27 de Agosto de 2022
[Por: Margot Bremer, RSCJ]
Propuesta de reconstruir el sueño del Pueblo de Dios
Relectura del libro Rut desde la sinodalidad
La sinodalidad, dice el papa, es la naturaleza de la iglesia, su forma, su estilo, su misión. Esta sinodalidad como naturaleza y forma de convivencia humana, no es solamente un sueño para y de la iglesia católica, ni de todos los bautizados de otras iglesias cristianas, sino es la utopía inherente a toda la humanidad de buena voluntad. Es indirectamente el deseo mundial de hermandad, presente en la mayoría de religiones expresadas en diferentes nombres, símbolos y formas de la propia cultura.
Hoy el papa no habla tanto de la iglesia católica lo que tiene un tinte más confesional como de una denominación, sino traduce la palabra griega en universal que es más incluyente. Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de la misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos. Pues los sueños se construyen juntos, (FT 1,8) Están presentes ya en la historia de la humanidad, tanto en el pueblo de Dios del AT como también en los pueblos originarios que están caminando en busca de la Tierra sin Males.
Con la siguiente pequeña reflexión intentaré recoger uno de muchos caminos medio olvidados en donde encontramos la semilla ya sembrada hace miles de años en el pasado para recoger sus frutos en nuestros tiempos. He escogido el libro Rut de la Biblia que nos presenta en forma narrativa con mucha audacia profética una posibilidad de refundar el Pueblo de Dios en situación aparentemente imposible. Será posible cuando algunos que desean ardientemente volver a ser pueblo. Éstos se unen y vuelven a sus raíces para cosechar desde allí “con manos vacías” el sueño sembrado por los antepasados, fundadores y refundadoras, para sembrar un nuevo futuro en que nadie se quedará con manos vacías, es decir una convivencia solidario-fraternal donde no hay pobres y donde todas las personas, en su gran pluralidad quieren estar interconectadas en inter-dependencia mutua.
Los indígenas comprenden mejor que los cristianos urbanos lo que Jesús hacía, cuando él caminaba por los caminos de su tierra, y escuchaba y reconocía el mensaje escondido en todo lo creado (cf. DA 470).
En busca de la Sinodalidad en el libro Rut
El librito Rut, extranjera, pobre viuda sin hijos y emigrante, es decir, mujer sin derechos ningunos, presenta simbólicamente el caminar, junto con otros, camino desde la “ningunez” hacia la tierra del Pueblo del Dios por el cual ella había optado.
Rut y Noemí aquí son todos aquellos que quieren caminar juntos hacia esta utopía. La noticia de una cosecha abundante en Belén fue para ellas un signo de los tiempos para ponerse en marcha. Se había re-despertado aquel sueño dormido en Noemi y en Rut, su fiel amiga, nuera y compañera. Ambas discernieron que Dios se había acordado de su pueblo y les iba a dar de comer (Rut 1,7).
El nombre Rut significa solidaridad, amistad social, ternura, sororidad que se manifiesta en el arte de dialogar que crea familiaridad sororal y maternal y además amistad social. Ambas están dispuestas para el nuevo éxodo. La condición de Rut, mujer, viuda de otra cultura y religión parecida a la situación de Noemi, su suegra. Ambas entrababan en la categoría de pobres junto con los huérfanos y extranjeros. Para evitar la existencia de gente sin pan, sin derechos, sin tierra y sin futuro, los antepasados habían previsto unos privilegios para este sector poblacional y para tener posibilidad de rescatar la tierra de su marido difunto. No tener tierra significaba ser pobre y tener hambre y no tener futuro (Dtr. 12,11). Pero entre teoría y praxis siempre hay un abismo, esto manifiesta el mismo texto del libro. Los pobres, siempre indefensos, encuentran raras veces un abogado en favor de su defensa. No extraña que al Espíritu de Dios le atribuyen la función de abogado. Fue lo contrario a las demás naciones donde los reyes, sacerdotes y comerciantes tenían sus privilegios.
Rut, al acompañar a su suegra Noemí de regresar a su tierra, le manifiesta a ella su firme opción por un Dios del Pueblo. Tu Dios será mi Dios, tu pueblo será mi pueblo (Rut 1,16)[i]. Esta misma opción de Rut es también el deseo del papa para toda la humanidad hoy al decir “Hay que trabajar para lograr la unión latinoamericana donde cada pueblo se siente a sí mismo en su identidad, y, a la vez, necesitado de la identidad del otro”.
Telaraña, símbolo de la sinodalidad
Parece que la a novela quiere presentar una propuesta que parte de una protesta popular contra la imposición desde arriba de una “reforma” del sacerdote y escriba Esdras y el gobernador Nehemías. Se basa en normas liturgias, leyes y prescripciones que deben garantizar la recuperación de cierta “pureza” del pueblo, que les divide automáticamente en puros – impuros, en justos – pecadores, pues la pureza se pagaba con plata y sacrificios materiales. De esta manera surgieron rápidamente roces y conflictos entre los nuevamente criminalizados los derechos de los pobres fueron encajonados, creció la pobreza y con ella aumentó la desigualdad, la indiferencia y la división[ii].
La novela Rut quiere ofrecer una propuesta alternativa de construir caminos con puentes como una telaraña tejida sobre abismos y pozos cavados por ideologías y corrupciones, incluso con fundamentaciones religiosas, generando hipocresía, legalismo y exclusiones. Esto fomentaba un espíritu de nacionalismo cerrado y extremamente autorreferencial. Las dos mujeres Rut y Noemi, fueron discriminadas de pobres por no haber cumplido todas las más de 622 prescripciones diariamente. Sobre estos abismos las dos pobres mujeres consiguen tejer hilos de solidaridad amistosa que unen los extremos, partiendo de su lugar periférico, y reforzando el tejido con hileras entrelazadas, las horizontales con las verticales, mediante nudos comunicativos que poco a poco se acercan hacia un eje central el que posibilita una visión general sobre el tejido entero y que da accesos equitativos a toda la obra telaraña. Desde este centro salen impulsos comunicativos, sosteniendo la pertenencia de cada hilo a la totalidad del tejido.
Las dos mujeres, con los pies descalzos pe gados a la tierra, aprendieron a escuchar e interpretar los mensajes de su Madre, la Tierra. También Noemí aprendió el arte de la arañita de la tierra. Han sido los pequeños acontecimientos de la vida cotidiana que Rut cosechaba como las espigas de la tierra de Boas y los contaba a Noemi después de cada jornada de trabajo. Ésta sabía conectar y tejer tales pequeños relatos con las raíces del sueño de los antepasados y entrecruzarlos con hilos de amistad solidaria y con la historia, tradición y las personas referentes y responsables de la realidad. De esta obra artesanal salió una telaraña que posibilitaba ser la hamaca, la cuna, del nuevo Pueblo de Dios. El camino comenzó con la reconstrucción de la familia, trágicamente destrozada, como eje de una expansión de hileras de telaraña. Desde la familia restablecida se podía extender hacia la vecindad, hacia el pueblo, hacia toda una red de pueblos, hacia toda la humanidad y finalmente hacia todo lo creado. Siempre conservando las pequeñas telarañas particulares unidas en un artesanal Ñandutí. De este modo se logra una sola gran telaraña con hileras de fraternidad universal. El tejido social roto ha sido renovado transformando las hilachas en hilos nuevos de solidaridad amistosa, formando la familia universal, sueño de Dios desde la creación del mundo. Esta tejedura artesanal-espiritual de toda una red de telaraña fortalecía la esperanza de que juntas estaban andando por el camino en que el mismo Dios del Pueblo les estaba acompañando. Era SU camino que ya desde la visión utópica que arrancaba con Abrahán, aparentemente el menos indicado siendo viejo y sin hijos. Es decir, sin futuro. Sin embargo, fue justamente él en quien se concentraba la promesa en tí serán bendecidos todos los pueblos de la tierra. (Gen 12,3). Aun sean diferentes en cosmovisiones, culturas y religiones, es el mismo camino que les reunirá a caminar juntos porque es el mismo sueño que les une como a Rut y Noemí. Y hoy día el sueño de una iglesia sinodal como Pueblo de Dios es la semilla de este pasado e incluso de las búsquedas de una Tierra sin Mal de tantos pueblos indígenas. La memoria de los antepasados fortalece y protege la telaraña artesanal para que no se rompa y que no se infiltren ideologías homogéneas y pueden destruir el tejido frágil en mantenerse en un equilibrio armonioso.
Parece que el camino que las dos mujeres trazan juntas, está simbolizando la búsqueda común entre diversas culturas que conducen hacia el profundo sueño común, inherente a todos[iii]. Parece que el librito quiere conducirnos a las raíces de la propia utopía de cada uno o de cada grupo local a rescatar y cosechar los frutos de las semillas que habían sembrado los antepasados y animarles a refundar desde abajo, desde los pobres, desde lo pequeño, desde pocos de nuevo el Pueblo de Dios. En la Biblia las utopías siempre está re-proyectadas en el comienzo, son el origen del final. Así el pueblo, la casa, la familia de Israel, cuando perdía su utopía, la rescataba en su origen. Era aquella época en que muy diversos grupos discriminados y ninguneado por no tener tierra propia, se aliaron en una confederación de doce tribus, con asambleas comunitarias propias y colectivas, liberándose de la mono-cultura impuesta por el imperio de Egipto. Para eso había sido necesario liberarse y salir del pensamiento y modelo único. Era el desafío hacer un éxodo integral. Sin embargo, no sabían mantenerse en esa alternativa porque no se renovaron en los cambios de época sino se quedaron en algo anacrónico o se re-instalaron en el sistema del entorno. No es fácil convencerse que la diversidad es el mejor camino para retejer juntos una red de relaciones interculturales en permanente proceso. Significa renovar permanentemente la telaraña. Rut y Noemí, sin tierra ni familia, son de dos culturas, religiones y generaciones distintas. De otra clase social es Boas, propietario de mucha tierra, pero dispuesto a colaborar con la realización del sueño común mediante la reconstrucción del bien común del pueblo, especialmente de la regular distribución de la tierra y el respeto a cada cultura[iv]. Era y es el sueño de Dios en su permanente proceso de crear y recrear el mundo mediante la presencia y acción de SU Espíritu. Según la fe bíblica, Dios había proyectado este sueño como su utopía creacional en proceso hacia la plenitud. Por tanto, no extraña que una de las prioridades soñadas de la humanidad es organizarse de tal manera que no haya gran desequilibrio en la convivencia. Es decir que no haya pobres sin pan –tierra- en el Pueblo de Dios. (Dtr 15,11). Tener siempre la mano abierta al otro, practica del jopoi, es una de las prioridades de la armónica convivencia guaraní. Como la arañita construye su red comenzando desde los extremos, desde la periferia hacia el centro, tanto los pobres – aquí dos mujeres sin tierra- como Boas –aquí un varón con tierra- así todos colaboran cada uno desde su posición y a su manera a dar su parte, tejiendo interconexiones o luchando en el tribunal por la tierra de los pobres. Están retejiendo el tejido familiar roto, y con eso ampliándolo al tejido social mediante diálogos que les fortalecen y en que se encuentran buscando juntos un camino hacia la utopía común, el sueño que les une y en que se complementan. Que importante es soñar juntos, dice el papa (FT 8). En estos diálogos nació mucha amistad solidaria que facilitó descubrir con alegría el profundo sentido de los privilegios de los pobres. La cosecha del pasado produjo semillas en manos abiertas que podían germinar futuro. La reciprocidad es el camino de la sinodalidad cuando las manos llenas se abren y comparten con otros de manos vacías. Es la dinámica de la arañita cuando teje su obra de telaraña
Circularidad Sinodal en el libro
El marco de este profético y simbólico texto bíblico nos conduce al ciclo de la vida productiva de la tierra. Había una hambruna de justicia que se manifestaba en la falta de pan. Ecológicamente hablando, por tal falta de inequidad humana, la tierra ya no daba más fruto. Ha sido el doble clamor de la tierra y de los pobres. Una larga hambruna en aquellas tierras parece expresar simbólicamente la falta de justicia que obliga el éxodo forzoso de la familia de Noemi al país de Moab. Allí la integridad de la familia fue mutilada por la muerte de su marido y sus dos hijos que ya se habían casado antes con moabitas. Sabemos de la historia que el reencuentro a la vuelta de la élite cautiva de Babilonia con los campesinos quedados en la patria, fue más que conflictivo. Surgió una nueva desigualdad entre justos y pecadores en forma de hirientes injusticias (cf. Neh 5,5) con consecuencias a nivel social, económico y hasta religioso.
Sin embargo, atentas a los signos de los tiempos, las dos mujeres Noemí y Rut, estando aún en Moab, escucharon un día que “Dios había visitado a su pueblo y le daba pan” (Rut 1,6). Ellas querían entrar en el ritmo de la naturaleza y llegaron justamente a Belén (casa de pan) en el tiempo de la primera siega de la cebada (1,22. Esta historia termina en el momento de la abundante cosecha final de la cebada, símbolo ecológico de abundancia de justicia y pan. Las dos mujeres que habían llegado a Belén con manos vacías, habían abierto sus manos en un caminar juntas y terminaron con manos llenas. Boas, al entregar a Rut abundante cebada en la fiesta de su cosecha, parece expresarle más que respetar y cumplir los privilegios que corresponden a Rut, que quiere compartir con ella y con Noemí su tierra y recomponer los lazos familiares, base y célula del nuevo Pueblo de Dios a través del amor, de la equidad, de la solidaridad. El encuentro amoroso y respetuoso en la naturaleza, la era, cae en la fiesta de la cosecha principal de cebada. La escena contrasta con el proyecto de una reforma mediante la Ley de Nehemías. Aquí se ha recuperado la base del Pueblo de Dios, lo profundamente humano que es la solidaridad amistosa y el respeto al privilegio a los pobres. El deseo común de los tres diferentes pone en camino la refundación del pueblo. En memoria de los antepasados que ya les precedieron con un éxodo, también esta minoría de tres personas logró poner la piedra refundacional para la reconstrucción del Pueblo de Dios.
Este ciclo ecológico que interrelaciona convivencia humana con el proceder de la naturaleza, parece querer manifestar que cada territorio histórico se hace uno con el pueblo humano cuando conviven en equidad y armonía. Da suficiente esperanza para seguir caminando juntos y tejiendo comunitariamente la red de telaraña del sueño común.
La novela Rut presenta un proceso, una manera alternativa del caminar entre diversas propuestas para aquellos tiempos hace dos mil quinientos años, así como para nuestros tiempos de hoy. Parece ser el sueño del Dios Creador, inherente a todas sus creaturas. El relato nos revela que debe partir siempre de la realidad local-concreta e interpretarla desde las raíces de la propia cultura. Por tanto, no nos extraña que tiene distintos rostros y nombres. Pues esta utopía la tenemos en común, cada uno como una pequeña parte que complementa a la plenitud.
Recogiendo algunas espigas de Sinodalidad sembradas en el libro Rut
– El libro está enmarcado por una característica de la Iglesia como Pueblo de Dios, por la participación activa y criteriosa del pueblo en reuniones auto-convocadas.
– Se distingue por constantes diálogos en pequeños grupos, prioritariamente sobre los acontecimientos diarios discerniéndolos en un caminar juntos.
– Este caminar juntas se desarrolla en un proceso que comienza ser impulsado por una mirada atrás partiendo de los orígenes de su sueño, Abrahán, Isaac, Jacob y sus 12 hijos, una familia, y a la vez por una mirada adelante, su utopía, la unión de todos los pueblos de la tierra en una gran familia humana, la refundación del Pueblo de Dios.
– De este modo se reconstruye una hermosa telaraña desde hileras que unen los extremos mediante un tejido de hilos cruzadas en horizontales y verticales en forma cíclica. Se construye una red de redes como un hermoso ñandutí paraguayo.
– En la diversidad de culturas, cosmovisiones y religiones, no se busca la centralización, la uniformidad -lo mono-, sino la reciprocidad, el INTER en un constante enriquecimiento mutuo entre dar y recibir.
– Al rescatar y valorar los privilegios de los pobres, en cada momento los protagonistas tienen el horizonte del bien común más que en las propias ventajas y están dispuestos hacer sacrificios personales, si es necesario.
– En la reconstrucción de la Iglesia como Pueblo de Dios es indispensable la presencia y colaboración de las mujeres.
– Para mantener la sinodalidad, hace falta una cíclica renovación, adaptándose a los cambios históricos y reconectando el origen con la utopía, nuevamente haciendo un éxodo.
– No basta solamente respetar los derechos humanos fundamentales, sino re-descubrir su profundo sentido comunitario.
– Hace falta transformar estructuras anacrónicas en gestos de familiaridad solidaria, y amistosa apoyándonos en el Espíritu de fraternidad universal que habita a cada uno de nosotros y nos capacita rescatar las semillas de sinodalidad y sembrarlas para la refundación de la iglesia como pueblo de Dios.
Margot Bremer rscj
Imagen: https://www.ecured.cu/Rut_%28libro_de_la_Biblia%29
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