Ante la entropía, actos de resistencia

03 de Julio de 2022

[Por: Rosa Ramos]




"El Señor Yahvé está de mi parte, y por eso no me molestan las ofensas; 

por eso puse mi cara dura como piedra, y yo sé que no quedaré frustrado"

(Isaías 50, 7)

Vamos a tomar como modelo inspirador para este artículo la antinomia entropía-neguentropía, que es propia del ámbito de la física, de la termodinámica concretamente y lo aplicaremos con libertad al ámbito humano, como ya lo han hecho otros. Entropía es un concepto termodinámico que se refiere al desorden y pérdida de energía que puede acabar en la disolución total en un sistema cerrado. En los sistemas abiertos, capaces de recibir influjos del medio, puede darse la reorganización, es decir la neguentropía, que es el concepto contrario. 

 

A partir de ese modelo como inspiración podemos decir que, en los ámbitos sociales y psicológicos, también puede darse la pérdida de energía vital, la degradación y la muerte. O puede darse la novedad, la apertura que permite transformar y alcanzar mayores grados de integración, sea a nivel personal como colectivo. A nivel humano vivimos amenazados de muerte. No sólo por la violencia provocada (aún estamos horrorizados por la asfixia de decenas de migrantes en ese camión infame convertido en ataúd intentando llegar a EEUU) sino por circunstancias naturales, pues todos somos mortales, aunque neciamente queramos ignorarlo. La muerte, la desorganización, la desintegración social o de los grupos -como la entropía- amenaza por doquier. 

 

No obstante, es posible la apertura y la novedad, analógicamente al concepto de neguentropía, y eso abre a la esperanza. Una esperanza activa, obviamente, que implica salir de sí, de ese sistema cerrado en peligro de desintegración y acoger “lo otro” como aire y alimento vital, capaces de recrear, de revitalizar. La vida amenazada de muerte y desintegración continua en esa pérdida de energía y generatividad del ensimismamiento, puede como ave Fénix regenerarse desde las cenizas en tanto se abra, se autotrascienda.

 

A veces la vida parece cerrarse, enquistarse y por tanto desintegrarse, o desintegrarnos. Otras, las circunstancias parecen conjurarse para la pérdida de energía y salud, sea por relaciones tóxicas, o experiencias duras, tan perturbadoras que desatan en el interior fantasmas famélicos. Allí podemos quedarnos a merced de ellos y sucumbir. O podemos resistir, patalear como aquella ranita del cuento que quizá recuerden: una ranita cae en una tina inmensa de leche, la muerte parece segura, pero ella patalea y patalea hasta convertir en manteca la leche, solidificarla, saltar y salvarse.

 

La vida se sostiene en actos de resistencia ante esa entropía devoradora, ante esas poderosas fuerzas thanáticas. Un acto de resistencia diario puede ser tan simple y elemental como levantar las cortinas, dejar entrar el sol, ducharse y salir a la calle a dejarse sorprender por un árbol en la fase propia de la estación, un gato, un perro, niños que circulan hacia la escuela. En suma, dejarse airear por la vida, en cualquiera de sus formas, es oponer resistencia a la entropía. Para otros un acto de resistencia puede ser abrir un libro -no importa si ya leído previamente-, dibujar, cocinar, oír la radio, ver un recital o circular por un bello lugar amado -gracias a You Tube- desde nuestra casa. Por supuesto dejamos entrar nuevos influjos vitales si visitamos a alguien o si invitamos a un amigo y lo esperamos con algo sabroso. Los vínculos humanos son los salvadores por excelencia. 

 

Cada cual conoce o puede descubrir sus modos propios de resistencia, lo importante es no caer en el vértigo -paradójicamente atrayente- de la disolución, el vacío, el nihilismo destructor. Este tiene además la peculiaridad de arrastrar a toda la persona y a otros en su torbellino devorador. De ahí que las patologías abarcan lo físico, lo psíquico y en no pocos casos hasta hacen mella en el nivel espiritual, y suelen arrastrar a la familia entera. La entropía se expande queriendo degradar todo.

 

Resistir, resistir siempre. Puede ser un lema apropiado también para no cristianos y lo ha sido de tantos hermanos en la fe que nos han precedido, esa nube de testigos, mártires y luchadores de ayer y de hoy. No tiene por qué ser interpretado pelagianamente, esa resistencia puede ser entrega confiada, el “adora y confía” de Teilhard de Chardin. Se trata de no rendirnos a las fuerzas destructoras, sino de apostar al Dios de la Vida que hace nuevas todas las cosas, que no cesa de hacer algo nuevo y de convocarnos a vivir en plenitud.

 

Si la desintegración y la muerte son realidades amenazantes, es bueno recordar lo que alguien con profunda fe ha sostenido: “vivimos amenazados de resurrección”. Salteando el “amenazados” que no me acaba de gustar, me quedo con la ingeniosa expresión para afirmar la vida y su sentido. En este taller de la vida, donde nos animamos unos a otros a caminar por la vereda del sol, es hermoso escuchar experiencias de cómo, frente a diversas amenazas de postración, hay aperturas y actitudes que hacen patente que es posible resucitar la esperanza personal y comunitaria. 

 

Valeria cuenta emocionada la fiesta de quince años de su sobrina, en que vio que era posible la felicidad en una familia marcada por la muerte de un hijo de cuatro años, cuando la ahora quinceañera tenía apenas dos. Ha sido una fiesta de resurrección, tras la resistencia y la apuesta a la vida de la familia. La vida puede más, aunque exista la muerte y el dolor.

 

Virginia está orgullosa de su hija que se fue a hacer una experiencia de comunidad en el Amazonas. Allá donde la vida está amenazada por la tala y la quema de la selva, por las multinacionales que arrasan con las tierras, las aguas y las poblaciones indígenas, un pequeño grupo de mujeres, religiosas y laicas, eligen vivir, cantar, hacer visible el Evangelio. El amor es más fuerte y porta vida.


Marina no se resigna a que su madre con Alzhéimer esté mal atendida, sea destratada. Estando ella misma enferma, tantas veces agobiada, no cesa de golpear puertas, aunque muchas se cierran, resiste, enfrenta a todos, hasta encontrar un “hogar” para su madre. A su lado su esposo y sus hijas sostienen en alto sus brazos, procurando también salvarla de la desintegración. Es una dura batalla.

 

Jorge y Andrés, “jardinean” siempre que el clima lo permita, es el trabajo diario con el que ganan la vida los hermanos. En el descanso almuerzan sentados en el pasto, leen artículos, intercambian reflexiones, sueñan y diseñan nuevos pasos. Jorge es periodista amateur y Andrés psicólogo. Se ingenian para combinar sus diversos trabajos, siempre apostando a la vida y a la esperanza, reconstruyendo salud y belleza. Menos mal que existen, diría Bertolt Bretcht.  

 

También se recrea y ordena la vida con momentos de plenitud sanadora que otros nos regalan como oportunidad y enseñanza a través del arte. Gabriel Calderón dirige la Comedia Nacional en Uruguay, su modo de trabajo colectivo y el contenido -a veces muy duro- de sus obras, mueve a reflexionar y a rechazar la vorágine entrópica. Otro arte, el cine, nos regala en “El niño que domó el viento”, la historia real de un jovencito, William Kamkwamba, que en medio de la adversidad y amenaza de muerte de su aldea, crea con chatarra un molino de viento para traer el agua que salvará a su familia y a su comunidad del hambre. Como tercer ejemplo, propongo el video de “La petite fille de la mer” que suma imágenes, color y más sensibilidad -siempre es posible- al bellísimo tema de Vangelis: https://youtu.be/OTWVEu6diGw

 

Ante la amenaza entrópica podemos endurecer el rostro ante el mal, como dice el profeta Isaías, para no dejar que nos venza, para resistir y confiar. Podemos también celebrar, crear, embellecer el mundo desde el amor. 

 

Imagen: https://www.gravent.es/images/80118/content_image_full.jpg

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