“Somos Tierra”

10 de Junio de 2023

[Por: Margot Bremer, rscj]




“Estamos en un momento crítico de la historia de nuestra Tierra” advierte el Preámbulo de la Carta de la Tierra, publicada el año 2000. Los pueblos indígenas hoy día tienen que luchar por un pequeño pedazo de tierra que antes estaba a disposición de todos los que necesitaban, porque la tierra ha sido considerada por ellos como un don del Creador a toda la creación. Más, parece que nosotros hemos olvidado que somos parte de esta tierra. Nuestra mirada se ha reducido de la tierra a un objeto mercantil. “Ahora la Madre Tierra ha sido transformada en un almacén de recursos y en un baúl lleno de bienes naturales a ser explotados”, dice el preámbulo de la carta de la tierra. No percatamos que la habitamos en una estrecha interdependencia con una inmensa cantidad de otras formas de vida con las que caminamos juntos hacia un destino común: la utopía de una sola comunidad de vida en la diversidad, anunciado ya en aquel preámbulo:

 

“Para seguir adelante, debemos reconocer que, en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común. Debemos unirnos para crear una sociedad global sostenible, fundada en el respeto a la naturaleza y a los derechos humanos, a la justicia, a la económica y a una cultura de paz. En torno a este fin, es imperativo que nosotros, los pueblos de la Tierra, declaremos nuestra responsabilidad unos hacia otros, construir juntos la gran comunidad de vida”.

 

Si esto es nuestra convicción, ¿dónde está entonces la dificultad de ponerlo en práctica? Entre otros, parece que en el conflicto de dos cosmovisiones diferentes de la tierra: una, nacida en estas tierras de Abya Yala desde miles de años, y otra, importada por los colonizadores desde hace un poco más de 500 años. 

 

La carta de la tierra ha sido olvidada y perdimos reconocer que la humanidad es parte de un universo inmenso en constante evolución. Esta Tierra que habitamos, está viva. La vida es vulnerable, hay que cuidar y protegerla. No olvidemos que “la protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado” (preámbulo de la carta). 

 

La otra visión de la tierra queremos escuchar de las propias palabras indígenas, pronunciadas en diferentes encuentros con nuestra cultura occidental. 

 

La Tierra en la Mitología indígena

 

Comenzamos primero escuchar un mito ancestral sobre la creación de la tierra que transmite algo de la mística que conserva la mayoría de los pueblos de nuestro Continente Abya Yala. Éstos se distinguen por su intensa búsqueda de la presencia de sabiduría divina en todo lo creado y lo encuentran especialmente en la observación respetuosa de la vida en la tierra. Allí descubren los principios y ritmos de la vida en general, y al insertarse y sintonizar con ellos, expresan su obediencia al Creador.

 

Mito pai tavyterá sobre la creación de la tierra

 

Erase el Creador Ramoi Jusú Papa diciendo:

 

“Si yo permitiera que existiera un centro de la tierra,

si la tierra se extendiera,

Si la tierra se cubriera de bosque,

Si los dioses se hicieran presentes por toda esta tierra

Si ellos extendieran su bondad por todas partes de esta tierra,

Entonces la tierra estaría a mi sueño.

Pues esta tierra, dijo Ramoi Jusú Papa, la he levantado

Con el brillo de mi sabiduría (Jasuka = neblina),

Con el brillo de mi amor (Jeguaka = adorno),

Con el brillo de mi abundancia (Ñandua= saciedad),

Con el brillo de mi organización (Yvyra joasa= cruz),

Y así se levantó esta tierra proveída de todo”.

 

Según los Paï Tavyterã y también según los Apapokuva y muchos otros más, otro mito de creación puede complementar el anterior, el que dice que Ramoi Jusú Papa, Nañderuvusú, Ñanderu, Ñamandu fundó la tierra sobre la base de dos palos atravesados en forma de cruz, y a partir de estos cuatro extremos, la tierra fue ensanchándose a nivel horizontal significando los cuatro puntos cardinales. Después hizo crecer desde el lugar del cruce, un quinto palo en dirección vertical hacia lo infinito. Otros pueblos guaraní cuentan que el creador hizo brotar en el centro de la tierra una palmera verde-azul y otras cuatro palmeras hizo levantar que iban a marcar la morada de los dioses. Hasta hoy, la mayoría de los guaraní construyen su casa con esa misma estructura de cinco palos. Podríamos releer esta estructura ahora como símbolo de la Casa Común, planificada y cimentada con las que construyó el creador el mundo con su espíritu, corazón y mano. Sus hijos, los humanos, quieren manifestar con la construcción según el modelo divino de querer entrar en el mismo Proyecto divino que manifiesta la tierra. Dicen los Paí Tavyterá que en el principio, la tierra había sido la casa de los dioses.

 

En Brasil, los kayová expresan su veneración de la tierra no solamente en forma de mitos sagrados, sino también en forma litúrgica celebrativa. Al preguntarle una vez a un líder espiritual, por qué en sus celebraciones solamente las mujeres pueden golpear la tierra con la takuara para dar el ritmo a la danza-oración del chamán, éste respondió: 

 

“Las mujeres están muy cercanas a la vida; ellas saben el ritmo en que la tierra genera vida; y ellas quieren con sus golpes despertar los gérmenes y brotes de las semillas que están aún durmiendo dentro de la tierra a fin de que nazcan y crezcan y que estén presentes con nosotros en esta celebración” 1. 

 

También en uno de los relatos bíblicos de la Creación, La tierra es presentada como generadora de vida según el proyecto creacional. Pues en vez que Dios diga “hagamos las plantas y….”, Él da a la Tierra este poder de suscitar nueva vida diciendo “genere (produzca) la Tierra hortalizas, plantas que den semillas y árboles frutales que den por toda la Tierra fruto con su semilla dentro, cado uno según su especie.” Y la Tierra produjo …” (Gen 1,11).

 

Principio de Reciprocidad Madre-Hijos de la a Tierra 

 

Por fin, sentirse ser Tierra , dicen los indígenas, es percibirse dentro de una gran cantidad de otros hijos e hijas de la Tierra. La Tierra no da tan sólo la vida a nosotros, los seres humanos, sino a todos los seres vivientes. Ella es nuestra madre y, por tanto, los demás son nuestros hermanos y hermanas: “Madre y Hermana Tierra, agua, Hermana luna y hermano sol, hermano pájaro y hermano árbol, hermano lobo”… canta también S. Francisco en su Laudato Sí. 

 

Los pueblos originarios respetan a la tierra y la contemplan como una sagrada trama de la vida que en su conjunto no se puede segmentar ni separar. Así lo enfatiza un indígena kuna de Panamá: 

 

“Para nosotros la tierra no es algo que se pueda dividir, sino que es algo integral. Nuestra tierra es como una circunferencia, donde están los dioses, los sitios sagrados, las grandes rocas, los grandes ríos, las montañas; donde están las plantas y los animales, donde sale el sol, el rayo solar que preña la tierra para que ella pueda parir. Y ahí está también el indígena haciéndose parte de la tierra”.2 

 

Otro integrante del mismo pueblo apunta a la relación familiar de los seres humanos con la Tierra como su madre, así como casi todos los pueblos originarios. 

 

“La tierra es nuestra Madre, la que da luz y genera vida; ella misma es la vida y por eso la amamos, respetamos y protegemos comunitariamente. Siendo vida, es sagrada, y destruirla es destruirnos a nosotros mismos; por eso convivimos y dialogamos con ella; le agradecemos los beneficios que recibimos de  nuestra Madre...” 23. 

 

Otro dice apunta esta misma relación con la Tierra desde la vinculación de hijo pues la Madre Tierra evoca el principio de reciprocidad: 

 

“Nosotros, el pueblo Kuna, sabemos el papel que nos corresponde: es la defensa de la Madre Tierra, porque somos sus hijos. Sus hijos deben cuidarla, protegerla y sostenerla. Los que la acogen y hacen caso a los mismos principios de vida que ella nos brinda, son aquellos hijos que obedecen a los consejos de su progenitora. Y viceversa, el hombre se constituye en su hijo cuando asume la obligación natural de defender, cuidar, sostener y tratar bien a su Madre. Esta defensa de la Madre Tierra no surge únicamente de la utilidad que ella ofrece a nosotros, sino que nace por cariño filial y gratitud hacia ella. Pues nuestros padres nos enseñaron que la Tierra es nuestra Madre que nos humaniza. 

 

La vida de nuestros Pueblos Indígenas se refleja en la vida de la misma tierra. El futuro de nuestros pueblos, su proyecto de vida, se enmarca en la maternidad de la tierra, en el cuidado filial de la tierra y desde la misma sacralidad de la tierra. 

 

Los kuna reconocen que no pueden ser y vivir plenamente humanos sin la Tierra. Cuando se les niega a los Kuna el derecho a tener un territorio, no se les niega solamente la fuente de alimentación, sino se les niega la misma fuente de su ser, de su identidad, de su historia, de su religión, de su derecho inalienable de ser Pueblo Kuna. Pues la tierra como Madre da al hombre la posibilidad de ser persona. En esta visión, únicamente la Madre Tierra puede dar con su vida la plena humanidad. Ella le abre también su seno después de la muerte. 

 

Desde ese trato filial a la tierra, nos nace a los indígenas el trato fraterno entre nosotros: somos hijos de una Madre común: los árboles, las plantas y los animales; todos ellos son nuestros hermanos. Y solamente estando en este equilibrio con todas las vidas diferentes de la tierra encontraremos nuestro equilibrio en ser pueblo.

 

Nuestros padres nunca agotaron con repetidas plantaciones a la tierra. La tierra necesita descansar para recuperar su fuerza. La selva es nuestra gran heladera, nuestra gran ferretería, nuestro gran mercado. Cuando tenemos hambre, sacamos de ahí la carne fresca; cuando no tenemos casa, buscamos nuestros clavos, nuestros techos en la tierra; cuando nos enfermamos, recurrimos a sus raíce y a sus hojas. Por lo tanto, tenemos que custodiar y defender nuestra heladera, nuestra farmacia, nuestra ferretería.

 

Junto con nuestra Madre Tierra hacemos una sola historia, forjamos nuestra identidad, nuestra forma de ser y de estar en y con toda la creación; por eso convivimos y dialogamos siempre con ella...” 2.

 

La Madre Tierra contiene un proyecto de vida

 

En este momento histórico caótico-kairótico estamos descubriendo que nuestra Madre Tierra, desde el principio, contiene un proyecto de vida, un sueño, una utopía de convivencia. Se manifiesta en distintas formas, siempre inspiradas por el bioma, adecuado armónicamente al clima, topografía, vegetación, topografía, etc. que ofrece el territorio pero siempre contiene un núcleo común entre todos. 

 

El espacio de la tierra les brinda estas condiciones vitales, con ciertas limitaciones seguro, para llegar a crecer de vida en su totalidad de manera armónica y equilibrada en el con-crecer y con-vivir inspirados por las condiciones de la tierra que habitan Necesitan de vez en cuando readaptarse, readecuarse y reinventarse según el cambio de la contextura del lugar y de la época. Cada lugar concreto de la tierra ofrece a sus habitantes una posibilidad concreta de desplegar una cosmovisión propia y un modo de ser y de pensar propios. En la percepción indígena, la tierra no solamente tiene propia vida y una relación materna con todos los seres vivientes, sino también contiene un proyecto de vida, al que los indígenas andinos lo llaman el Buen Vivir (Sumak Kauwsay). Así nos cuenta Blanca Chancoso, mujer kichwa de Ecuador4: 

 

“Para nosotros, los kichwa, la mayoría de las plantas en la selva y en el monte, contienen energías protectoras y curativas, también purifican el agua. Tienen una relación muy estrecha con la Madre Tierra. Seguimos los principios de vida que las plantas reciben de la tierra. Ellas nos llevan a nuestro modo de ser y convivir. Algunos dicen que ya lo hemos vivido, otros, más realistas, reconocen que nunca duró por mucho tiempo. Pero este sueño muy ancestral ha marcado nuestra historia, siempre estaba, está y estará entretejido en el caminar de nuestro pueblo.

 

Nuestra percepción de la Tierra va más allá del significado de un recurso económico; ella es la vida misma, una relación parecido a la con el agua. Nuestros ancestros nos han enseñado, que todo está interrelacionado. Los árboles, las flores, los frutos y todas las plantas, así como todos los demás seres viviente, los animales y seres humanos, todos viven en una estrecha interdependencia armónica y equilibrada, también con los astros del cielo. Hasta las piedras son vivas por la energía que ellos irradian.

 

Para nosotros, los pueblos originarios, las nuevas políticas del Estado están destruyendo este proyecto del Buen Vivir, aún esté en nuestra Constitución. Los ancianos intentan transmitir a la nueva generación el Sumak Kawsay: que en realidades el “nuevo mundo” que ellos están soñando y buscando. Para eso es muy importante respectar y amar a la Madre Tierra, pues ella contiene integrada nuestro sueño del Buen Vivir. Todavía encontramos en los territorios de todos los pueblos originarios a muchos soñadores de este proyecto”5.

 

Intento de Síntesis

 

Para acercarnos a la percepción indígena de la Tierra, recordamos un mito nacido en estas tierras guaraníes, que relata la creación de la Tierra, concretamente de la cultura pai tavytera. Según este mito, la tierra fue creada a partir de las propias potencialidades y virtudes del mismo creador: con su sabiduría, amor, abundancia y proyecto/organización creó la tierra, manifestando y visibilizando mediante ella su sueño, su corazón, sus pensamientos. Están inherentes a su obra, la tierra, y a toda la vida que ella contiene y cuida. Por tanto, para los pueblos originarios, la tierra es de origen divino.

 

Según esta presentación, la tierra es una fuente de revelación. Encierra el misterio de vida como una sola trama que abarca a todos los seres vivientes. Desde esta unidad de una fuerte interdependencia en la diversidad, cada especie particular es parte de la totalidad, generando, manteniendo y renovándola la vida en su totalidad. Este mensaje que la tierra tiene enraizado desde sus orígenes, lo está expandiendo e irradiando. Pero pocos lo perciben. Los pueblos originarios sí lo han escuchado desde miles de años y han descubierto el proyecto de vida innato a la tierra, que quieren asumir y vivir. Lo realizan en diferentes maneras, según el bioma de cada región que marca su cosmovisión, su cultura y su modo de ser y estar en la tierra.

 

Este proyecto, según el cual el creador hizo la tierra, se deja comparar con la construcción de la Casa Común (cinco palmeras vivientes); pues hasta hoy en tierra guaraní enarbola la misma estructura de la casa familiar, inspirado y adaptado al bioma que habitan. Expresa el intento y la búsqueda de cada familia de identificarse con el mismo proyecto soñado del creador de la tierra y vivirlo.

 

En un recorrido de palabras y testimonios indígenas de diferentes culturas originarios, pudimos aproximarnos a los sentipensares de su amor y veneración a la Tierra, considerándola sagrada y sintiéndose parte de ella. Declaran su apego a la tierra y su identificación con sus principios de vida, confesando: “Somos Tierra” y su relacionamiento con ella expresan como de madre a hijos. Ella es la Pacha Mama suscitando la forma más tierna entre las relaciones familiares.

 

Hasta hoy nos golpea esta memoria indígena de la Tierra-Madre en forma de una insaciable nostalgia por ser inscrita en nuestros propios genes, pues también percibimos en el fondo que “Somos Tierra”. Necesitamos rescatar esta experiencia indígena de la tierra cómo nos humaniza, a fin de recuperar nuestras raíces, experimentar nuestra identidad radicalmente humana para poder convivir en reciprocidad e interdependencia con ella. 

 

 

1 Kayova se llaman los Paí Tavyterá en Brasil.

En el V. Encuentro-Taller latinoamericano de Teología India, AELAPI, en Asunción, Ykua Sati, mayo 2002

2 Lorenzo Muelas Hurtado, Indígena Kuna en un Encuentro de AELAPI en Panamá 2021

2 Aporte de los pueblos indígenas de A.L. a la teología cristiana, Quito, 1986, p.8

3 Ibid.

2 Aporte de los pueblos indígenas de A.L. a la teología cristiana, Quito, 1986, p.8

4 Blanca Chancoso ,kichwa ,Ecuador, Recorriendo el Camino hacia el Sumak Kawsay, A.l.a. 138

5 Escuchamos ya hace más de 20 años la voz indígena (zapoteca) en Chiapas al estar en rebelión contra el Estado mexicano, proclamaron: “Somos un ejército de soñadores. Por eso, somos invencibles”.

 

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