El anhelo radical de sentido revela nuestro origen

23 de Octubre de 2022

[Por: Armando Raffo, SJ]




Con acierto, Beorlegui [1]sostuvo que la gran diferencia que existe entre la ciencia y la filosofía es que la primera se aboca a la dimensión fáctica de las cosas, mientras que la segunda procura acercarse a la dimensión del sentido de todo cuanto existe. Llega a afirmar, incluso, que aunque el filósofo pueda quedarse, en la mayoría de los casos, sin palabras ante las cosas últimas, apunta hacia una radicalidad que no le interesa al científico en cuanto tal.  Por ese motivo, afirma, de la mano de Zubiri que: “La diferenciación más clara y contundente es la que asigna a la ciencia la dimensión fáctica y a la filosofía la dimensión de sentido.” [2] Por ese motivo afirma que “el objeto de la filosofía es otra cosa, tan otra cosa, que no es cosa.”[3]

 

Desde la perspectiva cristiana y a la luz de lo que solemos llamar el carácter inmanente de la “revelación de Dios”, podemos postular que todo ser humano puede encontrar en sí mismo una luz que alumbre el sentido de su vida y llegar a la fuente de su propia existencia. Eso quiere decir que es capaz de intuir en forma inmediata, esto es, sin mediaciones específicas o concretas, que existe, en última instancia, un anhelo radical de sentido, es decir, una pregunta existencial que merece una respuesta que dé cuenta de aquel anhelo tan íntimo como esencial que habita al ser humano. 

 

El misterio del ser humano tiene que ver con esa luz que le descubre como pastor del ser, según Heidegger. El ser humano es aquel que alumbra la realidad y se pregunta por el sentido de todo cuanto existe. Esa luz que no se refiere a las cosas en sí, sino a ella misma como lo que le permite descubrir la realidad en sí misma y al ser humano como quién se ve especialmente concernido con respecto a su vida y al mundo en general. 

 

En efecto, bien podemos afirmar que tanto la filosofía como la teología se refieren, en última instancia, a la pregunta por el sentido. La primera desde lo que podríamos llamar la pura razón y la segunda desde la Revelación que tiene su culmen en la vida y el misterio de Cristo tal y como Martín Descalzo se dedicó a mostrar en lo que a mi juicio fue su mejor libro. Me refiero a “Vida y misterio de Jesús de Nazaret”.

 

También podemos afirmar que en la mayoría de los casos estamos distraídos en las cosas o volcados en temas y preocupaciones que nos ocupan más inmediatamente, aunque, en última instancia, no son estrictamente relevantes. En nuestros días es evidente que los dinamismos culturales ya globalizados promueven que estemos “distraídos y divertidos” en asuntos que no se refieren al sentido de la vida ya sea a nivel personal como a nivel comunitario. Estar “distraídos” es lo mismo que decir que afirmar que estamos desviados y que estar “divertidos”, significa que estamos “vertidos” –entregados- fuera de nosotros mismos o “entretenidos” –tenidos entre las cosas- que nos ocupan y nos inhiben de ir a las preguntas que nos incumben últimamente como seres humanos.   

 

Sin embargo, creo que importa subrayar que “el sentido” de todo cuanto existe y de cada uno de los seres humanos en particular es, obviamente, lo que más nos concierne y preocupa, aunque no lo tematicemos en forma consciente y sistemática.

 

Viene a tono, pues, recordar aquella conocida frase de Jesús: “No anden, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles… Busquen primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se les darán por añadidura.”  (Mt. 6, 31-33)

 

Como bien dijo Beorlegui, estamos más volcados a entender cómo funcionan las cosas para ponerlas a nuestro servicio, que en atender aquello que nos atañe íntimamente, es decir, que a preguntarnos por el sentido de todo lo que existe y de nosotros como seres humanos en el concierto de nuestro mundo. Con otras palabras, podemos decir que hay un desequilibrio notable entre la ciencia por un lado, abocada a las cosas y su funcionamiento y, por otro, la filosofía y la teología que procuran esclarecer el sentido de la vida humana.  

 

La conciencia refleja que nos caracteriza, es decir, ese saber que sabemos, connota una distancia que podríamos calificar de esencial con el resto de los animales. Esa conciencia deja entrever a qué se refiere la Biblia cuando nos dijo que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Se trata, en última instancia, de mirar de frente y sin temores hacia nuestra contingente realidad para descubrir su procedencia y la dignidad propia de quién es capaz de preguntar por su procedencia última y de percibir el sentido último que late en toda la realidad. ¡Esa es la grandeza del ser humano! 

 

Somos nosotros, seres con conciencia, quienes buscando el sentido profundo de la vida nos vamos humanizando y, de esa manera, vamos llevando a cabo la misión que nos fue encomendada al ser creados a Su imagen y semejanza, que es lo mismo que procurar amar en el sentido más sublime de la palabra.

 

Imagen: https://psiqueviva.com/wp-content/uploads/Logoterapia-para-la-b%C3%BAsqueda-del-sentido-existencial-1.jpg

 

 

[1] Cfr. Beorlegui, Carlos –Nosotros: urdimbre solidaria y responsable-, Universidad de Deusto 1999, Bilbao, pag.253

[2] Ibid, p. 255

[3] Zubiri, Naturaleza, Historia, Dios, p.117.

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