Los bautismos de Juan y Jesús

14 de Mayo de 2022

[Por: Armando Raffo, SJ]




“Juan también estaba bautizando en Ainón, cerca de Salín…” (Jn. 3, 23)

 

El evangelio de Juan, a diferencia de los sinópticos que no se detienen a narrar que Jesús bautizaba, dice que Jesús lo hacía y al mismo tiempo que Juan el bautista. Más aún, se apresura a decir que Jesús bautizaba más, como indicando cierta primacía o mayor autoridad. También el texto narra que se desató una discusión entre sus discípulos porque “todos” iban a bautizarse con Jesús. Afirma que cuando Jesús lo supo se volvió a su tierra natal, a Galilea (cfr. Jn. 4, 1-3). Ello deja ver, además de un dato histórico, una delicadeza de Jesús con respecto al bautista, el líder del grupo al que se había unido en un principio.

 

Vale decir que el relato, además de insinuar una preeminencia de Jesús con respecto a Juan, ofrece esa referencia histórica: que en un momento ambos bautizaban al mismo tiempo. Los evangelios sinópticos, por su parte, no muestran a Jesús bautizando sino invitando a la conversión: “Conviértanse, porque el Reino de los cielos ha llegado.” (Mt.4, 17) El evangelio de Juan, que es el único que muestra a Jesús bautizando, aunque lo haría a través de sus discípulos según se afirma: “… bautizaba más que Juan, aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus discípulos” (Jn.4,2).

 

Por otra parte, en el libro de los Hechos de los Apóstoles se entiende, claramente, que habría alguna diferencia entre uno y otro bautismo, cuando Pablo pregunta a algunos discípulos: ¿qué bautismo habían recibido? (Hech. 19,3) Los discípulos responden que habían recibido el bautismo de Juan. En efecto, cuando Pablo llega a Éfeso se encuentra con algunos discípulos y les pregunta si habían recibido el Espíritu Santo al momento de abrazar la fe e inmediatamente marca una diferencia entre uno y otro bautismo diciendo: “Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea en Jesús. Cuando oyeron eso, se bautizaron en el nombre de Jesús”  (Hch.19, 4-5).

 

La diferencia no estaba en el hecho de sumergir a las personas por uno u otro, sino en lo que podríamos llamar el significado “teológico” que implicaba uno u otro bautismo. 

 

Como bien sabemos, el bautismo de Juan apelaba a una conversión que allanaría el camino para la venida del Señor. Se trataba, en definitiva, de una preparación para acoger bien al Mesías y de una conversión marcadamente ética: debían repartir las vestiduras y la comida, ser justos con los demás, alejarse de la extorsión, no hacer falsas denuncias… (cfr. Lc. 3, 10-14) Aquellos que recibían el bautismo de Juan se comprometían a llevar una vida distinta y apoyada en un esfuerzo personal  para crecer en solidaridad, ser honestos consigo mismos y vivir en la verdad. Ese tipo de esfuerzo o conversión sería la forma existencial de preparar los corazones para acoger la próxima venida del Mesías. 

 

Dado que el bautismo de Juan prepararía el terreno para comprometer la existencia en torno a la novedad que Jesús estaba proponiendo, la gran pregunta que naturalmente emerge a nuestras mentes y corazones es: ¿cuál sería el significado profundo del bautismo que realizaba Jesús? 

 

Es claro que el centro de la predicación de Jesús fue el anuncio de la llegada del Reino de Dios (Mc. 1,15). Así como la prédica de Juan el bautista implicaba una conversión ética, Jesús agrega algo que, aunque a primera vista puede parecer poco relevante, entraña una novedad fundamental: anunciaba que el reinado de Dios ya había llegado, aunque se requería una conversión para creer en esa buena noticia (cfr. Mc.1, 15).

 

Bien podemos decir que Jesús saca el foco del esfuerzo ético que se apoya en las propias fuerzas. para encontrar el aliento en la presencia “del Reino de Dios” o en el amor que nos llega de muy distintas formas. Un amor que no es fabricado por nosotros mismos.

 

Jesús nos ayuda a ampliar el horizonte existencial al subrayar que el compromiso que pedía Juan el bautista se alimentaba, en última instancia, de un dinamismo que  venía y viene de lejos, y que es lo que nos constituye como personas. El Reino de Dios no se apoya en puros esfuerzos prometeicos o en genialidades individuales, sino que, últimamente,  adviene a nuestras vidas. Se trata, en definitiva, de reconocer que hemos sido llamados a la vida por otros, que hemos crecido con otros, que hemos sido cuidados por otros; que el amor recibido es el dinamismo más profundo que nos pone de pie. Es el amor que nadie fabricó y que toda persona para ser tal ha tenido que recibir de una forma u otra.  

 

¡Esa es la mirada que Jesús quiere ayudarnos a descubrir! Se trata de percibir el dinamismo que ya está en la historia y en cada uno. Se trata de reconocerlo para tener otra mirada sobre uno mismo, los demás y la de los pueblos. La buena noticia de Jesús nos saca del mundo prometeico e individualista para ayudarnos a ver y sentir que las personas, grupos y sociedades, se alimentan de una energía que viene de lejos. Energía que siempre llega a través de otros que la vehiculan; en definitiva, una “energía” que proviene de Dios y que ya está entre nosotros: “…el Reino de Dios ha llegado; conviértanse y crean en al Buna Nueva” (Mc. 1,15).  

 

Imagen: https://www.elamanecer.org/wp-content/uploads/2015/01/Bautizo-e1420309754597.jpg

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