¡Cómo nos cuesta la Encarnación!

26 de Febrero de 2023

[Por: Rosa Ramos]




“… pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, 

ni mayor pesadumbre que la vida consciente…”

Rubén Darío -fragmento de Lo fatal-

 

- “A los cristianos nos resulta muy difícil asumir la Encarnación”, me dijo hace pocos días, una amiga de fe profunda y vida consecuente. Me dejó pensando y sobre ello escribo hoy. Aclaración: no voy a referirme aquí al “Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios”. Por si acaso, aclaro también que al referirme a nuestra necesaria “encarnación” no la estoy pensando desde una concepción platónica de “transmigración de las almas”, ni de ninguna creencia en la preexistencia del modo que fuera. Ser humanos es ser en el mundo, ser históricos, construyéndonos en las coordenadas de la finitud y la contingencia, pero… a veces escapamos por alguna tangente. Sobre este tema versa el artículo.

 

Encarnación es maravilla y límite, grandeza y miseria… Somos cuerpo y somos espíritu, somos carne animada por el soplo original de Dios, somos espíritu encarnado. 

 

Nos es muy fácil, “natural”, asumir la belleza y maravilla de la encarnación con tantas posibilidades: crecer, desarrollarnos, poder caminar, correr, bailar, que de nuestras cuerdas vocales (o de otros) surjan hermosos y armónicos sonidos, mirarnos en el espejo de la mirada de los otros, encontrarnos jóvenes y “hermosos”, al menos agradables. Somos felices de ser seres encarnados compartiendo la fiesta de la vida con amigos, enamorándonos, viendo crecer sanos a los hijos y seguimos gozamos de salud y de la alegría de vivir. 

 

Sin embargo, nos cuesta mucho asumir que la encarnación incluye también impotencia, fragilidad, fracaso, soledad, enfermedad, precariedad, errores, culpa, vejez y muerte. En estos casos hasta nos rebelamos, preguntamos por qué a nosotros nos ocurre eso. Olvidando los límites propios de la encarnación, de ser seres finitos: la fragilidad ante los virus o bacterias, la posibilidad de accidentes, de que los que queremos tengan problemas físicos o psicológicos, mueran, se enfermen o simplemente envejezcan. Nos cuesta asumir el lado más oscuro o frágil de la encarnación propia y sobre todo la de los demás.

 

Podríamos hacer el ejercicio personal o comunitario de preguntarnos y darnos un tiempo para responder algunas preguntas: ¿En qué aspectos de mi vida personal y familiar experimento la maravilla, la grandeza de la encarnación? ¿En qué aspectos de mi vida personal y familiar experimento el límite, las dificultades de la encarnación? 

 

Además de tomar consciencia de la maravilla y de las dificultades, hay otro aspecto ¿cómo nos relacionamos con ambas? Algunas veces nos creemos “dueños” y “merecedores” de todos los dones y bienes posibles, sin asumir siquiera que son temporales. En esos casos perdemos de vista que los hemos recibido y en general inmerecida, gratuitamente. Por otra parte, pensamos lo contrario de aquello menos fácil de ser encarnados. De ahí que otra pregunta a plantearnos y meditar es: ¿Cómo me relaciono con los límites propios y de quienes me rodean? (enfermedad, problemas económicos, soledad, defectos, errores …) Nos estamos refiriendo a situaciones “normales”, pues sabemos que existen otras realidades donde la encarnación se vive más crudamente: quienes viven en contextos de guerra, de hambre, de violencia o de enfermedades endémicas. Allí sí que pesa la encarnación. Como le pesó a Jesús y su familia, que vivieron en un contexto de pobreza, en una tierra que sufría la explotación y la ocupación romana.

 

Otro aspecto a tener en cuenta (siempre en situaciones comunes) es que la encarnación supone “encuentros y desencuentros”: ¡las relaciones humanas, son humanas! Tienen la belleza de lo divino que nos comunicamos y la oscuridad de los malos entendidos, discrepancias, enojos… 

 

No existen relaciones perfectas, sin fricciones, sin altibajos al menos. Somos únicos y esa unicidad dada por lo genético, la primera infancia y las elecciones que fuimos haciendo a lo largo de la vida, contribuye a diferenciarnos (sin llegar a contemplar el plano ontológico o metafísico). Diferencia que nos aleja de los otros, tanto como potencia la atracción. Buscamos, deseamos, necesitamos comunión, salir de la mónada (que también es ficción), pero los encuentros no son siempre plenos y, cuando se da el milagro de que lo sean, no son permanentes. En toda relación existen desencuentros, ¡y muchas veces la maravilla de la reconciliación! 

 

Así vamos por la vida, encarnados, con nuestros límites y desde ellos relacionándonos limitadamente con los demás, lo cual nos exige paciencia, ductilidad, aprender y desaprender. Hace muchas décadas Erich Fromm publicó “El arte de amar” que empezaba por decirnos que no sabemos amar y que debemos aprender. Eso mismo es lo que nos revela el misterio de la Encarnación.

 

Encarnación es ignorar y aprender. Pero no estamos solos en esto: Jesús no sabía caminar, ni hablar, ni jugar, ni trabajar, tuvo que aprender… Jesús tuvo el límite de su cultura, de su tiempo, de la religión y también de los muchos prejuicios y malentendidos acerca de Dios, porque la revelación es paulatina y a escala humana. Jesús tuvo que hacer la experiencia de Dios como Abba que le hacía sentir hijo muy querido para después comunicarlo.

 

Quizá sea muy arriesgado decir que Jesús experimentó el desconcierto y el desconsuelo que late a lo largo de todo el poema de Rubén Darío, del que sólo cité dos versos. Pero nos consta que a lo largo de su vida tuvo que discernir muchas veces y que tuvo su hora más crítica en Getsemaní.

 

La Encarnación no es sólo el momento en que Jesús se hizo carne en María, Jesús se siguió encarnando en la historia humana hasta su muerte en la Cruz. Creer en la Encarnación es creer que Jesús se encarnó “en serio”, amando, riendo, llorando, que también vivió la incomprensión, la traición y que con todo ello fue aprendiendo el difícil camino de ser humano. De modo especial fue aprendiendo la compasión ante todo dolor y miseria humana, desde la cual fue entregándose cada día, hasta dar la vida por otros humanos limitados: nosotros.

 

El autor de la Carta a los Hebreos dice en el capítulo 2: “Los hijos de una familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también Jesús…”

 

Aceptar la grandeza y maravilla de la encarnación no nos cuesta, pero sí la pequeñez, la fragilidad… Repito la afirmación que me llevó a esta reflexión: “A los cristianos nos resulta muy difícil asumir la encarnación.” Tanto la de Jesús, como la nuestra y la de nuestros prójimos… pero en ello se nos va la vida, la fe, la benevolencia y la caridad para con los límites propios y ajenos. A este camino de encarnación aceptada, querida hasta las últimas consecuencias, particularmente de fraternidad en la fragilidad, es al que todos estamos llamados y animados por el propio Jesús.

 

Imagen: https://thumbs.dreamstime.com/b/una-mariposa-en-un-dedo-para-simbolizar-la-fragilidad-de-vida-concepto-ligereza-y-con-silueta-mano-vista-el-d%C3%ADa-contra-puesta-del-164424045.jpg 

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