Creer en Dios es creer en el ser humano

07 de Mayo de 2023

[Por: Diego Pereira Ríos]




En medio de tantas situaciones angustiosas que nos presenta el mundo actual, la fe juega cada vez más un papel esencial. La fe sostiene en medio de las idas y vueltas de los juegos políticos y económicos que, dominados por las ideologías, generan esperanzas en un futuro mejor, pero también generan conflictos debido a las diversas posturas que conviven en la sociedad. Estos conflictos, a su vez, demuestran cierta incapacidad humana de apostar por lo diferente, por una novedad. Pero más que incapacidad, considero que es cansancio, hastío. El problema es saber el grado de credibilidad que traen cada una de las nuevas propuestas. Tanto lo político como lo económico tienen una característica de variabilidad conveniente: un gobierno le sucede a otro según sus convicciones, los partidos políticos negocian en cada elección según sus propias conveniencias y, en medio de ello, la sociedad se queda esperanzada de que quien venga atienda realmente la necesidad de todos y se defienda de veras el bien común.

 

Junto con ello, pareciera que la fe se juega en otro lugar, en otra dimensión, que poco tiene que ver con lo que vivimos, luchamos y anhelamos en el día a día. ¿Cómo vincular la vida diaria: el trabajo, la familia, la enfermedad, la crianza de los hijos, las necesidades económicas, a la fe? ¿Cómo hacerlo cuando pareciera que muchas veces la fe no logra transformar una realidad que se muestra contraria a todo lo que necesitamos? Cada día son más las personas que dicen no tener fe en Dios, o que no les interesa la religión, ya que se sienten cansadas de promesas incumplidas. Las personas de estos tiempos, ante tantos desastres naturales y tragedias causadas por el mismo ser humano, se siente también engañadas, frustradas y dolidas. Han creído que el Dios liberador prometido o no existe o se ha olvidado de ellos. Sobre todo, cuando vemos a los líderes de la mayoría de las religiones o grupos religiosos en situaciones acomodadas, sea en lo económico como en sus arreglos con el poder político, la fe enseñada o predicada pierde su valor, pierde credibilidad.

 

Las consecuencias a nivel social están a la vista: falta de una verdad dadora de sentido, posturas dominadas por el conformismo, la desazón, por miradas sin esperanzas, por vidas sin horizontes; cumplimientos por miedo, obediencia sin reflexión, desgano en proyectos comunes, mentes aturdidas que no ven más allá de las situaciones concretas. Sin un horizonte orientador el ser humano cae en un pozo del cual costará mucho salir. Como ya decía Gabriel Marcel, ante la falta de verdad: “La conciencia se retrae en una especie de incertidumbre angustiosa que deja inerme toda animosa iniciativa y en lugar del sentido de responsabilidad coloca una profunda desconfianza”[i]. Cuando la fe en Dios pareciera desaparecer como razón de sentido humano, cuando lo divino no logra entrar en el espectro del pensamiento humano, tenemos siempre una opción: devolver la fe en el ser humano, volver a confiar en la responsabilidad de cada uno de nosotros y de lo que somos capaces. 

 

Y la capacidad del ser humano no se fundamente en lo que pueda hacer, sino en lo que desea llegar a ser. No se trata de su imperiosa necesidad de transformar el mundo exterior, sino en su necesidad interior, de llenarse de algo o alguien que logre darle vida, que le dé motivación existencial.  Y es allí, en su más profundo “yo” que cada persona puede reencontrarse con Dios, donde puede re-ligarse a su origen, a su creador. Como afirma Codina: “Dando ese misterio por supuesto, interesa la vivencia del sujeto creyente en cuanto que, cuando llega a la culminación de su comunión con Dios, puede vivirlo a él como a su más y profundo yo”[ii]. Experimentar a Dios como “en mí”, es creer que Dios actúa, habla en mis palabras y se mueve desde mi cuerpo. Y por lo tanto, también lo hace en los otros que están ante mí, a los cuales debo atender, servir y amar, incluso cuando se equivocan y practican el mal. A esos deberemos ayudar a rectificar su mirada, a reflexionar acerca de sus acciones, pero no despreciar ni descartar, sino que desde el amor.

 

Retomar la fe en Dios pasa entonces por retomar la fe en el ser humano. La vuelta a Dios implica retornar a esa confianza primigenia de una fraternidad universal. Para eso será necesaria otra razón, como instrumento de discernimiento. Deberemos modificar nuestro pensamiento logocéntrico, dominado por el racionalismo moderno, por una razón cordial[iii]: la razón del corazón. Esta misma razón es conocida hoy como inteligencia emocional y que poco a poco penetra en la sociedad aunque, por el mismo hecho de sustentarse en las emociones -que son inestables-, corre el riesgo de no ser escuchada. Esta inteligencia emocional, que logra escuchar y atender los reclamos del corazón en base a su experiencia de la misericordia, logra también desarrollar la inteligencia espiritual que logra penetrar en realidades que trascienden la comprensión humana. Y es este desarrollo espiritual el que logra que cada persona pueda recuperar ese amor por cada ser humano, por todo el mundo, y desde ello amar a Dios. Pero esta trasformación es, desde sus inicios, la misma voluntad de Dios que puede ser la voluntad de todo ser humano que decida vivir “en Dios”. Porque “la caridad no es una elección del hombre, sino la elección del hombre hecha por Dios”[iv].

 

*Imagen tomada de https://www.flickr.com/photos/machbel/6946807251 

 

 

[i] Marcel, Gabriel, En busca de la verdad y a justicia, Herder, Barcelona, 1967, p. 56.

[ii] Torres Queiruga, Andrés, Alguien así es el Dios en quien yo creo, Trotta, Madrid, 2013, p. 146-147.

[iii] Boff, Leonardo, Derechos del corazón. Una inteligencia cordial, Trotta, Madrid, 2015.

[iv] Bonhoeffer, Dietrich, Ética, Trotta, Madrid, 2000, p. 263.

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