecen la vida, la familia, el amor recibido, sin remarcar el lado oscuro que les tocó vivir. Existen incluso situaciones de victorias admirables, recuerdo a alguien que, tras sufrimientos inenarrables infringidos por otras personas, se dijo a sí mismo: “yo vencí, porque no odié”. Algo semejante afirmaba Nelson Mandela al cabo de tantos años de injusta prisión citando a un poeta: “soy el capitán de mi alma”.

 

No todas las personas llegan a ese nivel de “victoria” sobre el sufrimiento personal, pero considero que sí es posible conectar con la alegría de vivir y aprender a celebrar la vida, sus pequeños o grandes gozos. En nuestro continente y entre los que más sufren, paradójicamente, no faltan la música y el baile, sea en fiestas populares o religiosas, su alegría ya es “victoria” sobre el dolor y la muerte. Por otra parte, sé que me dirán que hay demasiada gente que vive y muere entre sufrimientos horrendos, pero seríamos injustos si no gozamos y celebramos los dones recibidos gratuitamente y las conquistas parciales. ¿Acaso no pueden alegrarse y celebrar la vida quienes han tenido una gran pérdida afectiva, una mutilación y quebrantos varios? La vida vence a la muerte, no se da por vencida y siempre hay amaneceres que permiten decir “hoy soy feliz”. O no siéndolo a nivel personal, podemos alegrarnos con las alegrías de otros y cantar las esperanzas colectivas.

 

Dice Silvio Rodríguez en su Pequeña serenata diurna: “Soy feliz, /soy un hombre feliz, /y quiero que me perdonen /por este día /los muertos de mi felicidad” Con esta felicidad (no barata ni superflua ni egoísta) ofrecemos culto agradecido a tantos y tantas que dieron la vida por nosotros, desde nuestros padres a esa nube luminosa de testigos que nos precede y acompaña.

 

Tengo esta convicción de fe: el bien y la verdad, que dan lugar a un gozo profundo, se abren camino entre la espesa maleza de errores, debilidades o negligencias que provocan dolor y sufrimiento a tantas personas o pueblos enteros, en un instante o por largo tiempo.

 

Conste que esta afirmación no es una expresión de deseo ni de triunfalismo barato, es ni más ni menos que fe en el Dios revelado por Jesús y en su Espíritu que anima desde dentro la historia hacia el omega. Las historias mínimas de vidas singulares, y la universal, lo muestran una y otra vez. El bien, la verdad, la vida más plena, en suma, que llega, no lo hace sin esfuerzo y sacrificio humano, sin embargo, ese gozo profundo y sanador, personal o comunitario, trae un plus. Aporta una madurez mayor, un acrecentamiento de la conciencia, de la sensibilidad, que nos coloca como humanidad unos milímetros más cerca del sueño de Dios que los seguidores de Jesús llamamos “su reino” o su reinar tan diferente a otros mundanos.

 

Por tanto, creo que es justo y necesario aceptar y celebrar los gozos cotidianos como dones, las victorias parciales como fruto de los esfuerzos humanos, también las esperanzas de plenitud, que son descubiertos como promesas del Dios de la vida. Es justa y necesaria alabanza al Espíritu que nos anima, a su vez que celebrar nos hace bien y retroalimenta la fe para seguir andando.

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