09 de Abril de 2023
[Por: Rosa Ramos]
Vengo a ofrecerme hoy.
Remamos
con la cara contra el viento,
con la valentía adelante,
con un pueblo entre los dedos.
Remamos
con un nudo aquí en el pecho
soñando que al otro lado
se avecina otro comienzo…
(cantan Natalia Lafourcade y Kany García)
Esta canción que descubrí hace poco, me parece un excelente modo de expresar lo que la madre, los amigos y las amigas de Jesús sintieron y quisieron vivir tras la traumática experiencia de ver morir crucificado a Jesús, en quien tenían puesta su confianza. Tras el golpe, decidieron levantarse y “remar juntos”, pero también ofrecerse como testigos de ese nuevo comienzo.
Ha transcurrido una nueva Semana Santa, muchos hemos ya vivido muchas… En mi infancia se la llamaba la “Semana Mayor”, ha debido pasar mucho tiempo y vida para entender esa expresión no sé si cabalmente, pero sí mejor. ¿En qué sentido le cabría ese calificativo? ¿Cómo acercarnos desde nuestras experiencias? Seguramente hemos vivido “semanas mayores” acompañando los últimos días de vida y la agonía de un seres muy queridos. Cuando estamos inmersos en ese tiempo tan duro y tan rico a la vez, no siempre somos conscientes de lo que se nos está regalando y de cuánto se nos está desafiando a madurar.
Pasado ese tiempo y el duelo, o durante el mismo, vamos recuperando día a día, minuto a minuto, lo que fue ese período de acompañar cuerpo a cuerpo la entrega final del ser querido, entonces cobra sentido lo compartido, cada palabra y también los silencios, las miradas de ojos brillantes, el acercamiento, la intimidad y también las distancias imposibles de salvar. Recuperamos así “el legado”, lo interpretamos, que decodificamos a la luz de toda la vida de esa persona querida y de la relación que hemos tejido con ella. Entendemos lo que en su momento no entendimos, atesoramos la experiencia y queda para siempre entretejida en nuestra propia historia esa vida resucitada. Tan viva, que sigue manando riqueza y sabiduría desde esa “semana mayor” en que tantos acontecimientos se precipitaron, pero que no surgen como hongos después de la lluvia, sino que son culminación de opciones fundamentales cultivadas largamente.
Así fue con Jesús y su comunidad. Venían compartiendo esa vida itinerante con momentos de crecimiento, de muchedumbres siguiéndolo y momentos de desolación, de enfrentamientos con los fariseos y autoridades, pero también de desinteligencia entre ellos. Llegaron a dudar si seguir o abandonar a ese profeta de Nazaret, que les provocaba atracción, admiración, esperanza, pero también fuertes cuestionamientos, por ser tan diferente al Mesías esperado. De pronto entran a Jerusalén, la ciudad santa tan venerada por los judíos, y los acontecimientos se precipitan de una manera vertiginosa hasta ver al Maestro asesinado, crucificado, tras “un juicio spress”, apresurado por el griterío de la gente.
Cuántas veces debieron repasar en sus corazones esa semana que comenzó con la entrada a Jerusalén, no en un corcel romano, sino en un ridículo burrito, rodeado de pobres ilusionados y un poco envalentonados. Aunque no fuera una entrada tan triunfal y con mantos rojos como nos muestran las grandes películas. Luego las confrontaciones en el templo que caldearon más los ánimos… Una cena íntima entre amigos y amigas (acá sí nos puede ayudar a sopesar ese momento si vimos la película De dioses y de hombres) … y esa locura del apresamiento, que acaba en una muerte cruenta en soledad, mirada a distancia, sobre todo por las mujeres…
Luego el silencio, el inenarrable dolor, el apiñarse escondidos, temerosos, y procurando entender lo sucedido.
Los seguidores de aquel extraño maestro-profeta de otro mundo y otro modo de relaciones posibles, que llamaba “reino de Dios”, se fueron sosteniendo en el vínculo que él había procurado tejer con tan diferentes hilos e historias a cuestas y descubrieron que aquello construido juntos con el arte del Maestro, no podía morir. Más aún, estaba llamado a anunciarse, a proclamarse como Buena Noticia: “no está aquí, ha resucitado”.
El largo texto de la Pasión que relatan los evangelios fue el núcleo desde el que partieron para escribir -décadas más tarde- los evangelios que hoy conocemos. Ese núcleo primario que relata la pasión, muerte y resurrección, debe leerse a la luz de Isaías y del himno recogido en la carta a los Filipenses. Los seguidores de Jesús apelaron a sus tradiciones para entender aquella “Semana mayor” que habían vivido y padecido estupefactos, con ojos desmesurados, sin dar crédito. Los profetas, y en especial el texto del siervo sufriente de Isaías, les iluminó para hilvanar con sentido los acontecimientos y su propia experiencia, y así surge ese breve himno del anonadamiento tan conocido, y los largos textos de los evangelistas.
Pero ¿qué significa para nosotros hoy aquí en este contexto histórico, en estas realidades tan preocupantes, esta Semana Mayor? ¿Qué historias, qué pasiones, qué agonías, qué modos de vivir y relacionarnos estamos llamados a releer e interpretar? Y no sólo para entender y resolver como problema científico, sino para saborear hasta descubrir lo que entrañan y compartir como Buena Noticia que contagie esperanza. ¿Cómo ser personas y comunidades sembradoras de esperanza en nuestros ambientes?
Quizá podamos empezar por releer nuestras propias historias de vida y de fe. La esperanza pasa por la confianza en Dios y en los otros, en lo que juntos podemos gestar orientados por las palabras y gestos del Maestro, animados por su Espíritu. Cada quien en la propia historia está en un momento diferente de su “semana Mayor”, pero sea cual sea, permanezcamos confiados y atentos a las señales…
¡Felices Pascuas de Resurrección! No dejemos de apostar a la vida, aún con nudos en el pecho, como dice la canción, sigamos remando juntos, llevando los anhelos de un pueblo entre los dedos.
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