[Por: Dolores Aleixandre | Religión Digital]
La vida está llena de esos fastidios y todos tratamos de sacudírnoslos de encima como podemos. Nadie pondrá nunca en su curriculum: “Soy inoportuno, insistente y descarado”, pero son precisamente esas cualidades las que aparecen como valiosas en algunos textos evangélicos: lo era el amigo inoportuno que molestaba a otro amigo de noche (Lc 11,5-10) o la mujer cananea que tenía una hija con problemas (Mc 7,26). Jesús se comporta con esta casi exactamente igual que el amigo que se resistía a abrir en la parábola: “No me molestes, soy judío y tú pagana, así que déjame en paz” (Mc 7,24-30). Otro padre, esta vez con un hijo epiléptico, escucha como quien oye llover las evasivas quejosas de Jesús y sigue dando la brasa: “Vale, de acuerdo, tienes razón, somos una generación incrédula y perversa pero ¿qué hay de lo de mi niño?” (Mc 9, 14-29). Y los amigos del paralítico, en un alarde de obstinación, hacen un agujero en el tejado para descolgar por allí la camilla de su amigo (Mc 2,1-12) sin importarles el ruido, el polvo, los cascotes o los desperfectos…
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Imagen: https://entrecristianos.com/la-fe-de-los-cuatro-amigos/
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