Plantar cara ante la injusticia

07 de Abril de 2023

[Por: Daniel Niño, FSC]




De entre el extenso relato de la pasión y muerte de Jesús, pueden rescatarse algunos personajes que en ocasiones pasan desapercibidos, dos de ellos son José de Arimatea y Nicodemo. De José de Arimatea, los evangelios informan que era un hombre rico, miembro ilustre del Sanedrín, pero a la vez varón bueno y justo, que esperaba el reino de Dios y discípulo de Jesús, aunque a escondidas por temor. A Nicodemo, por su parte, solo lo menciona el cuarto evangelio, describiéndolo como uno de los principales de los judíos, quien se acerca a Jesús e intenta incluso defenderle de la opinión hostil de algunos fariseos. El rol de estos dos personajes cobra importancia por su intervención, aparentemente en favor de Jesús, tras su muerte.

 

José de Arimatea es quien se encarga de solicitar el cuerpo de Jesús, una vez se ha confirmado su muerte y luego lo sepulta. Solo en el cuarto evangelio es ayudado por Nicodemo en esta última tarea. Aunque los evangelios varían pequeños datos en los relatos, en todos son constantes dos informaciones: De un lado, una sábana de la cual se explicita que es limpia o incluso comprada explícitamente para envolver el cuerpo. De otro lado, un sepulcro que, casi en todos los casos, se señala que es nuevo o que no había sido utilizado aún. Como se ve, se intenta resaltar el pormenor de la novedad o de la “limpieza” de los elementos, en contraste con los restos mortuorios de Jesús. Tal detalle es relevante teniendo en cuenta que la cultura judía da una importancia mayor a la pureza y tiene un rechazo tremendo de lo impuro, al punto de encontrar en ello una clave de separación de personas, animales, objetos y espacios. Pureza e impureza son aspectos organizadores del entorno y de las relaciones. 

 

En este sentido, podría llegar a entenderse que el cuerpo de Jesús, clasificado claramente entre lo impuro, es un elemento corruptor de la pureza representada por la sabana y el sepulcro nuevos. Jesús ya ha atravesado toda una serie de rituales de humillación y de destrucción de su honor, al punto de ser colgar de un madero, con el claro objetivo de mancillar y condenar al olvido su nombre, según lo estipulado en la ley (Dt 21, 23); pero incluso después de su muerte sigue siendo objeto de un último ritual de humillación: ¡es capaz de corromper incluso lo nuevo! Es por ello que José de Arimatea y Nicodemo no parecieran encajar ahora en la imagen de un discípulo de Jesús. 

 

Si bien las acciones de José y Nicodemo revisten un halo bondadoso, bajo este otro lente se muestran diferentemente. En efecto, ya de antes puede señalarse que, a pesar de su poder, prestancia y nivel de influencia en el sanedrín, ambos personajes desaparecen en el momento del juicio. Dicen ser discípulos de Jesús, pero en realidad no fungen como tales. Así, cuando Nicodemo tuvo oportunidad de defender a Jesús, se apabulla ante los fariseos, y el mismo José es un discípulo a escondidas por temor a los judíos. Ambos están ocultos. La pregunta es entonces qué sentido tiene su discipulado y en favor de quién están en realidad.

 

De ninguna manera se trata de enjuiciar o inculpar a José y a Nicodemo, pero sí de poner de relieve lo impropio de un discípulo. De hecho, es verdad que los doce no son los más leales: uno lo traiciona, otro lo niega y los demás lo abandonan; pero tal vez, lo que más pesa en el caso de José y Nicodemo es que teniendo los medios para hacer algo, dado su nivel y ámbito de incidencia, no lo hicieron. Definitivamente carece de sentido la indecisión y la incapacidad de plantar cara, de ponerse en pie y alzarse cuando hay que hacer valer la justicia. Si no se hacen valer las convicciones, si no se es capaz de alzar la voz y denunciar, si no se defiende lo justo, ¿qué sentido tiene ser discípulo de Jesús? 

 

No se puede callar frente al asesinato, ni volver la mirada ante el desvalido maltratado, ni ignorar sin más a quienes perpetran la injusticia o a quienes violentan los derechos, o cerrar los ojos ante la corrupción, el delito o la destrucción de la casa común. De qué sirve ocuparse de los despojos para tratar de “darles dignidad” cuando no se intentó siquiera procurársela en vida. ¡Eso sería tratar de blanquear la injusticia! Es a la luz de la muerte de Jesús, la víctima que se ofreció para que no haya más víctimas, que hemos de confrontarnos y reconfigurar nuestro discipulado.

 

Imagen: https://www.primeroscristianos.com/san-jose-arimatea-discipulo-jesus-31-agosto/ 

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