Advientos que son Pascua

23 de Diciembre de 2022

[Por: María José Encina Muñoz | Vida Nueva Digital]




En medio de este tiempo de espera, me abraza una fuerza espiritual que me hace entrar en el misterio de esta verdad: Los advientos son Pascua, o también podríamos decir, la Pascua es un Adviento prolongado. Y la pregunta que me surge es; ¿qué espero?, ¿qué esperamos? ¿de qué Pascua hablo?

 

En este presente no puedo hablar de otra vivencia que no sea la que hoy me hace atravesar mi propia existencia y como ella se ve totalmente movida por Dios. ¿Cómo negar la experiencia vital que tantas personas atraviesan del dolor, de la tristeza, de la desdicha? Hablo de la Pascua, muerte y resurrección de Jesús, pero centrada en esa sensación del que todavía no atraviesa el umbral de la resurrección, como quien escribe la historia sabiendo el final, pero viviendo internamente una noche donde sabiendo que, aunque amanecerá quedan muchas horas por delante.

 

Y me pregunto: ¿Es que soy yo acaso la única que no vive en este tiempo el gozo de la venida del hijo de Dios? ¿Y realmente, no me alegro de ello? ¿No vivo con esa certeza profunda la encarnación diaria en que a través de miles de hombres y mujeres contemplo de cerca el rostro de Dios? ¿No habita en mi la certeza inamovible del Dios Padre y Madre, del hijo y de esa ruah, aliento en mi desosiego, una trinidad que me hace suya, me mueve y enamora?

 

Y me sigo preguntando… ¿qué se mueve espiritualmente en mí, cuando me digo; advientos que son pascua? De pronto desaparecen tantas realidades, tantos ruidos, tantas imágenes y me quedo con María. María la madre, la sierva, la del Fiat, la del Magníficat, la del silencio, la de la espera, la de la insistencia, la de la confianza, la de la pregunta, la del dolor, la de la espada atravesada, la de la cruz, la de la noche a la que no llega un mañana… la de la mirada viva ante el anuncio de María Magdalena, la mujer viviente en medio de la comunidad, la llena del espíritu que vuelve a encontrarse para fundar una comunidad que tenga la certeza del Dios vivo.

 

Un Nazareth perdido

 

Y del cenáculo, colocada en el medio, icono de la entrega y la certeza firme ante la voluntad de Dios, llego a la pequeña aldea, en un Nazareth perdido, con una joven desposada, diciendo sí a un anuncio que por la ley mosaica la colocaba desde el primer momento en peligro de muerte. Una certeza en que Dios anunciaba, y se hacia parte del misterio trinitario, al vivir en su propio cuerpo la entraña de un amor misericordioso que tomaba parte de la humanidad necesitada. María se hacía carne débil y en ella asumía la dialéctica de lo frágil y perdido como lo grande y exaltado, llena de la divinidad.

 

En la anunciación, para María no se hace definitiva, como algo cerrado, la certeza de la presencia de Dios salvadora para la eternidad, solo es su inicio, la nueva alianza que se sellará con su sangre, la anunciada por Isaías, la que habla de la pasión, de la entrega, de la palabra dada y completada con la propia vida, esa es la palabra anunciada a María, a la que aquella joven dice sí.

 

La presencia de la ruah será permanente, ese soplo divino, será como el latido que guía el actuar hasta la cruz, será quien vaya dando consistencia a todo lo inimaginable, quien permitirá que en medio de la alegría y la sorpresa pueda acoger a los pastores, a los reyes, a los ancianos profetas que anuncian que el tiempo ha llegado pero que el futuro traerá una espada que atravesará el corazón.

 

La entrega de María

 

Se escucha a lo lejos: “Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron”, pero Jesús responde: “Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican” (Lc 11; 27-28)… Escuchar y vivir. Jesús elogia la entrega cotidiana y para siempre de María.

 

La Madre vive un adviento corporal, el misterio va abriéndose paso, surcando el interior, generando sorpresa, pero a la vez angustia, pregunta pero a la vez confianza, pena y a la vez alegría. El Hijo y la Madre están unidos, la respuesta discernida en el silencio de la oración acompaña la vida del otro. Las entrañas de María se agrandan hasta lo humanamente inhabitable, ahí Dios acampa, hace morada y genera camino.

 

Su vida canta la grandeza de la comunión de Dios llevada hasta el extremo. ¿Qué espera es esta? ¿Qué alegría se experimenta?… El adviento es una Pascua… o la Pascua es un adviento hacia lo definitivo, hacia la experiencia radical de la certeza de un Dios victorioso, presente para siempre, rico en amor y en misericordia.

 

María diariamente repite el sí, María diariamente ve como sus entrañas se deben abrir más y más… nada es suyo, todo es de Dios, su tesoro, el hijo de sus nueve meses no le pertenece más de lo que le pertenecen esas palabras, “he aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).

 

En medio de los advientos que tocan la noche que aún no deslumbra, cuando parece que vivimos más en viernes o en sábado santo, el mensaje del ángel, en el umbral de Nazareth nos recuerda el paso definitivo.

 

El resucitado, habiendo vivido la pasión, resucitado por el Padre, se reúne en medio de la comunidad. María ha sentido en su cuerpo la grandeza del Señor, cuando María Magdalena ha llegado al encuentro y les ha dicho, que Jesús “ha subido al Padre, que es nuestro Padre, a su Dios que es nuestro Dios” (Jn 20, 17 -18). Ahí en ese momento, nuevamente en la comunicación entre dos mujeres, la promesa de Dios se ha sellado, el adviento ha terminado, El Señor, el hijo de sus entrañas a resucitado.

 

Mi espera y la de tantos y tantas, se hace esperanza presente en este adviento prolongado en el cuerpo de María. Ella que atiende en el silencio de la palabra dada, sabiendo que Dios vence, que Dios cumplirá, que Dios no nos abandona.

 

*María José Encina Muñoz. es Hermana de la Comunidad Adsis Uruguay.

 

Publicado en: https://www.vidanuevadigital.com/tribuna/advientos-que-son-pascua-maria-jose-encina-munoz/

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.