Pedro Casaldáliga en la senda de los Padres de la Iglesia de América Latina

07 de Agosto de 2022

[Por: Juan José Tamayo]




En el segundo aniversario del fallecimiento de Pedro Casaldáliga

 

1. Pacto de las Catacumbas y Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín

 

Con motivo del segundo aniversario del fallecimiento de Pedro Casaldáliga el 8 de agosto de 2020, me gustaría situarlo en la mejor tradición de los obispos defensores de los indios en América Latina, desde Bartolomé de Las Casas hasta Leonidas Proaño, obispo de Riobamba (Ecuador), y Samuel Ruiz, obispo de Chiapas (México), y en la senda de los nuevos padres de la Iglesia de América Latina[1]. Es esta una certera expresión del teólogo de la liberación José Comblin en referencia a un grupo de obispos latinoamericanos que hicieron suya en su vida y su trabajo pastoral la declaración del Pacto de las Catacumbas por una Iglesia pobre, de los pobres y servidora, firmada por 40 obispos en noviembre de 1965 en la catacumba de Santa Domitila de Roma y, una vez dada a conocer, por más de 500, que dio lugar al nacimiento del cristianismo liberador y constituye un antecedente inmediato de la teología de la libración. 

 

En este grupo incluyo a los obispos que impulsaron un nuevo proyecto de Iglesia al servicio de la liberación en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en la ciudad colombiana de Medellín en 1968, y a quienes posteriormente lo pusieron en práctica con la ejemplaridad de una vida evangélica y la práctica solidaria con las mayorías populares, víctimas del sistema capitalista y de una Iglesia colonial[2].   

 

Fueron obispos que se alejaron del modelo episcopal remedo de la Iglesia romana e inauguraron un nuevo paradigma teológico-pastoral. Se ubicaron críticamente en la realidad latinoamericana caracterizada por la dependencia económica, política y cultural del Norte Global y, siguiendo el magisterio de Medellín, descubrieron que América Latina se encontraba “en el umbral de una nueva época histórica llena de anhelo de una emancipación total e interpretaron esos signos de esperanza como “un evidente signo del Espíritu”. Asumieron el compromiso de construir una Iglesia que rompiera con su pasado conquistador y colonial y caminara por la senda de un cristianismo liberador bajo la guía de la teología de la liberación; una Iglesia que naciera del pueblo por la fuerza del Espíritu.

 

2. Crítica de las dictaduras y persecución

 

No fueron meros burócratas que gestionaran sus diócesis con criterios administrativistas, ni personas que se recluyeran en los espacios sagrados y se dedicaran exclusiva o prioritariamente al culto, ni obispos que se guiaran por el Código de Derecho Canónico, ni profetas de calamidades, sino testigos del Evangelio, mensajeros de la utopía del Reino de Dios en defensa de la vida y acompañantes del pueblo en sus sufrimientos y esperanzas.        

 

Se mostraron críticos de las dictaduras extendidas por todo el continente y de la violencia ejercida contra los opositores políticos y activistas de los derechos humanos, incluidos sacerdotes, religiosos y religiosas que defendieron pacíficamente la democracia y los derechos humanos, pero no en abstracto y con declaraciones retóricas, sino poniéndose del lado de quienes luchaban por ellos y creando en sus diócesis vicarías de la solidaridad y oficinas de derechos humanos. Criticaron la violencia estructural del sistema generada por el capitalismo salvaje y defendieron la justicia social y la vida de quienes la tenían más amenazada.

 

Fueron perseguidos por los poderes políticos, económicos, militares y religiosos, pusieron en riesgo su vida y algunos la perdieron convirtiéndose en mártires, practicando así el mensaje de las bienaventuranzas que declara dichosos a quienes fueren injuriados, perseguidos, injuriados y objeto de calumnia por causa de la justicia (Mt 5,10-11). 

 

3. Cambio de lugar social

 

Llevaron a cabo un cambio de lugar social: de la alianza con los poderosos al compromiso con el pueblo, de la complicidad con las élites a la defensa de los sectores marginados por dichas élites, actualizando la vieja legislación hebrea en defensa de los huérfanos, las viudas y las personas extranjeras y poniendo en práctica la ética de la compasión y la solidaridad con las víctimas, a ejemplo del Buen Samaritano.     

 

Transformaron la estructura y la organización de sus diócesis, que dejaron de girar en torno al obispo y al clero y convirtieron en redes de comunidades eclesiales de base. Toda la comunidad era ministerial de acuerdo con el binomio comunidad-carismas, desterrando las oposiciones clérigos-laicos, Iglesia docente-Iglesia discente, jerarquía-base. 

 

La autoridad no descansaba en el obispo por el mero hecho de serlo, sino en las victimas a las que había que obedecer defendiendo su dignidad negada. Solo en la medida en que el obispo se ponía del lado de las víctimas le era reconocida la autoridad. En ese caso la autoridad respondía al termino evangélico exousia, que es inseparable de la libertad.  

 

Desarrollaron un nuevo magisterio social, inspirado en el Evangelio y en la praxis liberadora de Jesús de Nazaret, sensible a los problemas y las necesidades de la gente pobre, y basado en el método ver-juzgar-actuar, que comienza con el análisis crítico de la realidad recurriendo a las ciencias sociales, incluidas las de orientación marxista, continúa con el juicio ético sobre las estructuras de pecado y el subdesarrollo de los pueblos del Sur Global y termina con la propuesta de alternativas para una sociedad más justa y fraterno-sororal.  

 

Las alternativas se basan en una economía al servicio de los seres humanos, más desfavorecidos, y no de los que detentan el poder económico y se enriquecen a costa del trabajo esclavo, el respeto a la dignidad y a los derechos de la tierra y la distribución equitativa de los bienes de la naturaleza.

 

En su trabajo pastoral sustituyeron el concepto de misión entendido como implantación de la Iglesia en territorios de “infieles” y conversión de los “paganos” a la considerada única religión verdadera, por el de evangelización como Buena Noticia de liberación. Sustituyeron el “fuera de la Iglesia no hay salvación” por el “fuera de los pobres no hay liberación”, en feliz expresión de Jon Sobrino. Fomentaron el diálogo con las diferentes cosmovisiones, religiones, espiritualidades, especialmente con las indígenas, afrodescendientes y campesinas. 

 

Intentaron incorporar a las mujeres a los ministerios eclesiales, pero sus intentos fueron tenues y sus resultados, escasos, y no por la falta de colaboración de las mujeres, sino por la persistencia de las estructuras patriarcales que ni siquiera los Padres de la Iglesia católica de América Latina no fueron capaces de transformar.    

 

En su actividad episcopal introdujeron una nueva pastoral, la de la Tierra, que en la Conferencia Nacional de Obispos Brasileños (CNBB) se canalizó a través de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT), en cuya creación intervinieron de manera especial Tomás Balduino, obispo de Goiás, conocido como el “obispo de los sin tierra”, y Pedro Casaldáliga. La Comisión mantuvo una estrecha relación con el Movimiento Sin Tierra (MST) y apoyó sus luchas y reivindicaciones, denunció las condiciones infrahumanas en las que trabajan los campesinos sin tierra, protestó por la apropiación indebida de los terratenientes de los territorios indígenas y exigió su devolución. 

 

La Comisión se solidarizó con la resistencia de las comunidades indígenas en la defensa de su territorio y en la oposición a los megaproyectos de las multinacionales que expulsaban a dichas comunidades de su espacio natural y depredaban la naturaleza. Por tales denuncias y gestos de solidaridad los obispos más comprometidos fueron objeto de persecución y amenazas de muerte.

 

4. Solidaridad con las teólogas y los teólogos represaliados 

 

Aquellos obispos apoyaron a las teólogas y los teólogos de la liberación acusados por la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF), presidida durante caso un cuarto de siglo por el cardenal Ratzinger, infundadamente de heterodoxia, de reducir el mensaje cristiano a un proyecto liberador, de introducir la lucha de clases en la Iglesia, de hacer teología recurriendo acríticamente a categorías marxistas, etc. 

 

Ejemplo paradigmático de dicho apoyo fue la presencia solidaria de los cardenales brasileños Paulo Evaristo Arns, arzobispo de Sâo Paulo, y Aloísio Lorscheider, arzobispo de Fortaleza, en el juicio al que la CDF sometió al teólogo brasileño Leonardo Boff  en 1984, cuyo resultado fue la condena a una tiempo “de silencio obsequioso”. Tras dicha expresión “piadosa” lo que realmente se escondía era la prohibición de predicar, escribir y enseñar. 

 

Boff aceptó la condena afirmando: “prefiero caminar con la Iglesia a ir solo con mi teología”. La condena volvió a repetirse en 1992. Su reacción entonces fue muy diferente: abandonó la Orden de los Franciscanos Menores, a la que pertenecía, y renunció al ministerio sacerdotal. Peguntado por la diferente reacción ante las dos condenas, su respuesta fue que aceptó la primera como un acto de humildad, pero que en la segunda se le exigía un acto de humillación que no podía hacer”.

 

Mientras las teólogas y los teólogos latinoamericanos eran vigilados a través de detectives a sueldo del Vaticano en sus intervenciones públicas, cesados de sus cátedras, sus libros sometidos a censura, los obispos de la liberación les invitaban a intervenir en encuentros y congresos diocesanos para aportar la reflexión teológica ubicada contextualmente y les pedían asesoramiento en la elaboración de documentos. Era una forma de contravenir la represión de que eran objeto por parte de la ortodoxia vaticana.      

 

Pedro Casaldáliga perteneció a aquella fecunda generación de obispos latinoamericanos que cambiaron la faz del cristianismo de ese continente: antepusieron la ortopraxis a la ortodoxia, la fidelidad al pueblo a la obediencia al Vaticano, la solidaridad con las mayorías populares empobrecidas a las alianzas con los poderosos e hicieron suyo el principio-liberación frente al principio-resignación, que durante siglos de conquista y colonización caracterizó al cristianismo de América Latina. 

 

Para un desarrollo más amplio de este artículo, remito a mi libro Pedro Casaldáliga. Larga caminada con los pobres de la tierra (Herder, Barcelona, 2020), primera obra sobre Pedro Casaldáliga después de su muerte.

 

 

[1] Cf. José Comblin, “Los obispos de Medellín: los Santos Padres de América Latina”, en Pablo Richard, Diez palabras clave sobre la Iglesia en América Latina, EVD, Estella (Navarra), 2003, 41-77.; id., “Padres de la Iglesia en América Latina”, en Silvia Scatena, Jon Sobrino y Luiz Carlos Susin (eds.), Concilium, 333 (noviembre 2009), donde ofrece el perfil liberador de los obispos Bartolomé de Las Casas, Helder Pessoa Cámara, Sergio Méndez Arceo, Aloísio Lorscheider, y Monseñor Romero.

[2] Cf. Juan José Tamayo, De la Iglesia colonial al cristianismo liberador en América Latina. Medellín 1968-2018, Tirant lo Blanc, Valencia, 2019.

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