21 de Julio de 2023
[Por: Rosa Ramos]
“Todo está guardado en la memoria, sueños de la vida y de la historia”
León Gieco
“Tibia, todavía,
-y sorpresa de las parábolas-
aquella luz está en ella
la negrura no la oscurece.
Hundida yace la semilla
bajo un cúmulo de escombros
y desorden, pero activa.
No está muerta, no muere.”
Mario Luzi
Empiezo por una aclaración, aunque alguien me dirá “no aclares, que oscurece”. Pero en honestidad aclaro que no suelo escribir sobre María, ni me considero “mariana”. Me alegró cuando no hace mucho el Papa Francisco advirtió sobre unas supuestas apariciones y sobre las devociones que se centran en María, dijo algo así como que la respetamos más en tanto no le damos un protagonismo que no quiso tener. La madre de Jesús nos lo ofreció y esa ha sido su invalorable contribución a la historia de salvación. ¿No nos parece suficiente y por eso le atribuimos otros papeles y revelaciones? El Concilio Vaticano II ha sido bastante claro al respecto al respecto.
Por otra parte, ambos textos elegidos para el inicio tienen que ver con la memoria y custodia amorosa, que parecen sí ser propias de María, según la tradición lucana, que dos veces dice: “María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. (Lc. 2,19) “Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.” (Lc. 2,51)
Afirmar que María guardaba y meditaba en su corazón significa que rumiaba a la luz de la fe de su pueblo, lo que iba viviendo, que era capaz de leer la historia de su pequeño mundo en un sitio insignificante del imperio de su tiempo, como historia de salvación que valía la pena vivir con un sí generoso. María no se perdía en los instantes discontinuos vividos como átomos iguales y carentes de sentido. Ella hilvanaba los acontecimientos en una historia con continuidad con el pasado y con sentido proyectado a un futuro, podía leer promesas y cumplimientos. Y se involucraba en ellos con su memoria y su libertad.
Por eso María es ícono de la humanidad que en algún punto tuvo cierta conciencia de ser parte de una evolución y una historia animada por Dios desde las aspiraciones más hondas y generosas de las personas de todos los tiempos. Una humanidad que se va desenvolviendo lentamente desde hace miles de años y aún gime con dolores de parto, “entre sudarios y pañales”, parafraseando a León Felipe.
La evolución en términos de historia de salvación requiere memoria, pero no de datos o eventos, sino aquella acrisolada en la rumia desde la fe, como la que muestra María en el canto del Magnificat. También la humanidad en su larga gesta con muchos intentos fallidos conserva, a pesar de los límites, la terquedad de quien sabe guardar en su corazón lo que descubre como promotor de vida e interpreta como promesa de salvación. Todo gesto generoso, todo movimiento hacia más humanidad, todo buen intento, es atesorado en esa memoria colectiva y defendido en los tiempos oscuros y difíciles. No se pierden esas pequeñas luces, aunque dejemos de verlas en la faz de la tierra o en ciertos pueblos por períodos más o menos largos, reaparecen bajo nuevas formas que concilian o superan dialécticamente aquello que parecía perdido tras los fracasos.
Es admirable ese pasar los recuerdos atesorados en la rumia de los ancianos, que no pocas veces son hermoseados al transmitirlos, y que constituyen precisamente una semilla sagrada, o un manto que se pasa -como en la antigüedad- a ser custodiado y cultivado por otros más jóvenes.
Lo que se recibe es un sueño mayor que el original, es una promesa renovada pero también recreada por las nuevas necesidades y paradigmas. Así el sueño de libertad no será solo el de una independencia territorial, sino una libertad para ser y crear; el anhelo de justicia no será ejercer la ley del Talión ni será una justicia para un grupo selecto, sino que irá ampliándose. Tras “guardar y meditar en el corazón” a lo largo de muchas generaciones la idea y el anhelo de vida abundante y dignidad humana, querrá cada vez más abarcar a toda la humanidad sin exclusiones.
En la historia del pueblo de Israel las promesas se van siempre postergando y ampliando. María embarazada las rumia y canta alabando a Dios, ella es ícono de una humanidad preñada del deseo de Dios, al decir de San Agustín, llega a su punto más alto, a su culminación, para dar a luz una historia nueva.
Para nosotros, nuevo Pueblo de Dios, el reinado de Dios (ese sueño de la humanidad nueva ilustrada en la vida misma de Jesús) ya está incoado, claro que no realizado plenamente; siempre será camino y horizonte hasta la parusía. Por eso también la humanidad -de la que María es ícono- lo sigue guardando, meditando y rediseñando, en la medida de lo posible, pero siempre testimoniándolo y entregándolo como en una carrera de postas.
Lo que como especie y como pueblos vamos adquiriendo de bonhomía y belleza, de ternura y generosidad, de justicia, de verdad y de dignidad… en una palabra todo aquello que nos hace verdaderamente más humanos, no se pierde; se atesora como semillas de reino, sembradas en tierra buena y el tiempo propicio germinarán. Retomamos los versos del italiano Mario Luzi: Hundida yace la semilla/ bajo un cúmulo de escombros/ y desorden, pero activa. / No está muerta, no muere.”
©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.