¡Algún día veremos claro y cara a cara!

04 de Diciembre de 2022

[Por: Armando Raffo, SJ]




“Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara.” (1Cor.13,12)

 

Vale la pena comenzar esta breve reflexión recordando que los espejos de la época de san Pablo no eran como los de ahora, no tenían, ni por asomo, la nitidez que tienen en nuestros días. También importa notar que la frase que encabeza esta reflexión se enmarca en lo que se conoce como el himno a la caridad de san Pablo. De esa forma se subraya la centralidad del amor para la vida de los cristianos. ¡Cómo no recordar aquella frase del apóstol en la que subraya la sublimidad del amor!: “La caridad es paciente, es servicial…. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca.”! (vv. 4-8).

 

Con otras palabras, podemos afirmar que san Pablo se está refiriendo a la “gracia” –el amor puro- como el anhelo más importante y definitorio para la vida de los cristianos. Ahora bien, sabemos que ese amor puro no existe entre nosotros más allá de que así lo deseemos. Es claro, pues, que la claridad y perfección a la que San Pablo se refiere, es como un anhelo que nos moviliza en la esperanza de que algún día pueda alcanzarse en forma plena. Por eso llega a decir: “Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada soy.” (v.3) De esa manera, subraya que la cualidad propia de la divinidad es el amor. De esa forma subraya que la vocación a vivir en el amor y para el amor yace en el corazón de todo ser humano. ¡Algún día veremos claro, cara a cara! 

 

Ahora bien, también es claro que Pablo desvela la precariedad de nuestra capacidad para percibir lo divino en el seno de la historia, así como también resalta la certeza de alcanzar una visión de Dios en el seno de la historia cuando alcance su consumación.  

 

No en vano muchos teólogos a lo largo de la historia han subrayado que la apertura a lo divino tiene que ver con la centralidad de amor que se manifiesta en la persona de Cristo y también en el compromiso de los cristianos y de todos los seres humanos que solemos calificar de buena voluntad. Podemos afirmar, pues, que los testigos significativos son como los trampolines que nos invitan a vivir de una forma que podríamos denominar como “sagrada”. Si es cierto, como dijo Rudolf Otto, que lo sagrado se caracteriza por ser algo simultáneamente fascinante y tremendo, es claro que ello se aplica al amor tal y como lo entiende san Pablo. El amor en su pureza nos atrae –fascinante- así como también nos estremece –tremendo-.

 

Aunque Pablo se refiere a esa realidad como algo propio del futuro, o como perteneciente al más allá, es claro que subraya, de esa manera, que en el contexto de la historia vemos como en un espejo de los de aquella época, es decir, de forma borrosa, sin claridad. Esto quiere decir que aunque la fe nos guía, es claro que nos movernos a tientas y sin la nitidez que nos gustaría ya que la historia también está marcada por el pecado. Con otras palabras, podríamos decir que san Pablo sostiene que sólo el amor puede ir aclarando nuestras oscuras pupilas para ver con nitidez. 

 

Desde esa perspectiva podríamos preguntarnos ¿cómo hemos de abrirnos a esa dimensión sagrada en el contexto de nuestra historia?, ¿cómo acoger la novedad del Evangelio en nuestras vidas y en nuestros esfuerzos pastorales si no vemos con claridad? Miguel Benzo[1], en un libro titulado “Hombre profano-Hombre sagrado”, afirma que esa apertura puede ocurrir de tres maneras distintas. En primer lugar, como una necesidad del ser humano; como algo que sería reclamado por la entraña más profunda de todos nosotros. En segundo lugar, como un acontecimiento capaz de suscitar la fe que genera una apertura hacia el amor ofrecido y, en tercer lugar, como el anuncio de la persona de Jesús que deslumbra por su libertad y entrega a los otros. Según cuál sea el énfasis que se haga respecto de esos tres modos de abrirnos a lo sagrado, resultará una pastoral diferente. Más aún, desde esa  perspectiva, puede ocurrir que unos tiempos requieran de uno de esos modos de abrirnos a lo sagrado y que en otros, sean más apropiados otros.  

 

En primer lugar, si se insiste en la necesidad del ser humano, es decir, en su estructural pobreza e incapacidad para amar a fondo perdido, buscaremos las respuestas a sus inquietudes en la pura iniciativa divina, como la única que puede colmar nuestra menesterosidad. El énfasis, estaría puesto, pues, en la iniciativa de Dios que sale a nuestro encuentro y que pide la acogida pura y radical por parte del ser humano.

 

En segundo lugar, se subraya la iniciativa y la insistencia de la proclamación del Evangelio. La novedad debe llegar ya sea por medio de palabras como también de acciones e iniciativas que generen preguntas y procesos en busca de vida abundante para todos. Eso “otro”, o esas iniciativas no mundanas, claramente caracterizadas por la novedad del amor, pueden abrir los oídos de quienes están inquietos y mejor preparados para acoger la Palabra nueva que promete vida.

 

En tercer lugar, se hace especial hincapié en la proclamación de Jesús como el verdadero hombre libre, entregado completamente a los otros y que proclama el amor de Dios como entrega por el bien de todos. Ya no se trata de una necesidad que se expresa, ni de experiencias místicas que puedan suceder, sino de la pura y nuda proclamación de la Palabra que puede mover la fe en quiénes se dejan tocar por ella y la acogen como vida para ellos y otros muchos.  

 

Imagen: https://www.inmonews.es/wp-content/uploads/2016/10/espejociudad.jpg 

 

 

[1] Cfr. Benzo, Miguel, Hombre profano-hombre sagrado –Tratado de Antropología Teológica, ed. Cristiandad, Madrid, 1978, p.127

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.