16 de Abril de 2022
[Por: Juan Manuel Hurtado López]
Celebramos en la Semana Mayor la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús, el Cristo. Somos testigos mudos ante tanto sufrimiento de Jesús y ante la desmesurada prisa, desprecio, injusticia y burlas que ejercieron Sumos sacerdotes, fariseos, Herodes, los soldados y Pilato contra él.
Recuerdo lo que una vez nos platicó Jon Sobrino cuando conoció a Mons. Romero en El Salvador. Fue con ocasión del asesinato del padre Rutilio Grande. Nos contó que en esa ocasión vio a Mons. Romero estupefacto, silencioso, sobrecogido, con muestras claras de una inseguridad muy profunda, quizá con pavor. Como que era el presentimiento aciago de que, si habían osado matar a un sacerdote, eso mismo le podía pasar a él. Era su huerto de los olivos. Sus biógrafos señalan que Mons. Romero era más bien un hombre retraído, algo tímido.
San Lucas, en su narración de la pasión, resalta el sufrimiento de Jesús y literalmente dice “que él en su angustia mortal, oraba con mayor insistencia y comenzó a sudar gruesas gotas de sangre, que caían hasta el suelo” (Lc 22,44). Quizá podemos decir que esta experiencia corresponde a lo que es el pánico.
“Padre, si quieres, aparta de mí esta amarga prueba; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). Y luego el grito desesperado: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?” (Mc 15,34). Palabras con las que inicia el salmo 22. Los exégetas dicen que Jesús estaría rezando este salmo que termina con palabras de confianza en su Padre: “Yo hablaré de tu Nombre a mis hermanos, te alabaré también en la asamblea…Para ti mi alabanza en la asamblea, mis votos cumpliré ante su vista” (Sal 22, 23.26).
De seguro Mons. Romero, en su agonía, en su huerto de los Olivos, rezaría muchas veces este salmo 22 cuando preparaba su última homilía y volvería a repetir muchas veces las palabras de Jesús en el Huerto de los Olivos: “Padre, que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Para, al final, superando el miedo, el pánico, poder escribir su homilía que selló su asesinato al día siguiente, 24 de marzo de 1980. “En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios, cese la represión”.
Con esto se transformaría en San Romero de América, que ha sido llevado a los altares por el Papa Francisco y ahora veneramos como San Oscar Arnulfo Romero, obispo y mártir.
Este rostro de Mons. Romero y el rostro de Cristo en el Huerto de los olivos evocan en nuestra memoria otros rostros de los sufrientes de la historia: rostros de pánico y de sufrimiento terrible. En la escena de la película Macario, el gran actor mexicano Ignacio López Tarso, cuando habla con la muerte, nos muestra con excelencia el pánico ante la muerte que se lo quiere llevar.
Y el reconocido escritor jalisciense, Juan Rulfo, en su cuento “Diles que no me maten” de su magistral libro El Llano en llamas[1], retrata muy bien este estado de ánimo del pánico: “¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad…no merezco morir así, coronel. Déjame que, al menos el Señor me perdone. ¡No me mates! ¡Diles que no me maten! ...En seguida la voz de allá adentro dijo: -Amárrenlo y denle algo de beber hasta que se emborrache para que no le duelan los tiros”.
Y luego vienen a nuestra mente los rostros de mujeres violadas y asesinadas, rostros de jóvenes, de ancianos, de madres a quienes les han arrebatado a sus hijos y lloran sin consuelo. El pánico como estado de ánimo. Un estado que está más allá de lo racional, mental, anímico. El pánico es como un infarto de la conciencia, la parálisis de todo pensar.
Jesús en el Huerto de los Olivos realmente entró en agonía. San Lucas nos dice que un ángel del cielo vino a animarlo (Lc 22,43). Superado este momento, Jesús, según los Evangelios, en todo momento se muestra sereno y decidido hasta llegar a la crucifixión y muerte.
[1] RULFO, Juan, El Llano en llamas. EDITORIAL RM & FUNDACIÓN JUAN RULFO. México, 2019 Págs. 89-97.
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