Entre el seguimiento de Jesús y el “mundo”

22 de Mayo de 2022

[Por: Diego Pereira Ríos]




Es increíble que al día de hoy aún sean muchos los cristianos que intentan evitar vivir ciertas situaciones que –según ellos- no se condicen con la vida cristiana. Por decirlo de otra manera, hay ciertos cristianos que se oponen al mundo como ese lugar empecatado donde, al estar en él, es casi como si perdiéramos nuestro ser cristiano. Peor que ello, como si Dios nos fuera a dejar de amar (por no decir que nos condenaría). Lo patético de tal situación es que siempre estamos en el mundo. No podemos salirnos de él. El rechazo del mundo como argumento fue muy utilizado en épocas antiguas (pero no por ello fue eficaz). Sirvió para protegerse de lo que no era sagrado, pero hoy ya no podemos pensar así. Si bien metafísicamente podemos hablar de realidades trascendentes e inmanentes, no es tan clara la separación entre lo sagrado y lo profano, entre lo que aleja de Dios dentro de este mundo, o lo que nos une a él. La realidad es muy compleja y no se deja manipular por conceptos. Lo que en otros tiempos se conoció como “fuga mundi” (huida del mundo), actitud por la cual una persona decidía voluntariamente apartarse del mundo y refugiarse en la soledad para convivir con Dios, hoy no puede verse de la misma manera.

 

El texto del evangelio de Juan 15, 18-21 que se nos presenta hoy, nos coloca en una situación compleja: Jesús les dice a los discípulos que “Si ustedes fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya. Pero como no son del mundo…” (v. 19). Una mala interpretación de este texto ha hecho creer a muchos que los cristianos somos un grupo selecto o que hemos sido elegidos especialmente por Dios para ser librados del mal del mundo. De alguna manera, de un lado estarían los malos y pecadores, y por otro, los santos cristianos, que no debemos mezclarnos con ellos. Esta polarización es consecuencia de una manipulación del mensaje evangélico que nada refiere a esto. En relación a esto mismo, podemos comprender la parábola sobre el trigo y la cizaña en Mateo 13, 24-30: el trigo y la cizaña, lo malo y lo bueno, lo empecatado y lo santo, el mundo y el seguimiento de Cristo, son realidades que coexisten, no únicamente en la realidad que nos rodea, sino que en el mismo corazón humano. Este error en la comprensión del evangelio sigue condenando a personas, situaciones, dimensiones humanas a ser apartados de la vida cristiana, entendiendo que ser cristiano es estar por fuera de ellas. Basta saber que Jesús se rodeó de personas despreciadas y excluidas de su tiempo para contradecir todo esto.

 

Si el mundo ha sido creado por Dios, todo en él nos remite a su presencia, todo lo que encontramos es posibilidad de santificación. Dios se nos revela cercano en cada acontecimiento, en lugares y momentos concretos, que podemos vivir a lo largo de cualquier día cotidiano. Dentro de este mundo, cada creatura, cada acontecimiento, nos remite a la presencia de Dios. Algunas veces reconocida y escuchada; otras, olvidado e ignorado, pero siempre Dios nos acompaña mientras caminamos por este mundo y por ello, todo lo vivimos en su presencia. Como afirma Hans Küng: “Según la Biblia, no sólo la redención, sino ya el acto creado mismo refleja el afecto que Dios, por pura gracia, siente por el mundo y el ser humano”[1]. Es ese amor de Dios desde el principio de lo existente y, por ende, en todo lo que el mismo fue creando para el desarrollo de nuestra vida en la Tierra, el que prima ante todo. Por eso no hay nada malo o empecatado en el mundo. El desafío cristiano pasa por dejar de juzgar al mundo, hacerse más humilde y reconocer la necesidad que tenemos de Dios.

 

Alejarnos del mundo (de las “cosas” pecaminosas) ha hecho de la Iglesia un sinfín de templos vacíos donde lo pocos que nos consideramos dignos de ser discípulos del Maestro de Nazaret, pareciera que seguimos sin conocer su evangelio, su Buena Noticia. Escuchamos solo lo queremos y que nos conviene y preferimos atarnos a prejuicios sin fundamento antes de reconocer la voz de Jesús, que anduvo entre lo considerado “peor” del mundo. Como dice Fourez acerca de la personalidad de Jesús: “se deja guiar por su amor y su compasión por todos, incluso por los que estaban excluidos según las normas tradicionales: publicanos, prostitutas, paganos, impuros, poseídos, etc”[2]. El mismo amor que Dios ha tenido con su creación, es el amor de Jesús, dentro del espacio y tiempo donde vivió, manifestando acciones de carácter escatológico que trascienden lo que la incapacidad humana no logra valorar. Si tan sólo renunciáramos a entenderlo todo e imitáramos lo que Jesús hizo, aún en medio de supuestas polarizaciones, los cristianos iríamos a las periferias existenciales –donde se supone está el pecado- a anunciar el amor de Jesús. Sólo un amor por todo el mundo traerá la salvación. Como dice Francisco “Necesitamos desarrollar esta conciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie” (FT 137).

 

*Imagen tomada de https://www.vuelaviajes.com/las-ciudades-mas-pobladas-del-mundo/ 

 

[1] Küng, Hans, El principio de todas las cosas, Madrid: Trotta, 2007, p. 126.

[2] Fourez, Gérard, La fe como confianza, Santander: Sal Terrae, 2001, p. 41. 

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