[Por: José A. Pagola]
El tiempo de los cristianos, de la Iglesia, del universo entero, es un tiempo intermedio entre la partida de Cristo, glorificado a la derecha del Padre, y la aparición de «un cielo nuevo y una tierra nueva» que su vuelta inaugurará. Entonces desaparecerá todo lo que es hoy campo acotado donde se enfrentan el bien y el mal, la luz y las tinieblas. Ya no existirá el mar, ese abismo temible, imagen de todos los peligros, morada de las potencias malignas, cuya profundidad insondable evoca en la literatura bíblica la del infierno. El universo entero quedará disponible para la «Jerusalén del cielo», «morada de Dios con los hombres», que, para siempre y ya de manera absoluta, será por fin «su pueblo». Esta grandiosa visión no tiene absolutamente nada de espejismo o de sueño fantástico, cuyas bellas imágenes se desvanecen al despertar. Por la fe conocemos «ya» estas realidades que pronto se «manifestarán»; «ya desde ahora» poseemos las arras de lo que «todavía» esperamos…
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