22 de Enero de 2023
[Por: Rosa Ramos]
…Entra el viento, juega en los caireles
si dejan abierta la puerta cancel,
y se cuela en los cuartos, remueve,
olores secretos: colonia y laurel…
Interiores- Ruben Olivera.
En el artículo anterior aludía a la continuidad entre el año nuevo y el viejo. Ya avanza enero y litúrgicamente ya estamos en el “tiempo ordinario”, mi preferido. ¿Cómo ilustrar este tiempo? Muchos versos habría para citar, pienso en algunos de Circe Maia, la poetisa que durante tantos años enseñó Filosofía, y la llevó a sus poemas tan seductores e inquietantes por ser aparentemente tan simples y domésticos. ¡El movimiento de cortar el pan podía convertirlo en poesía que traducía un problema filosófico!
Sin embargo, acabé eligiendo esta canción de Ruben Olivera que describe una casa sencilla de mitad del siglo pasado, con los ornamentos de su época, con ventanas y puertas abiertas que dan a una calle de Montevideo que “olía a jazmín” y desde la cual también se podía contemplar cómo “florecían las lunas de enero”. Una casa que tenía sus olores propios, un patio y un niño leyendo sobre otros mundos, ignorando en ese momento la magia que allí mismo, en la casa lo rodeaba.
El tiempo ordinario es así, un tiempo que transcurre en un espacio cotidiano, donde la vida va pasando por el crisol que decanta lo valioso, o que va dejando casi imperceptiblemente un humus fecundo, desde el que podrá leerse lo que viene después y que pareciera más llamativo, solemne o importante. Así los Evangelistas comenzaron desarrollando el kerigma escribiendo relatos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, para luego ir hacia atrás, recordar e iluminar lo que había hecho, dicho, caminado por las aldeas, comiendo con gente sencilla, con mujeres, enfermos y pecadores marginados. Ese tiempo ordinario no sólo gestó, sino que fue la razón del desenlace. Así se comprendió, aunque sigue costando comprender o aceptar sacando las últimas consecuencias.
Algunos se preguntaron incluso por el tiempo más remoto, no tenían datos seguros, sólo que el hijo del carpintero devenido profeta y mentor de la novedad de Dios era de Nazaret. Nazaret de la Galilea, de la que no esperaban nada bueno. Pero desde entonces esa pequeña localidad es símbolo de lo desconocido -y presupuesto a la vez-: el lugar de la vida “oculta” de Jesús hasta que se unió temporalmente al grupo de Juan en el Jordán.
El tiempo ordinario litúrgicamente nos trae los relatos de la vida pública de Jesús. Pero, como tan bien lo exploró Margarita Saldaña Mostajo en su tesis publicada como “Rutina habitada: vida oculta de Jesús y cotidianidad creyente” (Sal Terrae, 2014), podemos remontarnos desde ellos más allá. De modo de descubrir o intuir de dónde venía aquel profeta itinerante, de qué familias, de qué historias, cuáles eran las situaciones e inquietudes vitales que amasaron esa sensibilidad y acogida tan peculiar del Misterio al punto de llamar a Dios Abba.
Por eso Nazaret de la que tan poco sabemos (su pobreza, su mala fama, su cercanía a ciudades que se estaban construyendo para los enriquecidos romanos o cómplices, su lejanía de Jerusalén y la ortodoxia), es paradigma de los orígenes, de la gestación de lo nuevo, de lo que llamamos Buena Noticia. Asimismo, Nazaret es paradigma de lo simple, de lo cotidiano, de lo que no tiene prensa y no sale en las portadas; modelo de ese lugar de vida abundante, de círculos familiares, de enjambre de niños, de ruedas de vecinos que comparten el trabajo, los nacimientos, los padecimientos y las muertes. Nazaret es manantial que alimenta sueños, esperanzas, añoranza de vida buena, y lo hace en la mayor rutina, sencillez, entre risas y llantos compartidos.
¿Cuántas situaciones pascuales vivió Jesús en Nazaret? ¡Cuántos desencuentros y cuántas reconciliaciones! ¡Cuántas oscuras tormentas y cuántos amaneceres luminosos! ¡Cuántas renuncias y desencantos y cuántos volver a empezar porfiadamente! ¡Cuántos “por qué nos has abandonado” y cuántos “bendito seas Dios de nuestros padres, Dios que nos sacaste de Egipto”!
En este 2023 en tantos dolores de parto, en tantas situaciones de crisis, de angustia que atraviesa gran parte de la humanidad, también hay innumerables Nazaret, miles de miles de espacios ignotos y círculos donde la vida crece silenciosamente, en rutina de días y noches, de trabajos y descanso, de llantos y de fiestas. En casas como la que describe Ruben Olivera recordando su infancia, o en mesas donde se corta el pan y se lo contempla con los ojos sensibles al misterio de Circe Maia.
En este enero del 2023, la vida está terriblemente amenazada en tantos sitios que los noticieros muestran un día escandalizados y otro olvidan, porque la noticia más llamativa está en otro lugar o los protagonistas son otros. Y así saturan un día y otro de imágenes desoladoras, pero que por repetición provocan anestesia e indiferencia.
La prensa no muestra los Nazaret, los tiempos y espacios de la cotidianidad generosa, de las casas abiertas a los amigos, de la cocina con sus vapores perfumados o los parrilleros humeantes, las mesas tendidas, de las conversaciones hasta la madrugada, los abrazos, las risas que hermanan. En esa cotidianidad gana la vida, gana la pascua: se perdonan ofensas o malos entendidos, se celebran las curaciones de los enfermos, se anima a otros que transitan una dolencia física o del alma, las vacaciones, los regresos o las visitas de quienes viven lejos. En cada mate o en cada copa se brinda y se prometen nuevos encuentros. Y en cada encuentro crece la fidelidad, la confianza en la bondad de los otros, aumenta la esperanza y por qué no la fe en un Dios Abba que ama incondicionalmente, pues se vislumbra en esos rostros añosos o jóvenes, en esos ojos brillantes.
Esos espacios, esos Nazaret simples y bellos, que no son noticia, sostienen la vida que vale, la alimentan, la robustecen para afrontar las potencias que destruyen y matan profetas. Un árbol talado que cae hace más ruido que un bosque que crece en silencio, así también ocurre en los barrios, en las familias, entre los amigos-hermanos que comparten la vida con sus luces y sombras en la confianza del triunfo de la Verdad que hace libres, del Bien que vence al mal. En suma, de la Vida abundante que nos es regalada siempre de nuevas e inesperadas formas.
Disfrutemos el tiempo ordinario, tan nazareno, sin perdernos la magia que ronda la cotidianidad esperando que la contemos o cantemos. Así termina la canción Interiores de Ruben Olivera:
…Y en el patio yo leía historias
de mágicas tierras con raro esplendor
y quizás no sabía que en casa
rondaba la magia esperando un cantor.
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