04 de Junio de 2023
[Por: Rosa Ramos]
“Sí, mi corazón siempre estará
donde esté tu corazón
si tú no dejas de luchar.
Y nunca pierdas la ilusión,
nunca olvides que al final
habrá un lugar para el amor.
Tú, no dejes de jugar,
no pares de soñar,
nunca pares de soñar…
Nicola Piovani
Este tema de Nicola Piovani ha sido muy famoso porque fue creado para la película italiana La vida es bella, de Roberto Benigni, 1997. Seguramente muchísimos lectores se han emocionado con la música y con esta película, con su defensa de la ilusión, del juego, del soñar, aún en medio de la tragedia del holocausto. Hay allí una afirmación de la esperanza: “nunca olvides que al final habrá un lugar para el amor”. Es lo que, tras la crisis provocada por la Cruz, descubren los amigos y amigas de Jesús, que su prédica no ha sido en vano y que deben continuar.
En el artículo anterior reflexionaba sobre la memoria y su necesidad para asentar nuestra identidad, para sanar heridas personales, familiares o nacionales, también para la proyección de un futuro más pleno. Y es ahí donde el soñar tiene su papel fundamental, como el otro polo en tensión con la memoria. Necesitamos raíces -la memoria- y alas -los sueños- para tomar el pasado en nuestras manos -bebiendo del propio pozo, al decir de Gustavo Gutiérrez-, y tender hacia otro mundo posible, que aún no es, pero desde el futuro nos llama con la fuerza del Espíritu, enseñanza clave de Víctor Codina. La teología latinoamericana ha sido y es, en este tiempo axial, un regalo.
Vino a mí este tema del valor de los sueños en la música de Piovani, en estos días en que ha fallecido el gran teólogo español, tantos años afincado en nuestro continente, Víctor Codina. Un gran soñador que defendía el derecho de seguir soñando en su libro de 2019: “Sueños de un viejo teólogo. Una Iglesia en camino”.
En el Epílogo recuerda experiencias que para los protagonistas de la Biblia parecían sueños, como para los exiliados volver a Jerusalén, o los israelitas salir de tierra de esclavitud en busca de la tierra prometida, o el viejo Simeón al tener en brazos al Mesías prometido: ya podía irse en paz. Los israelitas cultivaban la memoria, y desde ella andaban caminos nuevos.
Dice Codina en relación al valor de los sueños como dinamizadores de la historia de salvación: “Porque a veces los sueños se cumplen, como se cumplieron en gran parte los sueños de Gandhi, Mandela o Luther King; como se cumplieron los sueños de Juan XXIII al convocar el Concilio Vaticano II. Tengo todavía otros muchos sueños; pero ¿se cumplirán al menos los sueños que he expresado en estas páginas? Algunos de mis sueños se han cumplido ya…” y cita varios.
Luego agrega realista y reflexivo: “Pero la gran mayoría de mis sueños ya no los veré, puede que, por ser demasiado utópicos, tal vez por ser ensoñaciones, quizá porque exigen un largo proceso de discernimiento y de cambio en personas e instituciones. Pero yo no renuncio a mis sueños, porque creo que el Espíritu es siempre fuente de novedad y de sorpresa: es una energía dinámica, siempre en movimiento, que desde abajo y desde dentro mueve a personas y grupos de la historia hacia el Reino de Dios, hacia el proyecto del Padre que Jesús anunció.”
¡No renuncio a mis sueños! ¡Cuánta porfiada esperanza apoyada en la sabiduría y en la memoria! Pues Víctor Codina en su larga vida pudo ver gran parte de la historia del siglo XX y dos décadas del XXI, mucho dolor que compartió de cerca, pero también muchos cambios que apreció. Y en este tiempo de Pentecostés, es bueno que nos recuerde que el Espíritu es una energía en movimiento que dinamiza la historia desde abajo y desde dentro.
Memoria y sueños en tensión dinámica, pero además contemplación de la realidad, en eso también era experto Codina. Recuerdo que en libros leídos hace muchos años, después del riguroso “tratado” de teología, hacía referencia a realidades muy concretas de lo que veía en su parroquia de Bolivia, observaciones de las mujeres, de las prácticas de piedad de la gente sencilla. Pues ese hábito de contemplar la realidad lo conservó hasta el final, en su último artículo para “Cristianismo y Justicia”, publicado el 17 de mayo, nos seguía mostrando su capacidad contemplativa de la realidad. En Barcelona, su última residencia, desde la habitación y la terraza veía un barrio turístico y a la vez de grandes convenciones internacionales, el patio de un colegio con su bullicio de niños, cúpulas de Iglesias que sabía con una población muy escasa y anciana, un centro de gimnasia donde entran y salen jóvenes. Comparaba la población que circula los domingos en unos y otros sitios.
La contemplación de la realidad, de ese paisaje ya reducido, no cesaba de interpelarlo. Junto con la descripción aparecían las muchas preguntas que se formulaba. El gran teólogo siguió lúcido y cuestionándose hasta el final de sus días. Sus preguntas quedan abiertas: “¿Tiene la teología alguna reflexión o mensaje para este nuevo mundo? ¿Qué pasará con estos jóvenes adolescentes si sufren bullying e intentan suicidarse? ¿Han sido preparados para la vida real, donde hay fracasos y, al final, la muerte?… ¿Qué futuro les espera?... ¿Cómo y cuándo se rompió la cadena de fe, de abuelos a hijos y nietos?... ¿Hemos transmitido una Iglesia centrada en dogmas, ritos y normas morales, no en la vida, lo cual provoca un rechazo instintivo en muchos y muchas jóvenes?... ¿Nos tomamos en serio el cambio climático?... Desde la terraza se divisa la catedral y algunas iglesias góticas: ¿son sólo monumentos culturales y museos del pasado? ¿Tiene la teología todavía algún mensaje para esta situación crítica?”.
En ese último artículo suyo publicado, tras las preguntas y comentarios, responde: “Lo único que la comunidad cristiana puede comunicar al mundo de hoy es un anuncio profético y contracultural que ofrezca un sentido y un horizonte nuevo a la vida, la novedad que puede vencer la muerte, es decir, Jesús de Nazaret muerto y resucitado.” A partir de ahí cifra su esperanza y anima al compromiso. Vale prestar atención a que no habla de la jerarquía, sino de “la comunidad cristiana”.
Codina nos seguirá enseñando a muchos a contemplar la realidad lúcida y críticamente, a no cesar de interpelarnos, ni renunciar a soñar y confiar, pues sin esperanza es imposible bregar por el otro mundo nuevo posible. Vuelvo, para terminar, a citar el Epílogo de Sueños de un viejo teólogo:
“Como dije en la Introducción, soñar forma parte del ejercicio de la virtud teologal de la esperanza cristiana. Y el Espíritu se sirve de gente débil e imperfecta, de jóvenes y de ancianos, para manifestar sus deseos de reforma y renovación, para transfigurar la historia…. Ojalá mis sueños ayuden a que los jóvenes tengan visiones, y otros ancianos también sueñen. Porque los sueños de uno solo valen poco, pero los sueños de muchos pueden cambiar la realidad…”
Como los versos citados al inicio, “Nunca olvides que al final habrá un lugar para el amor… nunca pares de soñar…”. Soñar forma parte del ejercicio de la esperanza cristiana a la que no podemos renunciar, nos dice Codina, y también nos recuerda que es necesario que los sueños sean altruistas y compartidos para que puedan realizarse más temprano que tarde. ¡Gracias Víctor Codina, por tu generosa entrega, tan sabia como humilde, de toda una vida!
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