Custodiar el mensaje con la vida

08 de Octubre de 2022

[Por: Armando Raffo, SJ]




¿Por qué se pusieron ustedes de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? (Hch. 5,9)

 

La pregunta que encabeza esta reflexión fue realizada por Pedro a Safira, esposa de Ananías, después que ella y su esposo no entregaran todo el monto recibido por la venta de un campo que les pertenecía. Pedro afirma que se habían puesto de acuerdo para poner a prueba al Espíritu Santo. Tanto Ananías como Safira caen muertos al instante en que se descubre su engaño.   

 

El contexto del relato puede ayudarnos a entender lo ocurrido y, sobre todo, a intuir el mensaje de fondo que esconde el texto. A simple vista, cualquiera podría argüir que la consecuencia de su engaño fue desmedida e injusta. ¡Cómo es posible que por quedarse con parte del dinero obtenido por la venta de un campo que les pertenecía, murieran instantáneamente! Si bien sabemos que la consigna de la comunidad era compartir todo lo que tenían, la consecuencia por el ocultamiento parece excesiva. Más aún, bien podemos afirmar que la narración se da de bruces con respecto al mensaje cristiano. Aunque en el Antiguo Testamento conocemos intervenciones divinas signadas por el castigo, es claro que el Nuevo no se caracteriza por ello. Ello nos fuerza a buscar el significado profundo que esconde ese pasaje que, como mínimo, nos desconcierta.   

 

El relato, luego de resaltar que los primeros cristianos ponían todo en común, que se encontraban en un contexto adverso, que sufrían persecuciones y que el Espíritu santo les fortalecía para anunciar “abiertamente” el mensaje del evangelio, presenta el relato que nos incumbe. Como fue dicho, llama la atención y despierta desconcierto la consecuencia o, el castigo, que habrían merecido por quedarse con parte del dinero que era suyo. Parece obvio que el pecado no tenía que ver con el monto escondido, sino con el engaño o, mejor dicho, con la simulación en que habían incurrido. 

 

Cabe preguntarnos, pues, ¿por qué esa simulación entrañaría poner a prueba al mismo Espíritu? Cuando Pedro increpa a Ananías la simulación en que había incurrido, le recuerda, también, que nadie le había obligado a poner en común lo que tenían, y, por ello le reprocha la acción. 

 

Tenemos que apelar a lo que solemos llamar los géneros literarios de la Biblia en general y del Nuevo Testamento en particular, para no quedar confundidos con ese relato. Estamos hablando, nada más ni nada menos, que de la vida de dos personas que pertenecían a la primitiva comunidad y que habían entregado buena parte del dinero obtenido por la venta de un campo. ¿Dónde estaría la gravedad del pecado de ese matrimonio?  En que habían engañado a la comunidad.   

 

¡Era para tanto! Se impone leer el pasaje en sentido figurado y no literal. Si tenemos en cuenta que en aquella época no abundaba el papel ni la tinta y que los escribas eran escasos, bien podemos entender que utilizaran formas literarias que pudieran comunicar algo profundo en forma breve y hasta desconcertante para invitar, de esa manera, a entrar al texto buscando otra profundidad y despertar la reflexión. 

 

La pregunta de fondo podría ser: ¿por qué le acusa de mentir al Espíritu Santo? Si vamos de lo más sencillo a lo más complejo, podemos afirmar que Ananías y Safira habían roto algo así como un compromiso que todos los miembros de la comunidad, libre y conscientemente, habían asumido. Además, hay que tener en cuenta que desde Pentecostés, la comunidad primitiva se concebía como el nuevo pueblo de Dios con la misión de llevar la Buena Nueva del Reino a todos los rincones de la tierra, no con meras palabras, sino con obras y con el testimonio de la comunidad en conjunto. Todos sabían que habían recibido una misión del propio Jesús y que era animada por el Espíritu de Dios. Es claro que la misión no entrañaba el mero anuncio de la Buena Noticia, sino que ella debía encarnarse en la vida de la comunidad para “evangelizar” a través de la Palabra y el testimonio. 

 

Desdibujar ese mensaje con dinámicas contrarias al Evangelio significaba rechazar al Espíritu que inspiró a la iglesia naciente. Ella debía ser modelo inspirador para todas las comunidades que habrían de sobrevenir. En ese sentido, viene a tono recordar, aunque se trate de otro tema, aquel comentario sobre el matrimonio, cuando Mateo apela al origen como señalando el deseo de Dios con respecto a nuestras vidas: “… al principio no era así.” (Mt. 19,8) El principio en la Biblia no se refiere al mero comienzo de algo, sino a lo originario o a los principios que rigen siempre. Algo similar intuimos en la vida de las primeras comunidades. Para ser origen debían cuidar que no se colara la simulación para anunciar el misterio pascual. Todo lo que opacara la buena noticia de Jesús debía “morir o no existir”. 

 

Después de la muerte y resurrección de Cristo había pasado el tiempo necesario para acoger el mensaje de Cristo. No en vano Pentecostés ocurre cincuenta días después de la muerte y resurrección de Cristo. Si tenemos en cuenta que el siete en la Biblia representa la totalidad porque tenemos siete orificios en la cabeza que nos permiten percibir la realidad y que el número cincuenta significa la totalidad reduplicada y algo más (7 x 7 + 1), es claro que el texto pretende aludir a la plena acogida, por parte de la Iglesia, del Espíritu Santo. En efecto, cualquier cosa que enturbiara esa vitalidad que la animaba o que desdibujara la presencia de Cristo en su Iglesia, debía morir.   

 

La muerte de Ananías y Safira simboliza todo aquello que oculta y desfigura el Evangelio de Cristo en el seno de la Iglesia. Toda simulación engañosa debe morir; todo lo que opaque la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia debe morir. No se trata de un mero castigo, sino de reconocer que nuestras opacidades como pueblo en marcha, traen confusión y desconcierto. Cuando la mentira y la simulación entran y se instalan en la Iglesia, además de atentar contra el Espíritu, generan desconcierto y afectan seriamente la credibilidad de la misma. Esos dinamismos deben morir para que el Espíritu pueda mover a su Iglesia a compartir la Buena Nueva del Evangelio en forma profética y testimonial. 

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