Cuando es posible elegir, ¿qué elegiremos?

30 de Mayo de 2022

[Por: Rosa Ramos]




Tras la luz con la que alumbra 

esta sangre de hoy, 

está la luz con que alumbrará mañana.

Líber Falco

 

No siempre es posible elegir, pues “elegir entre la peste y el cólera no es libertad”, eso lo ha dicho hace casi un siglo Emmanuel Mounier. 

 

Siendo realistas, hay miles de millones de personas, que a lo largo de la historia pocas opciones han tenido para elegir, desde dónde vivir hasta en qué condiciones; condenadas desde muy pequeñas a sobrevivir sea en campos de refugiados, en trabajos forzados, o en situaciones aberrantes, indignas de su condición humana. Estas personas (enormes contingentes humanos, barrios, países, pueblos enteros) necesitan ayudas, recursos, educación para tomar conciencia de sus derechos humanos. En otras palabras, necesitan lo que Jon Sobrino señala como deber, no sólo de los cristianos sino de toda persona de buena voluntad: “bajar de la cruz a los crucificados de la historia”.

 

Existen otros que teniendo otras opciones eligen el lado oscuro de la vida: la queja, el victimismo, la inercia, también están los que infligen sufrimiento a otros, sea en forma directa o envueltos en una indiferencia cómplice de los males. 

 

No dudo que existe el mal y el dolor, no dudo que existe el engaño y la traición, no dudo que existe el error, la falta de entendimiento -a veces movidos por temores y heridas- y me consta que existe demasiado sufrimiento inocente. El sufrimiento inocente es una triste constante desde la prehistoria, y seguramente la será hasta el fin de los tiempos. Esto que es real e histórico, algunos consideran que es inherente al ser humano, “pa´ nacer, Fierro, han nacido los varones”, dice la sabiduría dolida del gaucho rioplatense. Con gran hondura filosófica Unamuno escribió “El sentimiento trágico de la vida”. Ambos textos hijos de sus circunstancias apuntan, no obstante, a una universalidad ontológica.

 

Sentado que no siempre es posible elegir con libertad y que todos atravesamos momentos de tragedia en nuestra vida, ajenos a nuestra voluntad, creo, con convicción, que no pocas veces está en nosotros la posibilidad de elegir “opciones alternativas”. Incluso ante la adversidad más absoluta, es posible decidir cómo vivirla, con qué actitud encarar la vida.

 

Cuando el margen de elección es escaso sigue existiendo mucha gente que elige la resistencia, la “pelea” por una vida más humana conforme a un sueño mayor que intuye valioso y posible. Entonces se arriesga hasta parecer “loca”, también sufre, pero no resignada, sino con fe en que hay otras posibilidades reales, pero también de cambio de perspectiva o de actitud. 

 

Apuesto a la búsqueda incansable de cambios reales que permitan a la humanidad una vida más cercana a lo que Jesús llamaba “el reino de Dios”. Pero, entretanto y cada día, asumo porfiadamente el valor de elegir caminar en la luz y mirar desde allí la historia -la grande y la pequeña-.

 

Cuando es posible elegir, ¿qué elegiremos? ¿Por qué no elegir el lado luminoso de la vida? ¿Por qué no ser testigos de la luz? Y eso aún a riesgo de ser tildados de optimistas ignorantes. Hace muchos años alguien escribió un libro titulado “Por la vereda del sol”, no necesité leerlo, aunque algún día lo haré, pues el título fue ya un regalo y una afirmación de mi identidad vital elegida.

 

Ser testigos de la luz, reflejarla humildemente es ya iluminar un poco las tinieblas. Qué bueno al menos poder ser testigos, contar que existen, hacer resonar esas realidades como el curador de arte que no es el artista, pero lo hace visible. Citaré algunos ejemplos de luminosidad que puedo contemplar gracias a la cantidad de maestros de la atención que me despiertan. 

 

Los niños sanos e inteligentes son normalmente el orgullo de la familia toda, pero cuánta grandeza de alma se deja ver en una madre que se enorgullece y celebra los escasos y lentos logros de una hija con una patología severa. Existen trabajos muy bien remunerados, hasta excesivamente si se comparan con otros, pero también hay muchas horas trabajadas en forma honoraria por tantas personas: ese tiempo regalado edifica al que lo da y al que lo recibe. ¡Cómo no recordar aquí la sentencia del Zorro al Principito: “es el tiempo que pasaste con tu rosa, lo que la hizo tan importante”! Es luz el trabajo realizado con alegría, remunerado o no. Cada vez que alguien dice de verdad “gracias” contribuye grandemente a la humanización, también de los que oyen y hacen eco. El “gracias” alivia cansancios y aligera cargas, libera sonrisas en cascada. Los abrazos generosos de los amigos, siendo incondicionales de suyo, nos hacen más buenos o deseosos de serlo. “En sus ojos no me veo enfermo”, dice alguien de su amada consciente de su enfermedad deformante. El cuidado de un enfermo quema mezquindades, redime. Aquí recuerdo dos casos que me cambiaron la mirada respecto a personas que me producían profundo rechazo por su conducta, cuando en ambos casos los vi encargarse silenciosa y tiernamente, uno de su propia hija agonizante, otro del hijo de la compañera mientras ella trabajaba. ¿Dónde poner la mirada, en el mal que habían hecho antes o en el cuidado amoroso, rumiando sus yerros en la impotencia ante esos seres desvalidos? 

 

Un ejemplo más: en un cuartel durante un plantón de hombres encapuchados y agotados, con mucho frío, muchos deseando ya la muerte liberadora de tormentos, a uno de ellos se acerca un soldado sigiloso, le levanta parte de la capucha y le da un beso en la mejilla diciéndole: “fuerza, Doctor, resista”. Ese médico, siempre serio en sus consultas, no se hubiera dejado besar por un paciente, lo hubiese detenido con su porte profesional. Allí fue besado y animado por un desconocido, lloró bajo la capucha de gratitud y jamás olvidó el gesto salvador. Tan real es que algunos hombres sometían a otros a “tratos inhumanos y degradantes”, como que uno se atrevió a ese gesto tan insólito como arriesgado. ¿Qué mirar, qué contar? Al igual que aquel doctor, yo elijo recordar siempre el gesto de luminosa humanidad. Podría seguir por páginas, pero invito a hacer las propias listas de luces con la esperanza en la luz radiante del mañana, como dice Líber Falco.  

 

Si hay dos veredas, elijo caminar por la vereda del sol, ver y deleitarme con aquello que resulta invisible caminando ensimismados en las sombras: los gestos de bondad y de solidaridad en donde podría haber sólo resentimiento; la capacidad de acoger y celebrar la vida en medio de dificultades; la renovada apuesta al amor tras un duelo, tras fracasos… y una larga lista de etcéteras. 

 

Quizá no seamos capaces de esos gestos y maravillas enumeradas -confieso la dificultad-, pero la grandeza de cada uno de ellos nos convierte en testigos de la luz. Parafraseando a León Felipe, la función de los ojos no es llorar sino ver (aunque llorar también sea humano y profético). Como decía en el artículo anterior, que este de algún modo prolonga: tanta bondad y belleza en bosquejo, en claroscuros, sin duda es de Dios, de su Espíritu que sopla donde quiere y nos anima. 

 

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