23 de Mayo de 2022
[Por: Juan Manuel Hurtado López]
Apenas el domingo 15 del presente fue canonizado en Roma Carlos de Foucauld por el Papa Francisco. No sé quién corrió más rápido en mi corazón, si la alegría o el agradecimiento a Dios, la paz o el gozo profundo, la admiración en mis ojos o la tranquilidad de mi espíritu. Lo cierto es que quise atrapar todos estos sentimientos con la red de mi pobre inteligencia y el resultado fue que todos se dispararon y no logré atrapar ninguno. ¡Carlos de Foucauld SANTO!
Pero la razón de esta canonización no hay que ir a buscarla al momento en que una bala de los rebeldes sinusitas lo asesina, supuestamente porque “el tuareg de Dios”, “el hermano universal”, el hermanito de Jesús escondía armas y pretendían robarlo. En realidad no encontraron nada en su pobre habitación donde él tenía medicamentos para atender a los heridos, a los soldados que llegaban a pedirle socorro.
La razón de su canonización hay que buscarla en que Carlos de Foucauld se hizo en vida uno de los últimos como Jesús en su encarnación y muerte, como en su vida oculta en Nazareth durante treinta años. La frase de su director espiritual, el P. Huvelin, vicario de la parroquia de San Agustín, lo había tocado y estrujado muy en lo profundo de su corazón y ya nunca pudo hacerla a un lado. En una de sus predicaciones, el P. Huvelin decía: “Nuestro Señor tomó de tal manera el último lugar, que nadie se lo puede arrebatar”.
De ahí en adelante, Carlos de Foucauld seguirá los consejos y la guía espiritual del P. Huvelín. Viajará a Tierra Santa, visita el Calvario, pero sobre todo Nazareth. Ahí lo impresionó sobremanera cómo el Hijo de Dios pasó treinta años desconocido como un pobre artesano. Y eso quiso ser Carlos de Foucauld en su vida: para parecerse a Jesús de Nazareth, tenía que buscar ser el último, un evangelio vivo que evangeliza por su bondad y servicio, no por sus palabras. Su carisma: “Vivir a la manera de Nazareth”.
Desde este momento va a buscar el último lugar. El 15 de enero de 1890 entra en la Trapa de la Virgen de las Nieves en Francia y toma el nombre de Mará-Alberico. Meses después fue enviado a la Trapa de Akbés en Siria. Pero como quiere ser el último, se va a Nazareth a servir tres años en un Monasterio de Clarisas. Ahí vive como ermitaño, pobremente, en una cabaña. Medita las Escrituras, permanece largas horas en oración.
Su sueño, sin embargo, era el desierto en el mundo musulmán. Desde su viaje a Marruecos en 1882, donde recorrió miles de kilómetros, y estudió y tradujoal francés la lengua de sus habitantes, le conmovieron la hospitalidad de la gente, su fe en Dios y su oración. Por esta razón regresa a Argelia a Beni-Abbés.
Ahí es donde siente la invitación de Dios para irse adonde están los tuareg, “los hombres azules del desierto”. Recorre grandes distancias por el desierto hasta llegar a Tamanrasset y se instala en el Hoggar. Ahora sí está en el último lugar, con una tribu del desierto. Ahí conocerá su vida y tratará de ayudarlos en todo lo que puede. Aprende su lengua, hace un gran trabajo lingüístico y ayuda a los más abandonados. Se hace un hermano con todos, como uno más, aunque ya había sido ordenado sacerdote a los cuarenta y tres años para llevar a Jesús a los más abandonados.
Aquí es donde hay que buscar la causa de la canonización de Carlos de Foucauld. En dar ese testimonio radical de hacerse pequeño al estilo de Jesús de Nazareth que, siendo Dios, se abajó y se hizo uno de nosotros.
Un par de frases de Carlos de Foucauld nos muestran su espiritualidad: “Si me preguntan por qué soy manso y bueno, debo decir: porque soy el servidor de alguien que es más bueno que yo. ¡Si supieran que bueno es mi maestro Jesús! Yo querría ser lo suficientemente bueno para que se diga: si así es el servidor ¿Cómo tiene que ser el Maestro?”.
La verdad es que estos santos como Carlos de Foucauld oxigenan el aire tan envenenado de nuestra sociedad mercantilista, con rasgos de prepotencia, de despojo y de imposición del poder sobre los más débiles.
Siguiendo la costumbre indígena de los tzeltales con los que trabajé 17 años en Chiapas, puedo decirle al Papa Francisco: “Gracias, jTatic Francisco, por el gran regalo que nos has dado al canonizar al hermano de Jesús: Carlos de Foucauld”.
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