Todo empezó en Galilea

02 de Mayo de 2022

[Por: Armando Raffo, SJ]




“… él irá antes que ustedes a Galilea” (Mc. 16,7)

 

La resurrección de Jesús tal y como los cristianos la anunciamos bien puede ser considerada como el nudo gordiano por excelencia de nuestra fe. Si tenemos en cuenta que no se trata de una especie de vuelta a la vida tal y como la conocemos, sino de una entrada en otra dimensión que no conoce el tiempo ni el dolor, es menester reconocer nuestra incapacidad para comprenderla. Se trataría, pues, de una especie de alumbramiento a una vida “eterna”, es decir, que no tendría principio ni fin, que no estaría contenida en el tiempo. Así mismo, hemos de recordar que los seres humanos no podemos pensar ni imaginar lo que sea, si no es en el tiempo. No se trata de una afirmación caprichosa o simplemente ocurrente; se trata de nuestra forma de conocer y pensar. No nos es posible pensar nada fuera del tiempo. No en vano la obra cumbre de Heidegger se llama: “Ser y tiempo”.

 

Nos es difícil, pues, pensar o tratar de comprender qué entendemos cuando afirmamos por la resurrección de Cristo. Se trata de aludir, nada más ni nada menos, que del acceso a la vida plena que no tiene principio ni fin. Afirmamos la resurrección de Cristo, aunque nos sea imposible comprenderla. Ello tiene su asiento, no en el misterio del ser en sí mismo, sino en nuestra condición humana que sólo percibe, piensa y discurre, en el tiempo. Nuestra estructura gnoseológica implica, necesariamente, el devenir en sí mismo, así como el comienzo y el fin de todo lo perecible. ¿Cómo es posible, pues, postular la resurrección de Jesús como una vida que no está presa de las garras del tiempo, cuando no tenemos otra forma de percibir lo que sea si no es en el discurrir temporal? 

 

Ahora bien, también es cierto que la misma temporalidad nos habilitaría a postular un algo-Alguien- que hubiera puesto en marcha el universo y al ser deviniendo en el tiempo. Podemos pensar, pues, en la existencia de una realidad -aunque la palabra no sea la adecuada porque ella misma supone el tiempo- que habría sacado de la nada al ser tal y como lo conocemos y que no estaría presa del tiempo ni del devenir. De alguna manera, el “big bang” que postulan los científicos sobre el inicio de nuestro universo, indicaría un comienzo de todo cuanto conocemos, incluso el tiempo mismo. Es algo que no podemos imaginar, aunque sí podemos apoyarnos en la lógica más radical para postular un Alguien que habría creado todo lo que conocemos. Se trata de un postulado sobre el que poco podemos decir porque sobrepasa nuestras reales posibilidades. Sería algo así como procurar explicar a una hormiga lo que es y significa una catedral en la que ella viviera. En este sentido, viene a tono recordar el libro de Walter Kasper que se titula: “La fe que excede todo conocimiento”. No podemos explicar la Resurrección de Jesús y la nuestra sino postularla como un acto de fe que no es caprichoso y que se apoya en razones y en el asombro mismo que despierta el misterio de ese ser, de ese “algo” que Heidegger contrapone a la nada. 

 

Lo antes dicho explica que en el Nuevo Testamento nos encontremos con afirmaciones o relatos de distinto tipo para anunciar la Resurrección de Jesús. Los más conocidos son los de sus apariciones -relatos largos y cortos-, los del sepulcro varío y las llamadas confesiones de fe que encontramos en las cartas y en varios himnos del Nuevo Testamento. 

 

El texto que inspira esta reflexión entraría dentro de los relatos de “sepulcro vacío”. Contiene el anuncio de la resurrección del Señor, pero indicando que le verán en Galilea: “Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar dónde lo han puesto. Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea; allí lo verán…” (Mc.16, 6-7).

 

Es curioso que los tres evangelios “sinópticos”, es decir Mateo, Marcos y Lucas, contengan el relato del sepulcro vacío con la indicación de ir a Galilea para ver al Señor. La pregunta que brota espontáneamente es: ¿por qué debían ir a Galilea para ver al Señor Resucitado?, ¿por qué no podrían verlo en Jerusalén dónde ellos estaban?; ¿qué hay detrás de esa necesidad de ir a Galilea para verlo? Los evangelios no ofrecen explicación alguna sobre ello, aunque todo parece indicar que “verán al Señor en el origen, allí donde todo comenzó”. ¡Aquella historia que había culminado con la muerte y la resurrección del Señor tuvo su origen en Galilea! Pareciera que de esa forma nos encontramos con el alfa y la omega, con el principio y el fin. Se subraya, así, una historia, un proceso concreto de libertad que, desde las raíces, les impulsó a soñar un mundo distinto, un mundo caracterizado por la vida plena para todos. 

 

El triunfo de Jesús sobre la muerte tuvo su origen en algo muy concreto y pequeño. Quizás, el mensaje de ir a buscar al Resucitado en el origen, en Galilea, sea una forma de percibir la cualidad de las raíces que desatan sueños y el compromiso de empeñar sus vidas por un mundo mejor y más humano para todos. Se alude, en definitiva, al ámbito que despertó aquellos sueños.  

 

Todo empezó en Galilea porque todo sueño que sea grande se gesta en ámbitos pequeños y despreciados. Los sueños más entrañablemente humanos surgen de situaciones oscuras o denigrantes. Los sueños suelen arraigarse en tierras ásperas y poco fecundas. Cuando se nos recuerda que todo empezó en Galilea, en una comarca despreciada, “¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?” (Jn. 1, 46)-, se nos invita a percibir que toda vida se alimenta de lo que tiene sepultado, que la libertad que sueña alto suele alimentase de carencias, injusticias y sufrimientos de distinto tipo. La satisfacción y el hartazgo no despiertan movimiento ni sueños; la carencia es la que despierta historias nuevas. ¡Cómo no pensar, por ejemplo, en los millones de migrantes que arriesgan todo para ir en busca de vida más digna! En el origen no está la satisfacción, está la carencia y el anhelo de algo hermoso que no poseemos. Los orígenes así entendidos desatan historias en pos de vida plena.  

 

Los evangelios sinópticos anuncian que los discípulos encontrarán al Señor resucitado en Galilea, donde todo había empezado, en los orígenes, en las situaciones tan limitadas como reales que espolean la libertad y el riesgo. En el origen, en los vericuetos íntimos que despiertan sueños, también encontramos al Señor que nos mueve a procurar vida abundante para todos. 

 

Así como Heidegger apuntaba al origen cuando se preguntaba: ¿por qué hay en general algo y no más bien la nada?, y, de esa manera, insinuaba la existencia del creador, nosotros podemos ver en aquel volver a la Galilea el inicio, no del ser “en sí”, sino de una historia nueva que nunca llegará a ser tal si descuida sus orígenes.

 

No en vano el libro del Apocalipsis insiste en que Jesús es el Alfa y el Omega, el principio y el fin; entre ellos está la historia de cada uno y la de todos. En el origen podemos encontrar a Jesús vivo, tanto en la necesidad propia como en la ajena. De allí brotarán los sueños que impulsarán historias de bendición.

 

Imagen: https://www.palabrasbiblicas.net/wp-content/uploads/2018/11/Galilee.jpg 

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