Un Dios que se entrega por amor

06 de Abril de 2023

[Por: Diego Pereira Ríos]




Una de las grandes dificultades que tenemos hoy en día es experimentar gozo y alegría en darnos a los demás. No logramos ver, en la actitud servicial de quien puede hacer algo por los demás sin pedir nada a cambio, una forma de realización humana. Nos hemos vuelto tan egoístas que no salimos de nosotros mismos y vivimos casi escondidos del mundo para no sentirnos comprometidos con los demás. 

 

Pero, cuando salimos al mundo, son varias las actitudes en lo cotidiano que demuestran nuestra incapacidad de donación, y de formas bien distintas. Muchas veces se traduce en autosuficiencia donde darse implica abrirme al otro para pedirle ayuda. No, ¿cómo demostrar que no puedo? Mejor lo hago solo con mucho esfuerzo. Otras veces implica entrar en el círculo de la competencia donde hacemos algunas cosas solo por ser los mejores. Allí más que darse se trata de exigirse al máximo con un fin muy egoísta. En otros casos, nos damos a otros con el fin de manipularlo para obtener algo a cambio. En este caso simplemente utilizamos a los demás sin pensar en las consecuencias, en el daño que podemos causarle.  

 

El ser humano de hoy siente tanto miedo a perder su vida que la va guardando –aunque sin saber para qué- en una especie de burbuja en la cual se va asfixiando por propia decisión. No podemos negar los peligros que atrae la vida cotidiana, pero no son causa suficiente para replegar nuestra existencia a un punto de anularnos. “No, –dirán muchos- yo siempre estoy pendiente de mi familia, de mi madre, de mis abuelos”. Aun siendo así, nos cabe la pregunta de cuánto estamos dejando de colaborar en la construcción de la humanidad, cuando la mayor parte de nuestra cotidianidad la destinamos a fines personales. Dormir, comer, consumir, trabajar casi sin generar relaciones que nos comprometan, desear llegar a casa para distraernos mirando series o distrayéndonos en internet, desear encerrarnos para que nadie nos moleste. Trabajar y juntar el dinero necesario para viajar a esos lugares de ensueño donde nos desconectamos de todo, donde andamos solos –pues nadie nos conoce- y donde queremos vivir. Pero luego, volver a lo cotidiano donde todo nos molesta, hasta las personas, y pasar el resto del año encerrados.

 

En este sentido, el ejemplo de Jesús sigue rompiendo todos los esquemas que hemos aprendido y nos sigue exigiendo revisar la forma en que vivimos nuestra fe cristiana. En el día que recordamos la última cena de Jesús con sus discípulos en el evangelio de Juan 13, 1-15, vemos la actitud de Jesús que –aun con conocimiento de lo que haría Judas- no se retracta del acto de amor que debía cumplir también por él. Aunque Judas, que compartió tiempo con él y que logró encender la llama de la esperanza en su corazón con sus palabras y actos, ahora lo entrega por unas pocas monedas. Así mismo, Jesús sigue adelante. Pero lo mismo vemos en la actitud de Pedro que primero se niega a que Jesús le lave los pies. ¿Cómo el maestro va a rebajarse tanto a lavare los pies? En la lógica de Pedro es inconcebible. El Hijo de Dios no puede humillarse de tal manera. Y Jesús es claro: “Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo” (v. 8). La advertencia es dura, pero la enseñanza es clara: “Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice por ustedes” (v. 15)

 

Jesús nos sigue desafiando a salir de nuestras supuestas seguridades, construidas con miedos y desconfianzas, y adentrarnos en el misterio de la donación sin límites. Esta donación implica renunciar a nuestros propios ideales y prejuicios sobre los demás y no limitar nuestra entrega. Esa entrega, como don “reposa siempre en la gratuidad o incluso en la ausencia de razón. No es que se oponga a la razón, sino que la sobrepasa”[i]. No hay razones para darse a los demás, sino que esto es simplemente vivir el evangelio y parte del ejemplo de Jesús que nos exige hacer lo mismo que él. Y toda persona es capaz de darse a otros cuando se deja guiar por Dios. En este caso toda persona “se experimenta bajo las formas más diversas en su condición de sujeto de la trascendencia ilimitada, como el evento de la autocomunicación absoluta y radical de Dios”[ii]. En este sentido nosotros podemos experimentar que Jesús mismo actúa por medio de nosotros cuando logramos entregarle enteramente nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestra afectividad y nuestra corporalidad. Dios se autocomunica en nosotros para revelarse a los demás que están a nuestro alrededor. Es él quien lo hace posible y que rompe nuestros miedos y cegueras. Servir al mundo tiene sentido porque Jesús lo hizo en vida y logró donarse hasta la muerte para demostrar el amor de su Padre. 

 

Imagen tomada de: https://www.churchofjesuschrist.org/media/image/last-supper-jesus-washes-peters-feet-076579a?lang=spa

 

 

[i] Mèlich, Joan-Carles, La fragilidad del mundo, Barcelona: Tusquets Editores, 2021, p. 125.

[ii] Ranher, Karl, Curso Fundamental sobre la fe, Barceona: Heder, 1979, p. 165.

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