La memoria agradecida y el futuro

30 de Julio de 2022

[Por: Rosa Ramos]




"Somos la memoria que tenemos y 

la responsabilidad que asumimos…”

José Saramago

“Uno sobrevive en la memoria de los demás y en los actos de los demás”
Eduardo Galeano

 

La cultura occidental vive tiempos líquidos (Bauman), de hiper velocidad, y de instantes-átomos sin continuidad, por tanto sin disfrutar el aroma del tiempo (Byung Chul-Han). Sin embargo, no todos los pueblos, no todas las familias ni comunidades viven “pasando” y si es posible “pasándola bien”, e ignorando el pasado. 

 

Estas líneas se abrevan en algunos días en que la memoria llega como olas mansas a la playa de la conciencia o del yo narrador. Si bien me gusta el mar impetuoso y de grandes olas, son también dignas de contemplar las pequeñas y lentas que llegan casi sin ruido, humedeciendo la arena suavemente. A veces esas olas dejan un perfume de nostalgia. 

 

El teólogo Dietrich Bonhoeffer en un campo de concentración añora a los amigos en infinita lejanía. El poeta Líber Falco, un hombre cargado no sólo de memorias sino de nostalgias, aún muriendo joven tuvo tiempo de perder a varios amigos; me impresiona su modo de recordarlos tanto. Así termina uno de sus escritos evocando a un querido amigo muerto: “Pasaron días y pasaron noches. / Todo pasa. / Mas yo quisiera/ verte de nuevo, aunque murieras.” 

 

Sí, muchas veces aceptamos racionalmente la muerte, la ausencia, la separación por distintos motivos de nuestros seres queridos, pero en algunas nos sucede como al poeta: la nostalgia es tan grande, que nos consolaría ver de nuevo un rato a esa persona, y luego devolverla a su lugar distante o incluso a su muerte.

 

Por supuesto, a medida que envejecemos más despedidas cargamos y pesan. Pero quizá ese querer “verte de nuevo, aunque murieras” es ya un ver y un estar juntos, pues estamos tejidos en la misma trama, y los otros hilos son inseparables de los nuestros. También ocurre lo dicho por Galeano, citado al inicio, hay una supervivencia en la memoria que se actualiza, se hace presente en decisiones. Seguramente el escritor no estaba pensando en san Pablo, pero coinciden: en nuestra carne y en nuestros actos siguen vivos tantos y tantas. Nosotros sobreviviéndolos tenemos oportunidad de completar su vida, sus opciones y sus sueños.

 

La memoria -esa que llamamos agradecida- nos trae también los valores de las personas queridas, sus enseñanzas prácticas o, más exactamente, los que nos han enseñado con sus prácticas. Así, por ejemplo, la libertad, la generosidad, la responsabilidad, la hospitalidad, la humildad o la fortaleza -cada cual recordará los valores más característicos en sus antepasados y amigos- los descubrimos integrados, encarnados, en nosotros mismos. Al menos están allí como horizontes y modelos axiológicos.

 

En tanto sus vidas están entretejidas en nuestra propia tela y en cuanto sus valores constituyen un horizonte y modelo a seguir, ocurre lo que citamos de Saramago: “somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos”, pues esos valores orientan y sostienen compromisos vitales.

 

Como decíamos al inicio, la cultura actual tiende a la desmemoria, a la pérdida de ese hilo que nos dice quiénes somos, de dónde venimos, qué sangre corre por nuestras venas, qué pasado familiar y colectivo nos ha traído a este presente, A veces la memoria no llega como las olas a la playa y simplemente caminamos por su estela húmeda de nostalgias, sino que nosotros nos sumergimos en el mar para encontrarlas, vamos a encontrarnos con ellas y a contener o perder el aliento a su ritmo. 

 

Esta es la memoria intencionada, cuando nos negamos al olvido, queremos hacer memoria, ahondar en la identidad y recrearnos en ella. Así tantas veces hacemos la “romería de los mártires” y sin ir más lejos, en cada Eucaristía reunidos en comunidad de seguidores de Jesús, leemos su Palabra y compartimos su Cuerpo, hacemos el memorial encomendado para “aprender a ser comida”.

 

Quizá a los más veteranos nos toca avivar esa memoria agradecida, o esa memoria buscada intencionalmente, lúcida, crítica, no para quedarnos añorantes y atascados en el pasado, sino para orientar el futuro. Por aquello de que somos peregrinos, pero caminamos con un sentido, no deambulamos curiosos sin rumbo.

 

El pasado y quienes lo forjaron “golpe a golpe, verso a verso” y gota a gota de sangre o sudor, es historia. Historia no en el sentido peyorativo del término de algo lejano, ajeno, muerto, sino en el sentido más auténtico y rico: es construcción humana (podemos agregar: alentada por el Espíritu) en el juego de la libertad y la responsabilidad. Somos parte de esa historia, la recibimos, la agradecemos, la seguimos construyendo para legarla a otros que darán nuevos pasos y batallas.

 

La cristiana es la comunidad de la memoria, memoria del crucificado-resucitado, siempre gestando futuro en ese juego presente de elegir y hacernos cargo. Se trata de una memoria viva, que alimenta la vida y el futuro. Memoria de Jesús, de los discípulos y amigos, de los mártires, de los santos. Los de altares y los de la puerta de al lado, al decir del Papa Francisco, entre los cuales están nuestros familiares y amigos que nos han precedido y siguen acompañándonos con su lámpara encendida para iluminar tiempos inciertos. En la canción Los hermanos Atahualpa Yupanqui habla del andar, del seguir andando y con nosotros nuestros muertos, para que nadie quede atrás.

 

No pueden quedar atrás sumidos en el olvido ni en la indiferencia los que nos precedieron, nos transmitieron la vida, los que la dieron de tantos modos por nosotros. Ellos, ellas caminan con nosotros, en nosotros y los honramos en nuestros actos y en los senderos nuevos de humanización que abrimos.

 

Imagen: https://www.agendachilena.cl/wp-content/uploads/2017/05/Mural-1.jpg

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