25 de Febrero de 2023
[Por: Armando Raffo, SJ]
“Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.” (Is. 49,6b) La frase citada de Isaías esconde algo así como un lado oscuro en cuanto que no explica cómo una luz puede llevar salvación a los confines de la tierra. Se abre una ventana a la comprensión si asumimos que la luz, aunque no produce realidades nuevas, permite ver lo que hay; nos ofrece acceso a la realidad. Ahora bien, es evidente que la Biblia no pretende presentarse como un conocimiento de las realidades materiales u objetivas, la luz a la que se refiere el profeta tiene que ver con la percibir el sentido que tiene la vida humana.
El primer relato de la creación (Gn. 1, 1-2,4), que es el más tardío y elaborado, subraya que Dios crea por medio de la palabra y así subraya la importancia de la palabra con respecto a toda la realidad en general y de forma muy especial a la dimensión espiritual del ser humano. El otro relato, el más antiguo y primitivo, deja ver, también, aunque en forma un tanto velada, esa dimensión espiritual del ser humano cuando subraya que “no es bueno que el hombre esté solo” y que, por ello, crea a la mujer como la pareja “adecuada” y pertinente. De forma un tanto tímida, ese relato alude a la necesaria compañía, al otro como lugar de humanización.
Atendiendo al texto de Isaías, es evidente que la luz a la que se refiere el profeta, sólo puede llevar salvación en tanto y en cuanto permita “ver” el anhelo de sentido que tiene la vida de todos y de cada uno de los seres humanos. Cabe insistir que la luz no hace cosas, sino que deja ver, que ilumina para que podamos ver. El texto pretende, además de señalar que la palabra es el medio por el cual adquirimos la conciencia refleja y nos hacemos capaces de mirarnos y reconocernos, no como meros objetos a consumir, sino como seres caracterizados por una dignidad que, a la postre, nos remite directamente al Creador.
Por otra parte, cabe notar que la primera parte del versículo sexto del capítulo citado se refiere a la misión de las tribus de Israel en forma concreta e invitando a que retornen aquellos que habían sido desterrados a Babilonia: “Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las tribus de Jacob, y de hacer volver a los preservados de Israel.” (Is. 49, 6a) El texto que inspira esa reflexión ya tiene una mirada universal: “Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra.” Si bien es cierto que la frase citada procura llevar salvación a los confines de la tierra, también lo es que el sujeto de tal encargo es el pueblo judío. Aunque la frase puede sonar chauvinista, hemos de entenderla como el deseo de compartir algo hermoso que ha sido descubierto. Desde esa perspectiva, la iniciativa divina no acaba con la liberación del pueblo judío, sino que aspira a llegar a todos los confines de la tierra. No se trata, meramente, de los exiliados que habrán de volver, sino del pueblo en su conjunto y de la misión que le cabe como tal en términos universales.
Dicho lo anterior, cabe preguntarnos si la vida del pueblo que ha de ser luz para todas las naciones supone un contenido específico que comunicar o si se trata de algo, de “un medio” que permita ver, no meramente las cosas que podemos catalogar como físicas u objetivables, sino el anhelo de vida abundante que yacía en el pueblo judío en la época de Isaías y que late en todos los pueblos. El texto de Isaías no parece limitarse a permitir que se vea lo que hay, como si se encendiera un foco en la oscuridad, sino que alude al pueblo judío como portador de una misión específica. Una misión que consistiría en comunicar una luz que dejara ver lo que late en el corazón de los pueblos y las personas de todos los tiempos y lugares. Se trataría, pues, de comunicar algo que habría de ser bien acogido por los diferentes pueblos, no porque pudiese llegar a imponerse por medio de cualquier tipo de violencia, sino de una palabra que por su belleza y hondura pudiera iluminar y despertar los anhelos más hondos de los mismos.
Todo parece indicar que estamos invitados a compartir esa luz a la que hace referencia el profeta. Para ello es necesario que busquemos los modos reales y no artificiales de relacionar la vida y la propuesta de Jesús con los anhelos que yacen en el fondo de todos los pueblos y de cada ser humano.
Así como el propio Isaías se sintió llamado y enviado por el mismo Yahveh para anunciar una salvación que no se quedara atrapada en los confines del pueblo judío, sino que alcanzara a todos los pueblos y que llegara como una luz que permitiera ver y expresar los anhelos más radicales de todos los pueblos, también nosotros, estamos invitados portar nuestro farolito encendido. Parece claro, pues, que la fraternidad universal a la que muchos aspiramos y por la que de muy diversas maneras trabajamos, nunca sobrevendrá por algún tipo de imposición o manipulación. Ella irá llegando en la medida en que nos expongamos a la luz que nos brinda la Palabra de Dios. Esa luz puede llegar a otros, también, a través de nuestras vidas y de nuestras palabras. La luz a la que se refiere el profeta puede iluminar hasta los más recónditos entresijos de nuestras complejas identidades. Aunque sabemos que en los tiempos que corren, nuestras identidades se ven alimentadas y esculpidas por narcicismos de distinto tipo a nivel personal y colectivo, también es cierto que no hay oscuridad que pueda ocultar una luz que esté encendida.
Imagen: https://radiomaria.org.ar/contenido/uploads/sites/3/2020/01/unnamed.png
©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.