11 de Agosto de 2023
[Por: Rosa Ramos]
“No debemos buscar sufrir, pero cuando se nos impone, no debemos huir del sufrimiento. Y se nos impone a cada paso. ¡Lo que no impide que la vida sea bella!”
Diario de Etty Hillesum 15/12/41
Aceptar el dolor cuando se nos impone es necesario, pero no es fácil. Por eso para iniciar recurrí a “la autoridad” de Etty, a una cita que revela la grandeza de alma de esta mujer que vivió la persecución nazi y que murió gaseada en un campo de concentración a los veintinueve años. Nos dejó un Diario que, a mi juicio, es bueno leer y releer muchas veces para sopesar nuestra peripecia humana y nuestra experiencia de fe, confrontándola con las suyas.
Ella lo dice claro, no se trata de buscar el sufrimiento, eso sería patológico y morboso. Lo sabemos hoy, aunque en algún momento de nuestra historia y cultura cristiana -no tan lejano- se cultivaba como camino de santidad o al menos formaba parte de diversos ascetismos. Hoy no creemos que estemos en un valle de lágrimas gimiendo y llorando, sin desconocer que muchos hermanos nuestros sí lo están. Viven realidades durísimas donde el sufrimiento y la falta de horizontes es la constante desde el amanecer a la noche y desde la concepción a la muerte. Y no es verdad que “a ellos no les hace el dolor, porque están acostumbrados”, como con ironía crítica dice una canción. Es cierto que el hábito insensibiliza mucho, pero vaya si sienten el dolor, que se expresa a veces en gritos y violencia, en tanto otras, en silencio y encorvamientos. Se trata de dolores impuestos, inhumanos e injustos. Como en su momento vivió Etty Hillesum ¡y tantos y tantas!
No es fácil aceptar el dolor, aún perteneciendo al porcentaje de población en que las necesidades básicas de la vida están satisfechas (vivienda, alimentación, salud, educación), existen otras fundamentales para el desarrollo humano pleno: seguridad, recreación, vínculos, cuidado, amor… pues “no sólo de pan vive el hombre”. Pues siendo de los privilegiados de este mundo, que no vivimos en condiciones indignas, ¡no nos faltan dolores y cómo nos cuesta asumirlos!
No es fácil abordar el tema, pues “el dolor duele y la fe no es morfina”, como ya he citado otras veces. Pero aún a tientas y a sabiendas de que es tierra sagrada, es preciso acercarse porque el dolor “se nos impone a cada paso”, como dice Etty Hillesum, es parte de la existencia humana. La enfermedad, la vejez, la soledad, la muerte, las contrariedades de la vida, nos duelen, pero además nuestros propios límites y los de los demás causan desencuentros, desilusiones y frustraciones, sufrimiento, en suma. En muchas ocasiones es necesario una terapia para liberarse o para “aliviar” dolores con raíces antiguas. En otras hace falta un trabajo interior humilde y honesto.
Comparto algunos fragmentos más del Diario de Etty en relación al sufrimiento humano inevitable: “Algunas veces es un Hitler, otras un Iván el Terrible. Unas veces es la resignación, otras las guerras, la peste… Se trata, al fin y al cabo, de cómo sobrellevar, soportar y superar interiormente el sufrimiento, que desempeña un papel tan importante en esta vida, y de salvar un pedazo de alma intacta, a pesar de todo.” (10/7/42) Se trata también de buscar un sentido y/o un fin que se lo de.
“No soy la única que está cansada, enferma, triste o angustiada. Lo estoy al unísono con millones de otros seres humanos a través de los siglos” (4/7/42) Qué impresionante: el sufrimiento inevitable, asumido con humildad, puede unirnos en solidaridad a la humanidad sufriente de todos los tiempos.
“Sólo una cosa es para mí cada vez más evidente, que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti y así nos ayudaremos a nosotros mismos. Pero, créeme, Señor, seguiré trabajando por ti y te seré fiel y no te echaré de mi interior.” (12/7/42) Esta cita es muy conocida, pero no por ello menos fuerte, impacta y desafía cada vez que la leemos. ¡Ayudar a Dios, ayudar a humanizarnos!
Quizá fue la experiencia de Pablo, que habiendo pedido con insistencia ser liberado de aquella espina en la carne (que desconocemos cuál fue, más allá de diversas suposiciones a veces sesgadas culturalmente), finalmente comprendió que “Mi gracia te basta…” (2 Co, 12, 9) y debía continuar su misión, su servicio al Evangelio. El dolor que tantas veces es paralizante, en situaciones críticas puede ser revelador y dinamizador: debemos ayudar a Dios en todo lo posible, procurando un sentido y un bien mayor. En una ocasión Etty tras un día agotador, siente ternura infinita por los otros prisioneros y pide en la noche “ser el corazón pensante de este barracón.” (3/10/42)
Es posible y necesario hacer un trabajo interior, de autoconocimiento, para mejor comprender lo que nos duele, aceptarlo si es inevitable, y cuidar que no nos destruya. Se trata, a veces, de “amigarnos” con el dolor, dialogar con aquello que nos hace sufrir, reconciliarnos profundamente y hasta agradecer la sensibilidad para percibirlo (en uno mismo y en otras personas). No es resignación ni masoquismo, es madurez y en todo caso “rendición” ante el misterio, como hizo Job tras su contienda con Dios, luego de mantenerse firme ante los teólogos que intentaban que confesara su pecado como causante del sufrimiento en el que se hallaba.
No se trata de pasividad. De los dolores que podemos librarnos, lo humano es liberarnos, buscar las herramientas para hacerlo, unirnos a otros para lograrlo... Los que no podemos evitar, los que la vida trae en su devenir y “nos tocan en suerte” o aquellos que son consecuencia de las opciones tomadas (cruz), nos piden grandeza de alma y seguir amando porfiadamente “a balde perdido”. Estos dolores nos reclaman acoger la vida entera, con sus luces y sombras, porque la existencia del dolor que “se nos impone a cada paso ¡no impide que la vida sea bella!” (15/12/41)
El 14/7/42, en medio de la tragedia Etty escribía en su Diario: “El occidental no acepta que el sufrimiento sea parte de la vida. Por eso es incapaz de extraer de él fuerzas positivas”. Y tres meses después escribía “Una quisiera ser un bálsamo derramado sobre tantas heridas”. He aquí las fuerzas positivas que pueden extraerse del dolor cuando aceptamos su presencia inevitable: la empatía, la compasión y la solidaridad que llevan a la entrega generosa. Y también para “mantener la fragancia de nuestras vidas en medio de esta pútrida transpiración” (27/6/42)
Queda por desarrollar, en otro momento quizá, el rechazo o las dificultades en nuestro medio sociocultural para asumir el dolor, ¡cuánto más difícil se hace aceptar hoy aún los reveses más insignificantes de la vida! Nos hemos hecho frágiles y hasta cobardes… buscando una vida indolora (ya por medio de analgésicos, ya por otras sustancias, ya por las formas culturales de evasión y diversión continuas) y exigimos que todo sea fácil, lindo, agradable, placentero.
Claro que siguen existiendo personas capaces “de superar interiormente el sufrimiento y de salvar un pedazo de alma intacta”, y no sólo de resistir los embates, sino de convertir el mal recibido en bien ofrecido. Sabemos que esas personas que llamamos resilientes han recibido de alguien amor y confianza, y, en su mayoría, han descubierto un sentido superior por el cual no rendirse.
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