Valentía y pertinencia para anunciar el Evangelio

06 de Mayo de 2023

[Por: Armando Raffo, SJ]




“…que Dios me conceda la palabra adecuada cuando abra mi boca para dar a conocer con valentía el misterio del Evangelio…” (Ef. 6,19) La frase extraída de la carta a los Efesios contiene una densidad especial porque, además de referirse al evangelio como misterio, san Pablo pide valentía y pertinencia para darlo a conocer. Confiesa, también, que sin la ayuda de Dios difícilmente podría dar a conocer el Evangelio que no se reduce a su mera proclamación, sino que se trata de una palabra que tenga la virtualidad de llegar a otros como buena noticia.  

 

Bien podemos preguntarnos por qué San Pablo tenía cierto temor y pedía valentía para abrir su boca y dar a conocer el misterio del Evangelio. Cabe preguntarnos, también, por qué califica el Evangelio como misterio. 

 

Lo hemos dicho varias veces, la palabra “misterio” etimológicamente significa “cerrar la boca”. Se trata de algo sobre lo que no es fácil hablar a pesar de saber que nos concierne hondamente. En efecto, hablamos de misterio cuando procuramos referirnos a realidades complejas que nos incumben a tal grado que nos es imposible decir una palabra sobre ellas sin decir, en alguna medida, algo que nos involucra a nosotros mismos. Es claro, pues, que no alude al conocimiento que solemos llamar científico... El misterio, pues, nos remite a otro tipo de conocimiento que ocurre en tanto y en cuanto lo habitemos o nos involucremos en él. Un ejemplo pertinente podría ser “la amistad”. En el seno de ella se abre un conocimiento distinto porque nace de la cercanía, se fortalece en la comunicación íntima y se sella como compromiso mutuo. Percibir, pues el misterio que nos habita lleva a un conocimiento que nos interesa vital y radicalmente. 

 

El texto alude, también la sabiduría –palabra adecuada- y a la valentía para comunicar el evangelio. No se trata de acumulación de conocimientos sobre el mundo y su funcionamiento, sino de saborear las instancias que ayudan a descubrir el sentido de la vida. Considero muy apropiada la intuición de Gómez Caffarena cuando dice que: “… el actual lenguaje sobre “el sentido de la vida” es un buen acceso para la comprensión de la religión; concretamente, de lo que ésta tiene de “expectativa de salvación.”[1]

 

La frase citada de san Pablo, pide, por un lado, el auxilio de Dios para comunicar bien el misterio de la fe cristiana y, por otro, la valentía necesaria para hacerlo. La valentía era necesaria porque se encontraba en una cultura que tenía serias resistencias para oír “el misterio del Evangelio”. El libro de los Hechos de los Apóstoles refleja en varios pasajes la dureza de los gentiles a la hora de escuchar la predicación cristiana. Basta ejemplo: “Al oír que –Pablo- mencionaba la resurrección de los muertos algunos se burlaron de él y dijeron: sobre eso ya te oiremos otra vez.” (Hch. 17,32)

 

Además de valentía, se necesitaba una palabra pertinente, es decir, que tuviera en cuenta a los interlocutores, su cultura y su situación existencial, para comunicar la Buena Noticia. Además, la comunicación ha de invocar o apelar a los anhelos más importantes que últimamente sostienen la vida de las personas. Había que hacerlo de tal modo que pudiera ser acogida y no rechazada. Si era recibida ella iría haciendo su trabajo en el corazón de aquellas personas. 

 

Como es obvio, comunicar el Evangelio no consiste meramente en repetir frases hechas. La virtualidad de la Palabra se va descubriendo en la medida en que las personas se van involucrando existencialmente a partir de ella y comienzan a sentir algo de la vida abundante que ella promete: “Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia.” (Jn.10,10).

 

Por otra parte, como ya se dijo, ha de ser una palabra valiente porque habrá de referirse o aludir a una novedad tan inesperada que podría desencadenar rechazos de diversa índole.  No se trata de una valentía que podríamos llamar “natural”, sino de la que proviene de quién ha encontrado un tesoro y desea compartirlo. Es sabido que “la palabra” habrá de chocar y sacudir aquello que a todos nos habita y que llamamos “mundo”, que, dicho sea de paso, no es otra cosa que aquellos dinamismos egocéntricos y autorreferentes. Por ello, bien se puede afirmar que en nuestros días se hace especialmente difícil anunciar la Buena Nueva de Jesús porque choca en forma drástica con la cultura imperante. 

 

Hemos de ser tan pertinentes como valientes si pretendemos anunciar el mensaje de Jesús. Claro que la valentía por sí sola puede hacer estragos y que la impertinencia -no pertinencia-, puede alejar en lugar de aproximar. Deben ir juntas si verdaderamente procuramos evangelizar. La valentía sin pertinencia acaba siendo un tiro al vacío y la pertinencia sin valentía nunca llegará a sacudir los dinamismos que, últimamente, dañan la vida de las personas.

 

Imagen: https://elatelierfbblog.files.wordpress.com/2020/01/predica-el-evangelio-2.jpg?w=1200 

 

 

[1] Gómez Caffarena, El enigma y el misterio. Una filosofía de la religión. Ed. Trotta, 2007, p48

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