¿Cuán sano está nuestro ojo?

17 de Diciembre de 2022

[Por: Armando Raffo, SJ]




“Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Cuando tu ojo está sano, todo tu cuerpo está iluminado¨ (Lc. 11, 34; Mt. 6,22) El texto que se repite en forma casi idéntica en los evangelios de Lucas y Mateo se refiere, con seguridad, a una expresión del propio Jesús, es decir, a un “logion” (que solemos llamar como: “ipsísima verba Iesu”). 

 

No obstante, podemos suponer, también, que esa frase no fuese, necesariamente, inventada por Jesús, sino que recogiera algún proverbio de raigambre popular, es decir, como uno de esos dichos que tienen mucha miga y que recogen la sabiduría de pueblos con historia. Pareciera que se trata de un oxímoron ya que late en ella una contradicción evidente. El ojo que nos deja ver lo de fuera, en este caso, ilumina el propio cuerpo. La lámpara en lugar de iluminar lo exterior, ilumina todo el cuerpo. Se tratará de una iluminación interior, también. ¿Qué quiere decir que todo el cuerpo está iluminado cuando el ojo está sano?

                              

Normalmente pensamos al ojo como el órgano que nos permite percibir la realidad externa y no que  el ilumina el propio cuerpo. Más allá de que pudiera tratarse de un modismo propio de aquella cultura y comprensible para los contemporáneos de Jesús, es claro que no lo es tan así para nosotros. Se trata de un lenguaje figurado al que no estamos tan acostumbrados, aunque intuimos una profundidad en la expresión que nos invita a la reflexión.  

 

Cabe recordar que nuestros ojos, además de no estar siempre sanos, pueden ver porque existe la luz. La luz genera el ámbito en el que el ojo puede ver. Ahora bien, cuando Jesús dice que el ojo es la lámpara del cuerpo, está asimilando el órgano visual a la luz que nos permite ver. Presenta así al ojo como la lámpara que puede iluminar todo el cuerpo, siempre y cuando se trate de un ojo sano. Por otro lado, nos sale al encuentro otra afirmación que no es tan clara como parece. ¿Qué quiere decir que “todo tu cuerpo está iluminado, cuando tu ojo está sano”? Alguna claridad puede asistirnos, si recordamos que en la Biblia es común identificar el cuerpo con la persona. El cuerpo no alude, meramente, a los huesos y la carne, sino a la persona que, en nuestro caso, resulta iluminada cuando el ojo está sano.

 

En tanto que estamos reflexionando sobre un lenguaje figurado, tendríamos que intentar dilucidar a qué se refiere Jesús cuando alude al ojo sano. En primera instancia podríamos decir que la sanidad del ojo alude a ver las cosas tal cual son y no desde los prejuicios que siempre están con nosotros y, muy especialmente, a la hora de mirar cualquier cosa relativa a la libertad y las iniciativas de las personas. El ojo sano, pues, ilumina y deja ver a la persona en su totalidad y no sólo en torno a aquello que nos interesa o conviene. El ojo sano, en tanto que ilumina puede ver la integralidad de la persona y no meramente aspectos parciales o interesados.  El ojo sano no mezquina ni es avieso a la hora de mirar al otro. El ojo sano mira el todo y no, solamente, una parte. El ojo sano, no pretende obtener ventaja para fortalecer sus propios prejuicios e intereses. El ojo sano acoge lo nuevo y se deja interpelar. 

 

¿Qué quiere decir Jesús con estas afirmaciones? No se trata de un cuerpo físico, sino de la existencia de las personas concretas en el tiempo y en el espacio. Estamos hablando de personas que con sus opciones y compromisos dejan ver el sentido que dan a sus vidas. Las personas que tienen los ojos sanos pueden vislumbrar el sentido de la vida a la que todos estamos convocados en Cristo. Se trata, en definitiva, de vidas que orientan, que dejan ver el sentido de la vida porque tienen la luz que transparenta sus valores, sus compromisos y sus anhelos más profundos. Se trata, en definitiva, de personas que despiertan esperanza y abren nuevos horizontes. 

 

Las personas oscuras, las que no tienen luz, suelen estar vueltas hacia sí mismas, en procura del propio interés y al punto de no registrar a los otros como otros sino como puros medios para alcanzar los propios beneficios. La oscuridad es la ausencia de luz que nos impide ver más allá de los propios límites. Sin luz, el ojo ya no es la lámpara del cuerpo. La oscuridad es volverse sobre la propia carne y la imposibilidad de abrirse a la interpelación de los otros y de sus necesidades. ¡Cómo no recordar aquel pasaje de Isaías cuando refiriéndose al ayuno que libera, afirma que hay que compartir el pan con el hambriento y la casa con el que no tiene techo! (cfr. Is.58,7-8)

 

De nuevo, aparece la luz vinculada con los otros y sus necesidades. El ojo espiritual es el que puede registrar las carencias y sufrimientos de los otros. Un ojo sano es el que puede ver al otro como otro y no meramente como alguien que puede satisfacer algún interés o beneficio. El ojo sano abre el corazón para que los otros entren en nuestras vidas y pueblen nuestros corazones. El ojo es la lámpara, es la luz que nos permite salir de nosotros mismos y compartir nuestras vidas con los otros. Más aún, cuando somos capaces de registrar y acoger a los otros podemos notar la emergencia de una luz que nos permite intuir con algo de claridad el sentido de nuestras propias vidas. 

 

Percibir al otro como otro nos abre a una vida abundante para muchos. En la medida en que reconocemos a los otros como otros comienza a desvelarse el misterio más hondo del ser humano dado que estamos radicalmente llamados a ser con otros para vivir en comunión. Recordemos que fueron otros quiénes nos llamaron a la vida y que, en la mayoría de los casos, fueron otros quienes nos acogieron como el mejor de los regalos para sus vidas. Fueron otros quiénes nos enseñaron a caminar, a hablar; otros, quiénes estimularon nuestra sensibilidad y nos impulsaron a asumir las diferencias como oportunidades. Son los otros quienes nos interpelan y desafían, quienes al nombrarnos fueron desvelando nuestra identidad y estimulando nuestra libertad. 

 

Sí, fueron otros quienes abrieron nuestros ojos a la luz que sana; fueron otros quienes nos enseñaron a mirar y a buscar la sanidad que tanto anhelamos. Fueron otros quiénes nos acercaron a Jesús como la lámpara para nuestro caminar. Eso es lo que canta Simeón cuando los padres de Jesús llevaron al niño para presentarlo a Dios en el templo: “Ahora puedes… dejar que tu siervo se vaya en paz… porque mis ojos han visto tu salvación… luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.” (Cfr. Lc. 2, 29-32)

 

Imagen: https://www.zeiss.com.mx/content/dam/vision-care/images/bv/zeiss-the-eyes-of-your-children-h.jpg  

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