El Evangelio es fuerza de Dios para la salvación

22 de Mayo de 2023

[Por: Armando Raffo, SJ]




“No me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío en primer lugar, pero también del griego.” (Ro. 1,16-17) La frase de San Pablo consta de tres partes en las que cada una de ellas contiene un significado específico al decir, en primer lugar, que “no se avergüenza del Evangelio”, en segundo lugar, “que es fuerza divina para la salvación para todo el que cree” y, en tercer lugar, que habría que empezar por los judíos para seguir con los griegos. Todo ello revela la situación existencial de Pablo, el motivo profundo que le mueve a actuar y el proyecto apostólico que tenía en mente.  

 

Cabe notar, pues, y en primer lugar, que Pablo confiesa un estado de ánimo, que bien podemos calificar de orgullo por haber acogido la Buena Nueva de Jesús. En segundo lugar, una afirmación apodíctica de corte universal que califica la primera afirmación al decir que el Evangelio es fuerza de Dios para salvación de los que creen y, en tercer lugar, se refiere a los destinatarios que habrán de recibir el mensaje insinuando ya a la humanidad en su conjunto.

 

Como sabemos, Pablo era un judío “practicante” al punto que había colaborado cuidando las ropas de quienes habían lapidado a Esteban. Teniendo en cuenta esa realidad, no es extraño que Pablo afirmara que no se avergonzaba del Evangelio porque, así comunicaba y acentuaba la firmeza de su conversión: con verdadero orgullo.

 

Por otra parte, notamos que Pablo hace una afirmación de calado teológico: el Evangelio es fuerza de Dios para la salvación. Ahora bien, se trata de un Evangelio que siendo fuerza se realiza, en tanto y en cuanto, es acogido por la fe: para “todo el que cree”. Se trata, pues, de una afirmación universal: todos pueden acoger esa fuerza necesaria que lleva a la salvación. 

La tercera cláusula de la afirmación paulina subraya el destino universal de su predicación al referirse tanto a los judíos como a los griegos. La aparente prioridad que da a los judíos cuando afirma que debía anunciarse el Evangelio a ellos en primer lugar, no debe entenderse como un privilegio de raza, sino, muy por el contrario, como una responsabilidad mayor por parte de los judíos, ya que el Antiguo Testamento configuraba una plataforma especialmente adecuada para acoger la Buena Nueva del Evangelio.  Por eso, más que un privilegio se trataba de una responsabilidad mayor.

 

Por otra parte, es claro que Pablo al hacer alusión a la universalidad, se remonta a los orígenes de la fe de los judíos en la persona de Abraham, el padre de la fe. Como bien sabemos, él deseó ser bendición para todas las naciones de la tierra. Se puede decir, pues, que en la persona de Abraham ya está inoculado el germen de la universalidad. Desde esa perspectiva, el Antiguo Testamento se configura como la plataforma especialmente adecuada para acoger al mesías prometido en la persona de Jesús.

 

Todo indica que para Pablo el Antiguo Testamento debía ser la mejor plataforma para acoger el mensaje de Cristo. Es claro que no fue así. Si bien los primeros seguidores de Jesús fueron judíos, también sabemos que pronto comienzan a unirse gentiles al grupo de los primeros cristianos. A partir del capítulo décimo de libro de los Hechos se registran las conversiones de los primeros gentiles de la mano de Pedro y luego en forma llamativa por medio de Pablo. 

 

Como era de esperar, ese proceso que tuvo sus vaivenes, aunque, poco a  poco, se fue afianzando el mensaje del evangelio entre los paganos de la mano distintos discípulos destacándose Pedro, Pablo y Bernabé. 

 

Importa ahondar un poco en la afirmación del Evangelio como fuerza de Dios. Como sabemos, la palabra “evangelio” quiere decir “buena noticia”. Es obvio, pues que no se trata de ningún tipo de imposición. Se trata de la fuerza que proviene de un anuncio, de un mensaje, que recrea y descubre el sentido de la vida. Esa “noticia” puede mover montañas por la vida que promete. Cuando alguien tiene un por qué para vivir, encuentra el modo de ir tras él; puede soportar las distintas adversidades que siempre aparecen en la procura de alcanzar el bien anhelado.

 

Resulta interesante notar que el padre de la fe, Abraham, que soñó con llevar bendición a todas las naciones, despertó un proceso que, de la mano de Jesús, llegó a hacerse progresivamente universal. Si bien es obvio, que no todos los seres humanos son cristianos, sí lo es que la Buena Nueva cristiana ha alcanzado prácticamente a todas las culturas como una levadura en la masa; no como una conquista, sino como fermento que ya late en prácticamente casi todas las culturas.

 

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