La Trinidad: ejemplo de unión e inclusión

12 de Junio de 2022

[Por: Diego Pereira Ríos]




Muchos cristianos y cristianas, seguimos sin lograr comprender exactamente lo que signifique la realidad de la Trinidad: un solo Dios, manifestado en tres Personas. Pues en esto no se trata de ideas o de razonamientos abstractos, sino que es parte de la fe cristiana creer que desde la misma existencia real de Dios, Él ha decidido manifestarse en tres momentos de la historia y por medio de tres Personas distintas. El Padre, que existe desde siempre y para siempre, es el Creador de todo lo que podemos experimentar en este mundo; el Hijo, que es Jesús, se ha manifestado como el Salvador del género humano al dar su vida en el cruz por puro amor, pero que, luego de su resurrección, envía la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Es así que, como recordamos hace unos domingos, en Pentecostés, es el Espíritu Santo el que vino como promesa de Jesús y es el Dador de fe. Es él quien hace posible que creamos en Jesús y, gracias a él, en el Padre. 

 

Esto que parece tan sencillo de entender no lo es en la práctica diaria de la vida cristiana. No hay quien no experimente una cierta esquizofrenia desesperante al hablar de un Dios en tres Personas pues, ¿no sería más fácil que fueran tres dioses? O por otro lado, ¿a quién de los tres rezarle y en qué situación? Tendremos también los que hemos sentido la necesidad de entender que tener un solo Dios con un solo nombre nos facilitaría la vida. Pero rezarle al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, crea demasiada confusión. Lo importante es que partiendo de la misma Palabra de Dios podemos entender mejor esta triada, por eso no hay una mejor forma de intentar entenderla que volviendo al Evangelio. Es en la Palabra de Dios, en su lectura atenta, donde Dios va manifestándose a nuestro entendimiento y a su vez a nuestro corazón. Porque si hay algo muy necesario para hacer el intento de comprender, es primero amar. De la forma que Dios nos ama y nos dirige su Palabra, con ese mismo amor debemos ir en búsqueda de su comprensión.

 

Quizá en este tiempo de una cierta pereza intelectual, esta necesidad de simplificación, sea aún más notoria. En tiempos donde los aparatos digitales nos facilitan los esfuerzos y nos automatizan, nuestras dificultades para comprender a Dios sean muchas más que hace unos años atrás. Lo que hay que advertir es la ideológica puesta en juego de un pensamiento único que intenta monopolizar el modo de pensar. Pero incluso ante ello, se ha advertido de la necesidad de un pensamiento complejo que logre vincular en la diferencia, tanto las ciencias fácticas con la sociedad, la ética y la política y, obviamente la religión. Con ello entendemos que no es sólo un problema de la naturaleza del pensamiento, sino que tiene que ver con la epistemología que está de fondo y que sostiene la misma educación que seguimos recibiendo. Como dice Morín: “La complejidad reaparece al mismo tiempo, como necesidad de captar la multidimensionalidad, las interacciones, las solidaridades, entre los innumerables procesos”[1]. 

 

Desde ello es que podemos intentar entender la Trinidad, aún en su complejidad, como una unión en la diversidad, una inclusión de los Tres en único Dios, que ha decidido manifestarse de esa forma para mostrarnos justamente, que en la diferencia está la riqueza. Aún en su individualidad y unicidad, cada Persona tiene en sí la capacidad de incluir a los demás, formando un todo complejo y completo. Como dice Boff: “La Santísima Trinidad es, pues, un misterio de inclusión. Esta inclusión impide que entendamos una Persona sin las otras. El Padre debe ser siempre comprendido junto con el Hijo y el Espíritu Santo, y así sucesivamente”[2]. Por ello siempre hay lugar para todos en Dios, en sus diferencias pero sin distinción en dignidad, todos y todas podemos buscar a Dios ya que él está a la espera para recibirnos. Entender la Trinidad como amor inclusivo es una dimensión que, aún entendida desde la teología, debe ser profundizada y sobre todo, vivida dentro de nuestra práctica pastoral.

 

Por otro lado, la unión existente entre las Tres Personas de la Trinidad, que se incluyen mutuamente, es el canal necesario por donde pasa la fe que santifica y unifica toda la creación con su Creador. Esto lo deja claro Jesús al reconocer en todo lo creado la posibilidad “in acto” de ser instrumento de santificación para el ser humano. En este sentido, este transitar de Dios desde el Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que se da en una línea descendente, “corresponde también en el Nuevo Testamento otra que podemos llamar ascendente: el donde del Espíritu enviado a nuestros corazones nos une a Jesús y por éste tenemos acceso al Padre”[3]. Por eso, no hay nada que impida que toda persona que invoque al Espíritu Santo sea unida a Dios por medio de Jesús. Pero entonces, si Dios mismo no hace distinciones y acepta las diferencias, ¿por qué en nuestra Iglesia seguimos discriminando e imponiendo requisitos a los que quieren acercarse a Dios? Este es un tiempo de revisión para la cristiandad donde debemos rever varios de los aprendizajes tan afincados que tenemos y que nos están impidiendo de ver la riqueza de la diversidad, de que en los diferente está lo valioso, en ese intercambio de individualidades hay algo que se parece mucho más al Dios que se nos revela en la Trinidad. 

 

*Imagen tomada de https://www.artofit.org/image-gallery/303078249933066646/fiesta-de-la-trinidad-a-dios-lo-conocemos-y-nos-acercamos-a-trav%C3%A9s-de-la-comuni%C3%B3n/ 

 

 

[1] Morín, E.-Ciurana, R.-Motta, R., Educar en la era planetaria, Barcelona: Gedisa, 2006, p. 71.

[2] Boff, Leonardo, La Santísima Trinidad es la mejor comunidad, Sao Paulo: Vozes, 1988, p. 44.

[3] Ladaria, Luis, El Dios vivo y verdadero, Salamanca: Secretariado Trinitario, 2010, p. 160. 

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