La fe en la Resurrección

21 de Julio de 2023

[Por: Armando Raffo, SJ]




“Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó; y si no resucitó Cristo, nuestra predicación es vana, y vana también nuestra fe.” (1Cor. 15, 13-14) La frase citada de Pablo subraya, por una parte, la resurrección de los muertos y, por otra, que en ello se juega nuestra fe. Intuimos que se trata como el nudo gordiano de lo que llamamos el sentido de la vida humana. Aunque sabemos que la afirmación de la resurrección de los muertos no era algo aceptado por todos, es claro que sí lo era para Pablo como para los primeros cristianos.    

 

Desde la perspectiva paulina se puede afirmar que el ser el ser humano cuenta con una dignidad especial que apunta a la resurrección de los muertos. Creemos, así mismo, que esa semejanza (fuimos creados a imagen y semejanza de Dios) descubre al ser humano como “capax Dei”, es decir, como aquel que se caracteriza por su anhelo, no siempre consciente, de vivir en comunión con Dios. 

 

Se entiende, pues, que vana sería nuestra fe si aquel que nos creó no contemplara el ese anhelo de Dios que, de una forma o de otra, habría de proyectarse más allá del tiempo y el espacio. Ello explicaría la rotunda afirmación de Pablo. No por acaso comienza el capítulo 15 de su carta diciendo que trasmitía lo que él había recibido: que Cristo había muerto por nuestros pecados y resucitado al tercer día, tal como habían anunciado las escrituras.

 

Llama la atención que Pablo no haga alguna distinción respecto a la resurrección de Jesús y la de los seres humanos en general; como si no hubiera distinción alguna entre él y nosotros. Pablo postula la resurrección de los muertos como algo dado desde el comienzo y no como algo que habríamos adquirido por los méritos de Cristo. Cabe notar, también, que sostiene la resurrección de los muertos como muchos judíos de aquella época. 

 

Aunque son muchas las razones y argumentaciones que niegan la resurrección de los muertos, hay una especialmente importante: que somos tiempo y que tenemos fecha de caducidad. Se trataría de un “existenciario”, es decir, de una estructura ontológica acuñada por Heidegger para señalar que “somos tiempo”, que no nos es posible imaginar ni concebir cualquier realidad que no sea temporal. 

 

Por otra parte, si apelamos a la famosa pregunta de Heidegger: “Por qué existe algo y no más bien la nada?”, además de revelar el asombro humano ante eso que llamamos “los entes, o el ser en general”, desvela, también, el misterio que somos y que nos distingue del resto de los animales. Hasta donde podemos saber, somos los únicos que tenemos conciencia refleja, es decir, que sabemos que sabemos, que nos asiste esa luz por la que tarde o temprano nos preguntamos por el sentido de nuestras vidas.  

 

Es oportuno recordar que muy pronto los primeros cristianos proclamaron el misterio pascual como el centro de su fe. No como un mero revivir para volver a morir, sino como la apuesta de una vida que escaparía al tiempo y al espacio. Se trataría de una nueva realidad en la que la muerte ya no tendría cabida. Pablo se refirió a ello cuando dijo que: “... el último enemigo en ser destruido será la Muerte” (cfr. 1, Cor.15,26). Aunque se trata de afirmaciones que sobrepasan nuestro entendimiento, también es evidente que el asombro ante el ser puede llevarnos a postular a Dios como la fuente de todo cuanto existe.  

 

El martirio de los Macabeos, y las expresiones de la madre, son ejemplos claros de la creencia que asistía, o empezaba a asomar, en muchos judíos de aquella época sobre la resurrección de los muertos. Cabe notar, también, que el relato subraya la fidelidad como la llave o camino que lleva a la vida verdadera. 

 

Por otra parte, importa notar que las apariciones del resucitado no deben ser entendidas como hechos históricos que pudieran ser captados por una máquina fotográfica, sino como la lectura creyente de vivencias que fueron experimentando. Parece muy acertada la frase de Fries en este contexto: “no se puede hablar de un hecho histórico, sino perceptible como histórico en la fe pascual de los primeros discípulos.”[1] No se trató, pues, de un hecho que pudiera verificarse empíricamente o a través de los sentidos, sino de una fe que supo leer la presencia del resucitado animando a la primitiva comunidad. 

 

La idea de la resurrección que, como dijimos, ya configuraba el patrimonio de la fe de muchos judíos en tiempos de Jesús, se apoyaba en la fidelidad de Dios. Por ello, la fe en la resurrección de Cristo era algo que podía esperarse para quienes procuraban ser fieles a las enseñanzas del maestro. 

Pablo, que perseguía a los primeros cristianos cuando “ocurrieron” las apariciones del resucitado, cambió su vida ante un deslumbramiento acompañado de una voz que le preguntaba: ¿por qué me persigues? No sabemos exactamente cómo fue ese acontecimiento, pero sí podemos afirmar que la proclamación del kerigma había calado hondo en su corazón y que la confusión vivida le ayudó a ir acogiendo la novedad del Evangelio en el seno de las primeras comunidades.   

 

Todo parece indicar que la creencia del pueblo judío en la resurrección de los muertos fue un apoyo importante para que Pablo se uniera al grupo de los primeros cristianos y confesara, sin ambages, que Cristo había resucitado.

 

Imagen: https://apologeticacatolica.org/masalla/La-Resurreccion-y-la-Vida-Eterna-segun-el-catecismo-y-la-Biblia/ 

 

 

[1] Fries, Heinrich, Conceptos Fundamentales de la Teología T. II p.561, Madrid, 1979

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