11 de Abril de 2022
[Por: Diego Pereira Ríos]
En esta semana Santa de 2022, nuevamente toda persona cristiana se ve invitada a introducirse cada vez más profundamente en el Misterio de Dios. Un Misterio que nos coloca en una continua conversión de corazón y que se pueda manifestar en nuestras palabras y acciones. En este comienzo de año, una vez que la pandemia nos fue dando un respiro, cuando empezábamos a retomar espacios, tiempos, costumbres; la guerra entre Rusia y Ucrania nuevamente nos coloca en un tensión: de nuevo pareciera que el mal triunfa sobre el bien, la violencia sobre la justicia, el afán de poder sobre la humildad, el odio sobre el amor. De nuevo vemos como el ser humano está más preocupado por quitar la vida que darla; está dispuesto a gastar millones de dólares en armas, en vez de salvar este mundo dando una mejor vida a los que perecen. Nuevamente la voz del Siervo se escucha entre los sonidos de las bombas “Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado” (Salmo 21).
Y ante esta realidad que vemos –más allá de la manipulación de los medios de comunicación- el dolor de nuestros prójimos es real y nos debe doler de tal manera que podamos sentir con ellos, su angustia y dolor. No se trata de un masoquismo barato o simples actos de piedad. Se trata de entender que en el dolor de nuestros hermanos y hermanas, en cada una de sus muertes injustas, en ellas Jesús vuelve a sufrir, Jesús vuelve a morir. En esto, la escucha atenta de la Palabra de Dios nos puede ayudar a superar la distancia y el alejamiento, para introducirnos en el Misterio de su amor. La misma indiferencia de aquellos que en el relato de la Pasión de Lucas que escuchamos ayer, ven a Jesús inocente y siendo víctima de los intereses y manejos egoístas de los poderosos, esa misma indiferencia pervive hoy entre nosotros y en nosotros los cristianos. Pareciera que sólo una pandemia y una guerra nos pueden llevar a sentir empatía con los que sufren, pues a diario no vemos los que perecen en el camino que recorremos cada día.
Pero ¿cómo entonces mantener la esperanza en el triunfo de la justicia ante tanto dolor y muerte? ¿Cómo inspirarnos en el Evangelio, desde el ejemplo de Jesús, para poder ver la realidad con ojos de esperanza? Viendo las limitaciones humanas, sintiendo en nuestra propia carne la precariedad de la existencia, tenemos que sostenernos en la justicia de Dios. La justicia de Dios, que es puramente amor, fue la que sostuvo hasta el último momento a Jesús en la Cruz. Fue la que hizo que en ese momento le prometiera el paraíso al ladrón arrepentido (Lc 23, 43). Aún en medio de su propio dolor, del peso de sufrir la injusticia, de la tristeza ante el abandono de sus amigos, de la frustración ante la impotencia de no poder hacer nada, aun así, Jesús supera la barrera humana de la desidia y logra cargar en sí, la esperanza de quien sufre a su lado.
Solamente la misericordia de Dios es capaz de hacer esto, y por eso, todo ese amor del corazón de Jesús se revela justamente en la cruz. Allí se hace presente la misericordia divina. “Únicamente ella puede garantizar que el asesino no terminará triunfando sobre su víctima inocente y que al final todos seremos partícipes del derecho y la justicia. Solo la esperanza escatológica y en la reconciliación escatológica asociada a la resurrección de los muertos hace realmente vivible y digna de ser vivida la vida en este mundo” (Kasper, W., La Misericordia, 2014, p. 199). Pero mantener esta fe en un futuro que se nubla ante la maldad del presente, debe hacernos concientizar el cambio de lugar que debemos tener. Colocarnos del lado de las víctimas, en un mundo que aplaude el éxito y el poder, implica ir a contracorriente. Cada día, la misericordia de Dios debe impregnar cada parte de nuestra existencia y debe ser revelada en nuestras decisiones y acciones concretas. Sólo así tendrá sentido a nuestra fe en Jesús.
Imagen tomada de : https://www.elmundo.es/album/internacional/2022/04/03/624971a4fdddffc79f8b45b0.html
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