30 de Julio de 2022
[Por: Armando Raffo, SJ]
“Yo soy el Alfa y la Omega… aquel que es, que era y que ha de venir, el Todopoderoso.” (Ap.1,8) No es claro el significado específico que tiene la afirmación del Apocalipsis que intitula esta reflexión. En primera instancia pareciera aludir al principio y el fin del universo. Sin embargo, el libro comienza afirmando que se trata de una revelación de Jesucristo para comunicar a los suyos “lo que pronto ha de suceder” y, en ese contexto, termina recordando que él es el Alfa y la Omega, que es, que era y que será.
Aunque es claro que el libro no se refiere al universo tal y como lo concebimos en nuestros días, es decir, como la creación entera en evolución, sí parece evidente que alude a algo así como “Yo soy el sentido en plenitud”. Si bien el relato del Génesis deja claro que Dios creó todo de la nada, también lo es que no concibe la realidad creada en clave evolutiva y menos que el ser humano tenga alguna responsabilidad en ello. La conciencia de un proceso dinámico de toda la realidad en la que al ser humano le cabría algún tipo de una responsabilidad es muy reciente.
Todo parece indicar, pues, que el Alfa y la Omega al que se refiere la expresión del Génesis apuntaría al sentido completo de la vida; a aquello que debe guiar el principio y el fin de la vida de las personas. Tan es así que cuando el libro concluye repite ese mismo concepto del comienzo: “Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin” (22,13), e, inmediatamente, alaba a los que laven sus vestiduras, es decir a los mártires. Aquellos que fuesen fieles en medio de la tribulación y la muerte, serían los que participarían del árbol de la Vida.
En El libro del Apocalipsis estaría, pues, indicando la centralidad de Cristo como parámetro perfecto para guiar la vida de las personas, más allá de los contextos vitales en que se encontraran. Se pretende subrayar lo definitivo de la persona de Cristo con respecto al sentido de la vida. Se trataba y se trata, aunque con otra perspectiva, de apoyarse en Cristo para encontrar el sentido que toda persona procura dar a la vida y ser parte del “árbol de la Vida”.
Como sabemos, en aquella época se pensaba en términos estáticos y acabados. Recién a partir de los estudios de Darwin y su teoría de la evolución de las especies, empezamos a tener una idea de lo que podríamos llamar la evolución del universo y que hoy ya concebimos en expansión. No hace tanto que los científicos han postulado la idea del “big-bang”, como un punto de partida que tendría una especie de condensación de materia inimaginable y que, en determinado momento, habría iniciado su expansión y evolución.
Teilhard de Chardin fue uno de los señeros cristianos que intentó formular la fe cristiana teniendo en cuenta la visión científica del universo en evolución. A partir de esa perspectiva entiende la espiritualidad cristiana desde parámetros novedosos para la época y, en buena medida, para la nuestra. Una frase del propio Teilhard deja ver la importancia y el significado profundo que entraña concebir el universo en evolución: “Desde que han despertado a la conciencia explícita de la evolución que los empuja, los hombres se ponen a mirar, todos juntos, algo idéntico en el porvenir. Y con eso mismo, ¿acaso no empiezan a amarse?”[1] Esa afirmación descubre una dimensión de la realidad que, necesariamente, ha de desplegar una responsabilidad y una espiritualidad que se expresen en dicho proceso.
La cita del propio Teilhard abre una ventana que da lugar a concebir la espiritualidad cristiana con otra responsabilidad en tanto se sabe parte y responsable, en alguna medida, de la propia evolución del mundo y de las relaciones humanas que desde esa nueva perspectiva deberían propiciarse. De alguna manera, el ser humano como conciencia de la evolución está invitado a asumir una responsabilidad nueva con respecto a sus semejantes y al universo en cuanto tal.
Desde esa perspectiva viene a tono usar una imagen que ayuda a ver las implicancias de asumir el reto que Teilhard descubre desde su fe y a la luz de la evolución. Se trata de una imagen sencilla pero que nos ayuda a intuir lo que Teilhard vislumbraba desde su condición de antropólogo creyente. Se trataría de imaginar que la humanidad vendría por muchísimos años ocupada en peleas y discordias de distinto tipo en la bodega de un barco que se movería según las corrientes marinas hasta que a alguno de los pasajeros se le ocurrió subir a cubierta y, después de tanteos, notar que a través del timón podría orientar el rumbo de la embarcación. Teilhard intuyó que a la humanidad le cabria una responsabilidad notoria con respecto a la misma evolución. En esa dirección se orientaba Teilhard cuando dijo: “… es suficiente para la verdad aparecer una sola vez, en un solo espíritu para que nada pueda ya nunca más impedirle invadirlo todo en inflamarlo todo.”[2]
No en vano, Agustín Udías afirma que Teilhard “… realiza una continua producción de su pensamiento filosófico y religioso, tratando de repensar la formulación de la fe cristiana desde una visón científica de un universo en evolución, detrás del cual se encuentra también el desarrollo de una espiritualidad nueva muy personal fruto tanto de su experiencia científica como de una verdadera experiencia mística.”[3] La verdad para Teilhard es lo que él llamaba “lo Crístico” en cuanto que uniría o promovería la síntesis de las exigencias cósmicas del Verbo encarnado y las potencialidades de un universo en evolución. Esa verdad debería alumbrar una nueva responsabilidad que implicaría, también, una espiritualidad que no mira ya hacia el cielo para aludir a lo divino, sino al dinamismo profundo y a la vez trascendente de la historia que impulsa el Verbo encarnado. Por eso Telhard llega a hablar de la encarnación como la síntesis de lo “pan-humanizante y pan- cristificante”[4].
Notas
[1] Citada por Émile Rideau, La pensé du Pére Teilhard de Chardin,, Paris, p.109
[2] Udías, Agustín. Los últimos escritos espirituales de Teilhard de Chardin: “El corazón de la materia a lo Crístico”, Manresa, Vol 94, n° 371, abril-junio, 2022, p.192
[3] Ibid, p.183
[4] Teilhard de Chardin, Ouvres 13, 1976, p.191, citado por Agustín Udías en la revista Manresa, vol. 94- N° 371 (Abril-Junio 2022), p191.
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